Pensamiento

La gran barraca nacionalista

17 febrero, 2015 08:35

Si las designaciones son justas, el orden reina; si son equívocas, reina el desorden. El que confunde las designaciones corrompe el lenguaje. Las cosas prohibidas sustituyen entonces a las permitidas. La inexactitud toma el lugar de la exactitud y lo falso ocupa el sitio de lo verdadero. Allí donde reina el desorden es que las designaciones de las leyes no están en su debido punto… El príncipe de Tsi, espíritu confuso, podía servirse de la expresión shi, pero no sabía con certeza lo que esta expresión significaba.

(Del Lu Schi ch’un ts’in)

El párrafo que encabeza este artículo lo tomo de la obra de Julio Camba Haciendo de República, en la que el mordaz periodista y escritor gallego retrata con alegre severidad a los gobernantes de la Segunda República. Hará unos doce años que leí el libro de Camba, recogido en el formidable volumen Cuatro historias de la República (Destino, 2003), editado por Xavier Pericay, que agrupa textos de cuatro de los mejores periodistas españoles de todos los tiempos: el propio Camba, Chaves Nogales, Gaziel y Pla. Lo leí por recomendación de Ferran Toutain -entonces profesor y ahora amigo- y pocas veces he leído tantas páginas en tan pocos días.

Ese nacionalismo Volksgeist concibe el bilingüismo como algo aberrante que debe ser corregido

Ya entonces empezaba a intuir que, como en el país del príncipe de Tsi, en Cataluña la inexactitud toma a menudo el lugar de la exactitud y lo falso ocupa el sitio de lo verdadero. Sin ir más lejos, hacía pocos meses que conocía a Toutain, un profesor del que había oído decir por los pasillos de la facultad de periodismo que era “facha” y “anticatalán”, pero que no sólo resultó ser una de las mejores personas que he conocido, sino también una de las más liberales y, sin ninguna duda, la que más entusiasmo me ha inculcado por la lengua y la cultura catalanas.

Gracias a él empecé a leer a Gaziel y a Pla, el primero olvidado y el segundo denostado por la Cataluña oficial, y ahondé en la obra del también postergado Eugeni d’Ors. Constaté la categoría de poetas como Carles Riba -a quien Toutain sitúa, junto con otros de la edad de plata de la poesía española, a la altura de los mayores poetas europeos de su tiempo- o Joan Vinyoli, de cuyo nacimiento hizo un siglo el año pasado, aunque cualquiera lo diría a juzgar por la atención y el presupuesto que le dedicó la Generalidad, embargada por los fastos del Tricentenario. En definitiva, Toutain, ese “facha anticatalán” del que hablaban los pasillos, me abrió los ojos ante la importante riqueza de la cultura catalana.

Por otra parte, la equidad con que Toutain, catalanohablante de familia, alternaba en clase -y me consta que sigue haciéndolo- el uso del catalán y el castellano en función de la lengua de su interlocutor se encuentra en el origen de mi evolución desde poco más o menos que un monolingüismo en castellano hasta el pertinaz bilingüismo que practico hoy en día en mi vida cotidiana. En mi opinión, su equilibrada actitud hace mucho más por la vitalidad de la lengua catalana que no la de instituciones como Òmniun Cultural o Plataforma per la Llengua, que defienden disparates subvencionados como el “derecho a vivir plenamente en catalán” -otra aportación indispensable del nacionalismo catalán al acervo jurídico internacional-, menospreciando la realidad lingüística de Cataluña. Tanto es así que el derecho a vivir plenamente en catalán, basado en la falacia de la normalización lingüística, va incluso más allá que la más célebre contribución del nacionalismo a la doctrina internacionalista, el derecho a decidir. Porque si éste pretende devolvernos al feudalismo anterior a 1714, con sus señoríos y sus Cortes estamentales, aquél aspira como mínimo a retrotraernos en cuestión de usos lingüísticos al periodo anterior al Compromiso de Caspe, de 1412.

Por supuesto, Toutain no es el único que, con su actitud conciliadora, favorece que muchos catalanes castellanohablantes asumamos activamente y apreciemos el catalán como lengua propia sin para nada renunciar al castellano. Es más, considero que la mayoría de los catalanes de habla catalana han tenido históricamente una actitud parecida, o al menos esa ha sido mi experiencia personal, fundamentalmente vinculada -es cierto- a mi Barcelona natal. Conocer y hacer amistad con Toutain, y con otros como Valentí Puig, Xavier Pericay o Francesc de Carreras, me ha hecho valorar en su justa medida algo que anteriormente no había valorado lo suficiente, la naturalidad con que muchos catalanohablantes asumen el castellano como lengua propia sin renunciar para nada al catalán. A mi juicio, esa es la auténtica normalización lingüística de Cataluña, basada en la reciprocidad entre catalanes castellanohablantes y catalanohablantes, y no en la distinción del catalán como única lengua propia de Cataluña. De ahí que a mi modo de ver, cuando los nacionalistas dicen que en Cataluña no existe un conflicto social en torno a la lengua -que es lo que dicen siempre para evitar el debate sobre la inmersión lingüística-, llevan razón. Pero no ven, o mejor, no quieren ver que eso no es así gracias a su política lingüística -inmersión, normalización y demás imposiciones lingüísticas-, sino precisamente a pesar de ella.

De un tiempo a esta parte los nacionalistas se han autoerigido en representación exclusiva y abusiva de la catalanidad

Por desgracia, de un tiempo a esta parte los nacionalistas se han autoerigido en representación exclusiva y abusiva de la catalanidad y han logrado diseminar entre la opinión pública su apocalíptica visión de la realidad lingüística catalana incluso entre capas de la población tradicionalmente renuentes a sus planteamientos. Ese nacionalismo Volksgeist -abrazado tanto por catalanohablantes como por castellanohablantes- concibe el bilingüismo como algo aberrante que debe ser corregido o, en el mejor de los casos, tolerado en el sentido de “sufrir, llevar con paciencia, resistir, soportar o permitir algo que no se tiene por lícito” -véanse las tres primeras acepciones del diccionario de la Real Academia Española-, pero nunca como una seña de identidad de la sociedad catalana.

Los mismos que aseguran que en su Cataluña independiente -no se sabe muy bien si de España, de la Unión Europea o de la realidad misma- se respetará el castellano sueltan como si tal cosa salvajadas como la que dijo la presidenta de Òmnium Cultural, Muriel Casals, sobre la pretensión de la presidenta del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho, de escolarizar a su hijo en un sistema que no excluya el castellano como lengua docente. “Estos padres están maltratando a sus hijos”, echó Casals por aquella boca, y añadió: “los están usando y están abusando de ellos”. (Véase, ¡hace falta estómago!, el vídeo) Curiosa manera de usar y abusar de sus hijos, pretender que estudien también en su lengua materna. ¡A quién se le ocurre!

Lamentablemente, desvaríos como el de Casals están a la orden del día últimamente en Cataluña. En este sentido, me permito recomendar a mis lectores la lectura del artículo que publiqué ayer en mi blog, en el que relato tres anécdotas que son fiel trasunto de esa lógica perversa según la cual educar también en castellano a un niño castellanohablante constituye un maltrato y un abuso, o dirigirse en castellano a un adulto castellanohablante hecho y derecho constituye una discriminación. Remedando una frase de Camba en el prefacio de Haciendo de República, me atrevo a decirles: ¡Pasen, señores, pasen! Pasen y podrán observar los fenómenos nunca vistos de nuestra gran barraca nacionalista.