La última semana de junio Madrid albergó la cumbre de la OTAN, ejerciendo esos días la capitalidad de la organización. Aprovechando que por motivos profesionales campaba por la ciudad, fui testigo directo del ambiente que se respiraba en la capital del reino.

La cumbre ha sido sin duda un éxito logístico y organizativo para el actual Gobierno de la Nación, todo funcionó con precisión y absoluta normalidad. Sin duda la cumbre ha potenciado la imagen de España en el concierto mundial, adquiriendo compromisos en el campo de la defensa que la sitúan como país fiable.

A pesar de todas las limitaciones impuestas por los responsables de la seguridad del evento, la ciudad, salvo en su eje central Castellana-Paseo del Prado, mantuvo sus constantes vitales. Madrid siguió siendo el polo de atracción de decenas de miles de visitantes tanto nacionales como extranjeros. Como en muchas ocasiones, los diputados de Bildu (los vascos siempre se han sentido muy cómodos en la Villa y Corte) y otras formaciones radicales disfrutaban de las terrazas nocturnas del Barrio de las Letras, Plaza de Santa Ana, Plaza de Jacinto Benavente, Calle Carretas... Hasta el “combativo” Rufián (ERC) que en el 2015 anunció que en 18 meses dejaría su escaño para regresar a la “República Catalana” ha terminado encontrando el amor de su vida en la capital del reino. Dicen las malas lenguas que hasta la “ínclita” Rahola nunca fue tan feliz como cuando vivió en Madrid en su época de diputada en Cortes, cambió hasta de pareja. No hay duda de la capacidad integradora de la ciudad y el pueblo de Madrid.

Unos días después de finalizada la cumbre, el pasado sábado Madrid celebró con enorme éxito el día del Orgullo con una participación que superaba el medio millón de participantes. Madrid es la segunda ciudad más “gay friendly” de Europa, en competencia con Berlín. Cierto que el alcalde de Madrid no se siente cómodo con esta realidad, pero en Chueca, Malasaña y Lavapiés las banderas gay y trans ondean en balcones, librerías y comercios, con total libertad.

Sin embargo, el Madrid político continúa en estado de agitación y crispación permanente. El Gobierno de España sabe que el éxito internacional de la cumbre no oculta su desgaste por los últimos resultados electorales en Andalucía y las consecuencias de la grave crisis económica provocada por el tsunami de la pandemia y la brutal invasión de Ucrania por el ejército de Putin. Pedro Sánchez pasó de lamerse las heridas de la noche electoral andaluza a una cierta levitación provocada por las felicitaciones de los líderes mundiales por el desarrollo de la cumbre de la OTAN.  Posteriormente cometió el grave error de hacer declaraciones de raíz populista sobre el acoso de los poderes fácticos a su gobierno unas horas después de exhibir su buena conexión con esos mismos poderes a escala global durante la cumbre de la OTAN.

Durante la semana de la cumbre el PP, desconcertado, intentó contraprogramar con los cambios en el INE e Indra, en una actitud irresponsable que pretende deslegitimar al Gobierno, sugiriendo un cierto control del proceso electoral, sin importar el daño que podría causar a la imagen de España y sus instituciones. Ayuso que permaneció callada durante tres días, no pudo controlarse y emitió un confuso mensaje donde mezclaba el aborto con la concesión de becas a familias de clase media-alta. Es su personal contribución al incremento de la desigualdad, y sobre todo, su obsesión por salir en el Telediario. Sin duda la esperanza del PP para volver al Gobierno de la nación se basa en la continuidad de la grave situación de crisis provocada por la guerra de Ucrania, el incremento de la inflación y que las “cosas del comer” vayan a peor. Su única receta milagrosa es la bajada de impuestos como activador de la economía.

Unidas Podemos (UP) pasa unos días muy complicados, necesita estar en el Gobierno, pero al mismo tiempo debe marcar distancia con el PSOE. Las declaraciones de Ione Belarra sobre la OTAN son profundamente desafortunadas. La vicepresidenta Yolanda Díaz se comporta con prudencia, ya arriesgó cuando apoyó la entrega de armas a Ucrania y ahora teme ir más lejos. El viernes pasado tuvo su pequeño baño de masas y ahora necesita tiempo y que UP no boicotee la creación de su espacio, y que los medios no le sean adversos. Restar votos al PSOE no es algo que disguste a la derecha.

Los secesionistas quedan muy tocados a la espera de que la solución del caso Borrás no lleve a la coalición al abismo. Sin duda, acordarán que es mucho lo que tienen que conservar. Mientras tanto, ERC consigue que vuelva a reactivarse la “mesa de diálogo”, verdadero bucle melancólico del secesionismo pragmático.

El Gobierno tiene que activar sus reflejos de mayor sensibilidad social y continuar con la aplicación urgente de medidas para paliar los efectos más negativos de la crisis entre los sectores más vulnerables. Los datos del empleo son sin duda positivos, y se podrán consolidar en la medida que se produzca la digitalización y modernización de nuestra economía.

Tiempos difíciles para una izquierda que repite consignas y relatos caducos, convencida de una cierta “superioridad moral”. Pactar con Bildu la aprobación de la Ley de Memoria Democrática es además de un grave error, una prueba de lo apuntado. La izquierda española necesita reinventarse, si no lo hace, el veredicto de las urnas en el 2023 será inapelable y será desalojada del poder. España necesita que la nave del Gobierno progresista no naufrague como consecuencia de sus propios errores.