Las informaciones sobre los actos franquistas solían utilizar, sobre todo en sus versiones más serviles --lo eran todas, pero en algunos casos excelían en ello--, una expresión que siempre me pareció particularmente grotesca: “los gritos de rigor”. Esta expresión era empleada a menudo como cierre de una crónica, por ejemplo con esta frase: “El acto terminó con los asistentes puestos en pie y dando los gritos de rigor”. Siempre me pareció un término curioso, tanto por lo de “gritos” como por el añadido “de rigor”. No se me ocurrió que, muchos años después, sería precisamente esta misma expresión la que me vendría a la memoria para reflejar lo que siento con frecuencia al oír lemas y fórmulas de propaganda del separatismo catalán.

Más allá de la celebérrima e insistente forma de reivindicar la independencia de Cataluña --“in-inde-independèn-cia”--, que es por definición el “grito de rigor” por antonomasia, los hábiles propagandistas del secesionismo han popularizado otras frases: “els carrers seran sempre nostres” (“las calles serán siempre nuestras”), “ni un pas enrere” (“ni un paso atrás”), “volem votar” (“queremos votar”), “això va de democràcia” (“esto va de democracia”), “fora les forces d’ocupació” (“fuera las fuerzas de ocupación”), “llibertat presos polítics” (“libertad presos políticos”), “som gent de pau” (“somos gente de paz”)… Todas ellas son frases de una simplicidad absoluta, que han obtenido una resonancia enorme por parte de los muchos miles de participantes y asistentes a las manifestaciones, concentraciones y todo tipo de actos que el separatismo ha celebrado durante estos últimos años en Barcelona y en el conjunto de Cataluña.

En muchos casos son frases más que discutibles: ¿las calles no deben ser siempre de todos, no solo de algunos?, ¿es conveniente u oportuno seguir dando pasos adelante aun cuando uno sabe y ha comprobado que va por una vía equivocada, que conduce a un callejón sin salida o, lo que todavía es mucho peor, a un despeñadero o precipicio?, ¿en este país no estamos votando muy a menudo desde hace ya más de 40 años, en toda clase de elecciones y referéndums?, ¿qué cosa es la democracia sino un Estado social y democrático de derecho?, ¿los ahora tan vituperados Mossos d’Esquadra también son “fuerzas de ocupación”, de verdad lo son la Policía Nacional y la Guardia Civil?, ¿realmente son “presos políticos” los condenados por tribunales de un Estado social y democrático de derecho, o son simplemente “políticos presos”?, ¿son “gente de paz” quienes incendian contenedores, papeleras y toda clase de elementos de mobiliario urbano, sillas, mesas y toldos de bares y restaurantes, coches y motos aparcadas en las calles, quienes lanzan artefactos explosivos y cohetes, adoquines arrancados del suelo, potentes proyectiles, objetos punzantes y grandes vallas, provocando desolación y caos en las calles, avenidas y plazas más céntricas de la ciudad de Barcelona, en otras poblaciones catalanas e incluso en importantes infraestructuras públicas, con todo cuanto ello tiene de gravemente perjudicial no solo para la economía catalana, sino sobre todo para la pura y simple convivencia ciudadana libre, pacífica y ordenada?

Una de las más recientes incorporaciones a este catálogo de “gritos de rigor” tiene su enjundia muy particular: “no pegueu als nostres nois” (“no peguéis a nuestros chicos”). La repetían con insistencia, coreadas por muchos otros manifestantes, algunas mujeres que así increpaban a los agentes policiales que intentaban contener y dispersar a unos pocos centenares de jóvenes que, al igual que en otros atardeceres y en otras noches, proseguían con sus actos violentos en el mismísimo centro de la capital catalana. Aquellas mujeres, que en algunos casos tal vez eran abuelas, madres, compañeras o hermanas de aquellos vándalos, parecían exigir un trato especial a “sus chicos”, supongo que por algún derecho adquirido o de sangre, por algún mérito particular… A buen seguro que este nuevo “grito de rigor” puede acabar haciendo fortuna por otros lares. Si se extiende esta concepción tan peculiar sobre “nuestros chicos”, que obviamente comporta la existencia de “otros chicos que no son los nuestros”, en Cataluña podemos vivir toda clase de enfrentamientos. Porque yo me planteo qué podría ocurrir cuando, si algún día se pudiera dar el caso, algunos grupos de vándalos de otra índole --política, social o simplemente delictiva-- atentasen de un modo similar contra la libre y ordenada convivencia pacífica de aquellas mujeres que con tanto ardor exigían que “no pegasen a sus chicos”, ¿reclamarían también que “no pegasen a esos otros chicos que no son los nuestros”?

Lo realmente grave y preocupante es que a esto nos han conducido todos los líderes políticos y sociales de la ya definitivamente fracasada vía unilateral a la independencia de Cataluña. Sin excepción ninguna. Unos por acción, otros por complicidad, los más por simple omisión. Todos por cobardía. Porque han sido y siguen siendo incapaces de reconocer en público que engañaron a sabiendas a centenares y centenares de miles de sus conciudadanos, embarcándoles en una embarcación condenada de antemano al naufragio.

Ahora recogen los funestos frutos de su tremenda estafa política. La violencia incontrolada es la consecuencia inevitable de la gran frustración provocada por la constatación del fracaso, de la derrota, del fin de una ensoñación sin base ni fundamento ninguno. Es la triste y desgraciada victoria de algo que uno de esos iluminados ideólogos del separatismo ha calificado como “la violencia pacífica”. ¿Será este el nuevo “grito de rigor”?