El pasado 10 de octubre, en una entrevista en El Mundo, Pablo Casado aseguró con rotundidad que España estaba quebrada. El argumento implícito fue un nivel de deuda pública del 119,9% del PIB en 2020 y el explícito la compra masiva de bonos españoles por parte del BCE. Es una novedad que lo diga el líder de la oposición, pero es una vieja canción que con escaso éxito llevan repitiendo numerosos economistas neoliberales desde hace más de 10 años.

Los motivos por los que Pablo Casado falla en el diagnóstico son los siguientes:

1) Numerosos países poseen una deuda pública superior al 100% del PIB. Entre ellos, en 2020 estaban Japón (256,2%), Singapur (128,4%), EEUU (127,1%) y Reino Unido (107,1%). En la zona euro, siete de las 19 naciones tenían una deuda superior al PIB y el nivel medio de la anterior ratio se situaba en el 97,8%. Ningún banco central u organismo económico internacional considera que las anteriores pueden quebrar.

En algunos países, como Bélgica e Italia, dicha ratio es muy elevada desde hace décadas. En gran medida, constituía una consecuencia de un modelo económico diferente al de la mayoría de los vecinos. Históricamente, el sector público actuaba como un gran inversor, impulsaba el PIB y los residentes en la nación compraban casi toda la deuda emitida.

En el caso de España, una deuda pública/PIB tan elevada no es una constante histórica, pues en 2007 el anterior cociente se situó en el 35,8% y era uno de los más reducidos de Europa Occidental. En cambio, sí es el resultado de un doble rescate del sector privado por el público. La primera vez, después de la explosión de la burbuja inmobiliaria; la segunda, durante la crisis económica generada por el Covid-19, siendo la última una alternativa adoptada por cada uno de los países desarrollados.

2) El BCE compra deuda de todas las naciones de la zona euro. Desde marzo de 2015 hasta la irrupción del Covid-19 lo hizo por tres motivos: aumentar el nivel de la inflación, impulsar la recuperación de la eurozona y mantener a un bajo nivel la prima de riesgo de cualquier país del área.

Durante la pandemia, el BCE ha aumentado considerablemente el nivel de sus adquisiciones. Lo ha hecho para que el sector público pudiera financiar a un tipo de interés muy bajo el rescate del sector privado. Si no hubieran actuado los principales bancos centrales del mundo, dicho rescate hubiera sido imposible y habrían desaparecido muchas más empresas y puestos de trabajo. Así pues, en 2022 ningún país desarrollado hubiera conseguido superar el nivel de empleo y PIB de 2019, tal y como previsiblemente lograrán la inmensa mayoría.

3) Los países que quiebran son los que pasan por una aguda recesión. Por regla general, las naciones que impagan su deuda sufren una abrupta caída de su PIB en el mismo ejercicio o padecen desde hace varios años una notable contracción económica. La disminución en su producción merma su capacidad de pago, lleva a la desconfianza a los acreedores y provoca un gran aumento de la prima de riesgo.

Para evitar el impago y reducir dicha prima, la mayoría de los países optan por aumentar los impuestos y reducir el gasto. El objetivo es disminuir el déficit presupuestario para volver a conseguir la confianza de los inversores. No obstante, rara vez se obtiene, pues el malestar de la población impide un gran ajuste de la anterior variable (por ejemplo, Argentina en el año 2000) o porque a los inversionistas la reducción del desequilibrio en las cuentas públicas, sea casi de la magnitud que sea, les parece insuficiente.

No obstante, jamás ha quebrado un país inmerso en una gran expansión económica, como será el caso de España en 2021 y 2022. Según el FMI, en los anteriores años, nuestro país crecerá el 5,7% y el 6,4%, respectivamente. En ambos ejercicios, lo hará más que en cualesquiera otros desde la llegada de la democracia y su nivel de crecimiento en el segundo será más elevado que el de ninguna otra nación avanzada.

4) La mayoría de los países quebrados tienen una elevada parte de su deuda denominada en moneda extranjera. Casi todos los Tesoros del mundo prefieren emitir deuda en divisa nacional que foránea, incluso si el tipo de interés de la primera es superior al de la segunda. La principal ventaja está en que aquélla puede ser comprada de forma ilimitada por su banco central, pues para hacerlo solo debe crear dinero, siendo esta una de sus funciones. De esta manera, la posibilidad de impago es nula, pues dicho banco condonaría a la Administración el importe de los bonos adquiridos, si el país tuviera grandes problemas económicos.

En cambio, si sus reservas de divisas son escasas, como suele suceder con las naciones en dificultades, el banco central difícilmente podrá comprar una sustancial parte de la deuda emitida en moneda extranjera. Si crea mucho más dinero, inicialmente se lo impedirá la gran depreciación de la divisa nacional y posteriormente la negativa de los acreedores a intercambiar bonos en dólares por bolívares, pesos o lempiras. Además, la elevada inflación generada agravará el desastre económico y transformará el impago en inevitable.

En la actualidad, el porcentaje de deuda pública española emitida en moneda extranjera no llega al 1%. Por tanto, la probabilidad de que a nuestro país le pase lo que le ha sucedido en distintos períodos a Brasil, Venezuela o Argentina es nula, diga lo que diga el líder del PP.

5) La austeridad no volverá. En 2011, Portugal fue rescatado por la Unión Europea y el FMI. En agosto de 2012, una elevadísima prima de riesgo puso en problemas a España e Italia. Los tres anteriores países fueron víctimas de la austeridad decretada por la Comisión Europea (CE) en mayo de 2010, un período en el que Bruselas dio mucha más importancia a una rápida reducción del déficit público que a la recuperación de los niveles previos de producción y empleo.

Aunque algunos economistas neoliberales y políticos de la derecha lo deseen, la austeridad no volverá. La CE ha aprendido de los errores cometidos en el pasado y la reducción del déficit y de la deuda pública será progresiva y ajustada a las condiciones macroeconómicas de cada uno de los países integrantes de la UE.

En definitiva, Pablo Casado ha cometido un gran error. Ha confundido sus deseos con la realidad. Al querer desprestigiar al Gobierno, ha desacreditado España. Y ha errado el tiro, pues en materia económica es donde menos daño puede hacerle al Ejecutivo, dadas las magníficas perspectivas de nuestro país.

Afortunadamente, nuestro futuro pinta mucho mejor que nuestro reciente pasado. Una muy diferente política económica de la CE, la recepción de 140.000 millones de euros de fondos europeos entre 2021 y 2027 y unos tipos de interés bajos durante bastante tiempo serán los fundamentos en los que se sustentará nuestro éxito.