En su libro El Proxeneta, Mabel Lozano se sumerge de la mano de un extratante de mujeres en el negocio de los clubs de alterne y cómo éstos se nutren del tráfico de mujeres y niñas. Explica que hace unos años el coste de traer una mujer a España rondaba los 6.000 euros y actualmente las mafias han conseguido reducir esta cifra hasta los 1.200 euros. Una vez hecha la inversión, consiguen hasta 200.000 euros de beneficio. Una cifra equivalente a vender 10 kilos de cocaína, lo que resulta más rentable que traficar con cualquier otra mercancía.
Son cifras que se encuentran tras la trata. Según datos oficiales, en 2016 habían contabilizadas en España 14.000 víctimas de esta lacra, lo que sin embargo podría representar un tercio del total. La ONU afirma que apenas un 1% de las víctimas en todo el mundo son detectadas como tales, lo que hace muy difícil tener cifras exactas de un problema que permanece mayormente invisible.
Cuando se habla del comercio de esclavos, las imágenes que se nos vienen a la mente son las de los grandes barcos que surcaban el Atlántico en los siglos XVIII y XIX transportando mercancía humana para abastecer las grandes plantaciones del sur de los Estados Unidos pero también de Sudamérica y Europa. Nunca pensamos en las mujeres, pero también en las menores de edad, que viven en nuestros barrios recluidas en burdeles, que han llegado de países como Colombia, República Dominicana, Rumania o Nigeria: en las víctimas de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual.
Un informe de 2016 de Cáritas constata que más del 90% de las mujeres que ejerce la prostitución en España no lo hace de forma voluntaria y que más del 80% son extranjeras. Son mujeres y niñas que han llegado traficadas como ganado y que, como reconoce el proxeneta que se confiesa en el libro de Mabel Lozano, no han elegido libremente ejercer la prostitución. Tampoco la ejercían antes de ser captadas por las redes. Son engañadas o coaccionadas por su vulnerabilidad social o económica para satisfacer una demanda que localmente no está cubierta. Y no lo está porque las condiciones económicas han mejorado lo suficiente en Europa para que la mayoría de mujeres no se vea obligada a este infierno que incluye jornadas de 14 horas, 7 días a la semana, sin salir casi de los recintos donde se encuentran recluidas.
Tanto la policía como las entidades que las atienden afirman que la técnica de las mafias es siempre la misma: intentar que no permanezcan mucho tiempo en un mismo lugar, trasladarlas constantemente para impedir que formen vínculos y puedan pedir ayuda. En las entrevistas, confiesan que han sufrido torturas, violaciones y vejaciones de todo tipo en rituales brutales de preparación para hacerlas sumisas a su nueva situación. También se ven obligadas a consumir drogas y sedantes.
Aunque en el ámbito mundial la trata de personas se hace también con otros fines, como el trabajo forzoso o el tráfico de órganos, las que tienen como destino España y la mayoría de países europeos llegan para ser explotadas sexualmente. Lo hacen en torno a un negocio que genera 5 millones de euros al día en nuestro país y que en muchos otros mueve más dinero que el tráfico de armas y droga juntos: aproximadamente seis billones de euros al año lo que supone el 1,5% del PIB mundial.
¿Qué falla en una sociedad como la nuestra, en la que los derechos de las personas están reconocidos y protegidos, para convivir con una lacra de esta magnitud? Por una parte prevalece la falta de concienciación de una sociedad en la que se ofrece sexo con carteles de neón en cada rincón de nuestra geografía pero también en anuncios de periódicos y en la propaganda que se engancha en los parabrisas. O en internet, que se ha convertido en otro gran escaparate para vender prostitución con total normalidad sin ahondar en la realidad que hay detrás de las imágenes de chicas sugerentes. Falla el sistema que permite que la intimidación y las amenazas de los traficantes sean más efectivas que los dispositivos que existen para ayudarlas. Y falla la valoración del problema por parte de muchas personas que perciben a las mujeres extranjeras como las otras y no otorgan el mismo valor a su sufrimiento.
En 2013, la ONU fijó el 30 de julio como el Día Mundial contra la Trata para concienciar sobre este problema. El objetivo de este día es que dejemos de pensar en la esclavitud como algo del pasado, en personas encadenadas y subastadas en mercados polvorientos, y comencemos a ver que es un problema que subsiste, que ha evolucionado hasta manifestarse de maneras menos obvias, más sutiles, que un contrato de propiedad de una persona sobre otra. Que está a la vuelta de la esquina o en las carreteras, detrás de los carteles luminosos que dibujan el contorno de una mujer y la palabra Club.