Las polémicas declaraciones del vicepresidente segundo del gobierno, en las que comparaba el exilio republicano con la huida de Puigdemont y sus secuaces, han sido contestadas ampliamente. La vanidad y soberbia de Pablo Iglesias no tiene límites y ha respondido al aluvión de críticas que ha recibido con el argumento de que no será él quien criminalice el independentismo. Lleva razón, no es necesario, el independentismo se criminaliza solo.

En el léxico andaluz se emplea una palabra --no reconocida aún por la RAE-- que define muy bien este tipo de personas que se expresan con tanta contundencia, premeditación y alevosía sobre temas que dicen conocer. El bilorio es aquel sujeto que pretende pasar por listo, pero no sabe el terreno que pisa. Es un individuo que se muestra sin pudor ni complejo alguno, alardeando de su sabiduría.

Es propio de estas personas no tener una conciencia clara del lugar que ocupan en el mundo o, en su caso, en el gobierno. Un bilorio es aquél que se abona a las banalidades y las transmite como sentencias, que se comporta de un modo infantil o quiere impresionar con una sarta de llamativas tonterías. Además, en muchos pueblos del suroeste español son muy comunes las expresiones “es un tonto bilorio” o tiene “cara de bilorio”, dedicadas al individuo que persiste en su idiocia, pese a que sus amigos o el vecindario ya lo tienen identificado como tal.

Quizás la crítica más breve y precisa que se ha publicado sobre el comentario de Iglesias haya sido la que Julián Casanova le ha dedicado en las redes y que concluía con una palabra: Respeto. Es cierto, Iglesias ha faltado al respeto a la memoria de los exiliados y sus descendientes y, por extensión, ha demostrado un conocimiento maniqueo de la historia de España más reciente, además de una incomprensible y reiterada fascinación por los ultranacionalistas que, incluso, como en el caso de su portavoz Asens nutre de fanatismo su bancada.

Decía Chamfort que había tres cosas que le molestaban en lo moral y en lo físico, fuera en su sentido literal o en el figurado: el ruido, el viento y el humo. En estos dificilísimos momentos que estamos viviendo, la ciudadanía necesita discursos claros y razonados que despejen la incertidumbre y la ansiedad, y no declaraciones con ruido y humo que nada aportan y tanto entorpecen al mirar al horizonte o hacia la salida del túnel donde nos encontramos. Las palabras de Iglesias no son el garbanzo en el zapato que molesta al caminar, son una patada constante al tobillo de la democracia.

Pese a todo, es moneda común entre los seguidores podemitas ensalzar la sabiduría de Iglesias. Nadie duda de ella, otro asunto es su inteligencia para aplicarla. Cuentan que en cierta ocasión Cánovas se quedó prendado de un político por su conocimiento y lo nombró ministro. Al poco tiempo, se pudo comprobar que no servía para el ministerio y el presidente del gobierno forzó una crisis para dejarlo fuera del gabinete. Un amigo le preguntó a Cánovas qué había ocurrido para prescindir de un hombre tan sabio, y le contestó: “Es un tonto adulterado por el estudio”. Es decir, un bilorio.