Que abril, como escribió en un verso célebre T.S. Eliot, es el mes más cruel, parece una verdad indiscutible. Especialmente para Manuel Chaves y José Antonio Griñán, los anteriores presidentes de Andalucía que, junto a una veintena de altos cargos socialistas, se sientan desde hace ya tres meses en el banquillo de los acusados en la macrocausa de los ERE. Tras semanas de ver desfilar a sus antiguos subordinados, que aún les guardan un respeto atávico, como suele ocurrir en las sociedades meridionales, el miércoles le tocó declarar ante la autoridad judicial a Griñán. Probablemente hoy lunes empiece a hacerlo Chaves.
Ninguno de los dos, amigos hasta que se pelearon cuando el primero no quiso aceptar el tutelaje del segundo –las sucesiones entre clanes familiares las carga el diablo–, deseaba estar donde el destino y sus actos –por acción, pero sobre todo por omisión– les han conducido. Hasta el último instante los expresidentes del PSOE, símbolos de una era de poder que, aunque menguante, todavía disfruta su heredera política, Susana Díaz, la Reina de las Marismas del Sur, intentaron evitar el trance. Primero, cuestionando desde el minuto uno a la juez instructora de la causa, Mercedes Alaya; después, agarrándose como un clavo ardiendo al aforamiento que les permitía disfrutar de un juez diferencial en vez de someterse a la justicia (imperfecta) del resto de los mortales. Pero ninguna de estas acciones defensivas les funcionó.
Hasta el último instante los expresidentes del PSOE, símbolos de una era de poder que, aunque menguante, todavía disfruta su heredera política, Susana Díaz, intentaron evitar el trance
Cuando los ardides tendidos por el PSOE en contra de Alaya por fin cayeron en terreno fértil –la ingenuidad de la magistrada, que entre ascender o seguir con el caso prefirió lo primero– ya era demasiado tarde para desmontar la derivada política de una causa que, aunque judicialmente está estancada desde que cambió la instructora, ha sobrevivido a todos los intentos de hundimiento interesado. Hasta culminar con la foto (histórica) de los dos grandes próceres del socialismo indígena en un triste banco de la Audiencia de Sevilla. Ningún juez –ni el ordinario, ni los suplentes, ni tampoco el magistrado del Supremo– les valía. Básicamente porque no creyeron nunca la versión exculpatoria, casi nihilista, que ambos, junto a sus generales, han mantenido desde el principio. No es descartable que Chaves y Griñán puedan ser declarados inocentes –decidirlo le corresponde al tribunal–, pero lo indiscutible a estas alturas es que todas sus razones se limitan a un largo rosario de excusas, fingido desconocimiento y, en los momentos críticos, la obscena práctica de un victimismo que compromete a vástagos, esposas y a sus círculos familiares.
No es descartable que Chaves y Griñán puedan ser declarados inocentes aunque todas sus razones se limiten a un largo rosario de excusas
Los relatos melodramáticos ensayados por el socialismo andaluz para contrarrestar el desgaste de imagen del caso ERE no han servido para nada. Ni siquiera para indignar a los contribuyentes, que han asumido con una tranquilidad pasmosa que el dinero de sus impuestos haya servido para pagar a pesebristas, mientras los 120.000 trabajadores afectados durante una década por expedientes de regulación de empleo en Andalucía se iban al paro con una mano delante y otra detrás. Sin ayudas institucionales. Sin esperanzas. Y, a veces, hasta sin sus indemnizaciones correspondientes. Por eso no es relevante lo que cuenten ante el tribunal. La única novedad es escénica: cómo van a decirlo.
Dado que ambos están amortizados, la radiación de los ERE sólo amenaza a Díaz, que antes de que empezara el juicio dijo que sus padrinos eran inocentes porque no se habían enriquecido
Sus argumentos, conocidos desde hace tiempo, han dejado de importar. Lo trascendente del juicio es el contraste entre la documentación (infinita) que sustenta la causa y la obstinación de ambos ante las evidencias. El PSOE indígena es una gran famiglia donde rige la omertá, el pacto de sangre (que siempre es un acuerdo de interés) y la conveniencia fenicia. La ideología, si llegó a existir alguna vez, se dejó en la cuneta hace demasiado tiempo. Susana Díaz, nada más iniciarse su mandato, intentó trazar un cordón sanitario con respecto a sus antecesores, alegando que nunca conoció, participó, ni supo absolutamente nada de las subvenciones tóxicas a empresas para que despidieran trabajadores de forma sistemática y fraudulenta. Una versión que no cree nadie que esté mínimamente informado de cómo funciona el régimen socialista en Andalucía, donde unos mandan (en todo) y otros obedecen (a cambio de la correspondiente soldada).
La sentencia del caso puede llevar a Griñán a la cárcel y a manchar el egregio retrato con el que Chaves pretendía quedar en la historia. Dado que ambos están políticamente amortizados, la radiación de los ERE sólo amenaza a Susana Díaz, que antes de que empezara el juicio dictaminó que sus padrinos eran inocentes porque no se habían enriquecido, como si adjudicar el dinero de todos a capricho fuera una práctica edificante o un generoso acto de paternalismo. Los próceres del PSOE andaluz, cimiento histórico del federal, no recuerdan nada, dicen saber menos e insisten en ignorarlo todo. Su desmemoria es su única defensa. Quien probablemente se acordará toda su vida de los ERE, si la moneda sale cruz, va a ser Díaz, a la que, tras el batacazo de las primarias, la coyuntura política en Andalucía, revuelta por el deterioro de los servicios públicos, ya no le sonríe como antaño. Aunque Ella no deje de hacerlo en cuanto se encienden las cámaras y alguien grita: “¡Acción!”.