Pensamiento

El terrorismo es lo que parece

6 julio, 2015 04:54

Al día siguiente de los atentados yihadistas de Francia, Túnez, Kuwait y Somalia, que causaron 116 muertos, Moisés Naím publicó un artículo en El País titulado “El terrorismo no es lo que parece”. No conozco la ideología política del prestigioso analista pero me ha sorprendido mucho el contenido de este artículo.

Empieza afirmando que no hay evidencia de que estos atentados “hayan sido coordinados o que respondan a un plan conjunto”. Teniendo en cuenta que estamos ante el aniversario de la creación del Estado Islámico, que los islamistas son muy fetichistas en esto de celebrar con bombas las fechas señaladas en su particular calendario, y que, según la teoría de probabilidades, es casi imposible esa coincidencia del terror, resulta inquietante que el profesor Naím inicie su artículo con esa premisa.

Si seguimos leyendo nos damos cuenta de que el propósito de este preámbulo es hacer encajar los hechos para presentarlos como una réplica a la teoría del choque de civilizaciones del profesor Huntington, que pone el acento en el enfrentamiento entre identidades, culturas y religiones. La realidad no confirmaría esta teoría porque los conflictos actuales se están dando “más dentro de las civilizaciones que entre ellas”. El choque sería intra, ni ínter. El “conflicto más sangriento del siglo XXI” no sería, como nos dicen los telediarios y “la retórica oficial”, “entre musulmanes radicales y los que no lo son”, sino entre “terroristas islámicos y la mayoría musulmana”. O sea, terrorismo intra. En el otro lado, o sea, EEUU, tampoco los terroristas islámicos son el principal problema, sino los “estadounidenses racistas”. ¿Argumento? Las estadísticas: “las estadísticas son abrumadoras”. Veamos cómo nos abruman.

El propósito de Naím es hacer encajar los hechos para presentarlos como una réplica a la teoría del choque de civilizaciones del profesor Huntington

El 82% de las víctimas por terrorismo en 2013 lo han sido en Oriente Medio, Asia y África, mientras que sólo un 5% en países de la OCDE (34 países). En el Índice de Terrorismo, Francia ocupa, por ejemplo, el puesto 56. Otra estadística sorprendente: dice Naím que en EEUU, desde el 11S los terroristas racistas no musulmanes han matado a 48 personas, mientras que los terroristas musulmanes, sólo a 26. Es evidente que el terrorismo intra es mucho peor que el ínter o venido de fuera. Los números cantan... La conclusión es que en el futuro todo seguirá igual: “las principales víctimas de los terroristas islámicos seguirán siendo sus correligionarios” y “los racistas estadounidenses seguirán siendo una importante amenaza para sus compatriotas”.

Resumamos la teoría intraterrorista del profesor Naïm: en el mundo no hay choque de civilizaciones sino dos tipos de terrorismo importantes: el islamista y el racista. El islamista estadísticamente es insignificante en la mayoría de los países (incluida España, Francia, Inglaterra y EEUU, que han sufrido brutales atentados), mientras que sí lo es en Oriente Medio, Asia y algún país de África. EEUU tiene, por el contrario, un gran problema: el del terrorismo racista interior, cuyo ejemplo más claro es el del joven Dylann Roof que acaba de matar a 9 personas en una iglesia. Conclusión: “el terrorismo no es lo que parece”.

Los errores son tan de bulto, el razonamiento tan poco científico que acaso yo no haya entendido nada de lo que ha querido decirnos. Veamos:

1) No se pueden comparar realidades diferentes. El terrorismo islámico no es lo mismo que el fenómeno de la violencia racista. Los muertos son muertos, la muerte violenta los iguala a todos; pero no son iguales ni los asesinos, ni la organización que los incita, sostiene y ampara, ni los motivos y propósitos por los que asesinan, ni el modo como realizan sus asesinatos. Hacer estas diferencias nada tiene que ver con minimizar o trivializar unos asesinatos frente a otros. Todo es igualmente repugnante, abominable y perseguible. Pero es imprescindible, para ser eficaz en la lucha contra estas amenazas, el saber quiénes matan, por qué, qué persiguen, cómo se organizan unos y otros.

2) Puestos a establecer comparaciones sobre la base estadística de los asesinatos, no se entiende por qué el profesor Naím se fija sólo en la violencia racista de EEUU y no en la violencia machista, la de los psicópatas, la de los suicidas de la carretera, la de los narcotraficantes o la de las guerras tribales de África, estadísticamente mucho más relevante. ¿Y por qué EEUU y no Méjico, Venezuela, Colombia, el Congo o España? ¿Por qué no llamar también a toda esta violencia terrorismo, y sí al racismo?

3) Los números y porcentajes no pueden manipularse ad hoc y utilizarlos parcialmente para defender posiciones previas. El hecho terrible de que el terrorismo yihadista mate a miles de musulmanes inocentes, mucho más que a no musulmanes, no atenúa ni hace menos terrible los atentados de Túnez, Francia, Atocha o el 11-S.

4) No se puede meter en el mismo saco roto a los asesinatos entre musulmanes y los asesinatos de musulmanes contra europeos y occidentales. En el caso del terrorismo islámico hay varios factores a tener en cuenta: el asesinato de infieles por el hecho de serlo, el asesinato de correligionarios que rivalizan entre sí (chiíes contra suníes, Estado Islámico contra Al Quaeda), el asesinato de otras etnias y tribus por el hecho de serlo, etc. Podemos ayudar a erradicar este terrorismo interior, pero la solución a este complejísimo choque de intereses, creencias, sentimientos de pertenencia y fanatismos, no está en nuestras manos (la de los no musulmanes, según la división de Naím), sino en la de los propios musulmanes. Sí está en nuestras manos, en cambio, defendernos y perseguir el terrorismo islámico que se extiende por Europa, Occidente y África, así como combatir la violencia de todo tipo que se produce en nuestras sociedades (racista, machista, etc.).

5) La peligrosidad del terrorismo islámico o yihadista no se mide por ese 5% que esgrime Naím, sino por la capacidad para propagar el terror, por su determinación fanática, por su organización, por la simplicidad y eficacia de sus mensajes, por los efectos paralizantes de las imágenes del horror que propagan, con la seducción patológica y el contagio que produce entre los jóvenes, por el gran número de musulmanes que vive en nuestros países que, lejos de combatir a los terroristas que hablan en su nombre, guardan silencio o aprueban sus actos más o menos abiertamente. Reducir esta amenaza a un asunto cuantitativo comparativo, no cualitativo, y sin tener en cuenta, además, que si el terrorismo islámico no incrementa las estadísticas es porque está siendo combatido con muchos medios y coordinación internacional.

La democracia necesita que las cosas importantes sean lo que parecen y parezcan lo que son

Sigo preguntándome qué ha querido decirnos el analista global con eso de que “el terrorismo no es lo que parece”. Yo no creo en la teoría del choque de civilizaciones ni en su contraria, la de alianza de civilizaciones. Civilización es palabra demasiado omnímoda y omnívora como para utilizarla frívolamente. Seamos más modestos, hablemos de culturas, modos de vida, formas de organización social, etc. La democracia es la mejor defensa que tenemos contra la barbarie terrorista. Pero la democracia se asienta y vive de la información objetiva y la verdad. La democracia necesita que las cosas importantes sean lo que parecen y parezcan lo que son. Una cosa tan seria como el terror y el horror no puede estar sometida a interpretaciones caprichosas, y más cuando se escudan en estadísticas, prestigios intelectuales o influyentes medios de comunicación.

No, desgraciadamente el terrorismo es lo que parece. A europeos y occidentales nos cuesta reconocerlo, precisamente porque en nuestras sociedades el fenómeno de violencia político-religiosa, del fanatismo totalitario, ha sido combatido y derrotado, no sin causar antes millones de muertos. Esta estadística sí que nos abruma. No queremos repetirla, y por eso hemos de tomarnos el terrorismo como lo que es y como lo que parece. No sólo el terrorismo, sino todos los gérmenes patógenos, antidemocráticos y totalitarios que amenazan la convivencia, la paz, la justicia, la libertad y derecho en nuestras sociedades.

Cada fenómeno hay que analizarlo por separado y luego ver qué tiene y no tiene en común con otros. El independentismo, por ejemplo, es un movimiento de raíz totalitaria, intimidatorio y excluyente, pero no es terrorismo. No nos permite esto, sin embargo, decir que “no es lo que parece”. En este error han caído tantos, sobre todo políticos y analistas, que han quedado desarmados para verlo, describirlo, rechazarlo y combatirlo. El independentismo también es lo que parece y parece lo que es: una amenaza para nuestra democracia. Mirar para otro lado o decir que no es lo que parece, cada día resulta más difícil de sostener si no es con mala fe, por cobardía, miedo, conveniencia o puro interés. La democracia se desmorona cuando las cosas evidentes (la corrupción, por ejemplo, o la mentira insultante del “España nos roba”) dejan de ser lo que son y lo que parecen para pasar a ser opinables, conjeturales, interpretables, discutibles... Cuando los expertos, analistas y responsables políticos nos dicen que los abusos y tropelías no son para tanto, porque “no son lo que parecen”... Entonces sí que empezamos a estar verdaderamente preocupados.