Gonzalo Boye, abogado de Puigdemont, se apodera de la victoria de Andreu Van den Eynde, defensor de Oriol Juqueras, a la hora de capitalizar la inmunidad de su cliente en el territorio de la UE. En el Tribunal de Luxemburgo se ha impuesto la vía Junqueras, pero aunque Van den Eynde pida la inmediata excarcelación de su defendido, el líder de ERC permanecerá de momento en prisión. Junqueras pone la cara, su partido trata de hallar una vía de negociación con Madrid para la investidura de Sánchez, pero sigue en Lledoners. Mientras tanto, Puigdemont, duerme en Waterloo, entra con su acreditación en el Parlamento Europeo y prepara el aggiornamento de JxCat en las próximas elecciones autonómicas. Partiendo de esta correlación, Boye degusta las mieles de una batalla judicial que no ha librado, pero que hace suya con los argumentos de Van den Eynde.

Boye vive del do ut des, el beneficio recíproco respecto al enemigo, pero él no lo practica; suele quedarse con todo. El abogado afirma que la justicia europea ha reprendido a España, sin admitir que ambas justicias son la misma, como dicen los tratados de la Unión. Utiliza las euroórdenes y el suplicatorio no enviado a la Eurocámara --era necesario para juzgar a Oriol Junqueras-- para poner de relieve el revés que ha recibido el Tribunal Supremo por parte del Tribunal de Justicia de la UE. Aprovecha el momento y lo extrapola para ganar en los medios lo que perdió en la Sala de lo Penal, que preside Marchena. Lleva Luxemburgo a su terreno: "Europa nos da la razón y pone patas arriba el juicio al procés y sus sentencias". Él sabe que eso no es así y casi nadie la da la razón. Pero al letrado nunca le tiembla el pulso, aunque el olfato lo tenga en Cuenca. Quiere tomar la parte por el todo; ganar el partido sin reflejo en el marcador (como le ocurrió al Madrid la noche del clásico). No es la primera vez que incurre en semejante sinécdoque. Ya le ocurrió con algunas de sus apuestas por clientes difíciles, como la del narco Sito Miñanco o Edward Snowden, y otros, como el caso Guantánamo o un intrincado y vergonzoso asunto de la banda terrorista ETA.

Mucho antes de transformarse en uno de los abogados más polémicos, Boye pasó por la prisión por participar en el entorno del secuestro de Emiliano Revilla, dueño de un emporio cárnico y objetivo de ETA en los noventa. Por aquel entonces la organización terrorista extorsionaba a empresarios de gran proyección para financiar sus actividades. Chileno de nacimiento, Boye se trasladó a Europa conectado, dice él, con los entornos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una insurgencia sacrificada del Cono Sur, que nunca le aceptó como militante. El MIR fue una organización izquierdista que combatió al dictador chileno Pinochet, pero lo hizo con una miopía de bulto, que acabó influyendo y desencadenando la caída del presidente Salvador Allende.

Gonzalo Boye / PEPE FARRUQO

Gonzalo Boye / PEPE FARRUQO

Ya en España, Boye habría fundado una empresa junto a René Valenzuela y habría prestado sus servicios a grupos radicales europeos, entre ellos ETA para preparar la logística del secuestro de Revilla. Boye fue condenado y pasó la mayor parte de su condena estudiando derecho por la UNED; cuando salió libre, lo hizo con la túnica de letrado. Su condena incluía el pago de una suma importante de dinero, como compensación civil del daño causado, que sin embargo no fue exigida en la ejecución de la sentencia. Se estrenó como abogado en el juicio del 11M, precisamente en la defensa de una mujer chilena que había perdido a su marido en los atentados. Aquel juicio fue el inicio de otras causas de enorme carga simbólica. Defendió al Centro Palestino para los Derechos Humanos contra el exministro de defensa israelí Binyamin Ben-Eliezer por bombardear Gaza. Y un tiempo después se involucró en una querella contra los asesores jurídicos de George W. Bush por la detención ilegal y el traslado de prisioneros internacionales a la prisión de Guantánamo.

Pagó caro lo de Revilla pero supo hacerse perdonar adquiriendo una visibilidad poliédrica en instantes procesales menores de grandes casos. Sus tangentes con el lado oscuro de las instituciones le han acompañado siempre. Hoy, lejos de los comienzos, su cabeza romana, coronada de falso laurel por el Tribunal de Luxemburgo, luce en los restaurantes de la Grand Place de Bruselas, aquel enclave del exilio al que Mario Onaindia (el polimili arrepentido) dedicó su ópera prima en clave de novela.

En fin, Boye, el exabogado del narco Sito Miñanco, conseguidor de Torra y defensor de Puigdemont, acapara incredulidad; puede celebrar su gloria efímera poniéndose hasta arriba de moules rebozados acompañados de patatas fritas. Cumplirá con la costumbre inveterada de la cocina belga, un rigor necesario para ser alguien en Europa, con el estómago protegido por el Alka-Seltzer, después de ingerir los añejos bivalvos del Mar del Norte; o de repartir dos medias raciones con los escargots à la bourguignonne, a la gala, de muy buen ver, pero de insulso degustar.

El letrado extrañamente familiarizado con los abismos del derecho pasea por la UE la base doctrinal de la Cataluña republicana, esperanza de la nada. Es parte de un remolino populista que enmaraña la convivencia a base de laberintos judiciales. Con el penacho de la Unión colgado del cuello, Gonzalo Boye es un fariseo de los que levantan rizomas indescifrables para debilitar el único espacio de disenso que queda en el planeta. Defiende la Europa de las garantías, pero siembra la eurofobia.