El lamentable episodio que vivimos este mes de agosto con el Open Arms frente a las costas italianas dio lugar a un tuit de Marcos de Quinto, número dos de facto y estrella emergente de Ciudadanos, con frases como “bien comidos pasajeros”, refiriéndose a los inmigrantes a bordo del barco. No pretendo sumarme a las críticas que generó, pues la frase habla por sí sola y a Marcos de Quinto ya se le empieza a conocer por sus virtudes y sus defectos. Hace unas semanas me refería a unas declaraciones suyas en las que legitimaba las diferencias de ingresos entre Messi y un cuidador de césped, argumentando que el primero tiene talento. Respetando su gran trayectoria como directivo, creo que su incorporación a la política es reflejo de algunas derivas de nuestros tiempos.
Por una parte, la fascinación de las élites por el dinero, que habrá existido siempre pero dudo que con la misma intensidad que en nuestros días. Nada despierta más reconocimiento que el enriquecerse. Acumular fortuna como accionista o directivo conlleva una admiración que va más allá de lo estrictamente económico. Se supone que quien acumula riqueza posee, de manera natural, unas cualidades innatas para, por ejemplo, la política. De ahí esa consideración de que la política hay que gestionarla como una empresa, y de que necesitamos gestores y no políticos. Mis dudas al respecto son muchas.
Por otra, la conformación de un cuerpo doctrinal, alrededor de unas palabras mágicas, para legitimar desigualdades imposibles de entender. Así, especialmente desde universidades de élite y business schools, se ha generado una especie de diccionario de conceptos, a menudo vacuos, entre los que destaca el “talento”. Cuando cuestiono el por qué un alto directivo puede tener un salario varios cientos de veces superior al de un empleado de su misma empresa, habitualmente se me responde: es cuestión de talento. A esta palabra añadamos concepciones tan singulares como interesadas de conceptos como meritocracia, creación de valor, capacidad disruptiva o igualdad de oportunidades, y nos encontraremos con todo un discurso de corte académico que resulta muy útil para legitimar las enormes diferencias entre unos y otros.
Finalmente, el triste momento de la política que, incapaz de conformar programas coherentes y de formar buenos políticos, debe recurrir a los “fichajes estrella” para reforzar su imagen. Una dinámica generalizada en todos los partidos, pero que lamento especialmente en el caso de Ciudadanos pues, precisamente, vino para superar vicios de la vieja política y defender un discurso verdaderamente liberal, que va más allá de la desregulación y la bajada de impuestos. Me temo que va camino de alejarse de su vocación inicial.
Una sociedad avanzada y bien regulada necesita de todos. De empresarios que, asumiendo riesgo, generan bienestar colectivo y acumulan riqueza personal. De directivos, como Marcos de Quinto, capaces de gobernar enormes corporaciones empresariales. Y de políticos capaces de conducir algo tan complejo y sensible como los intereses colectivos. Cuando este engranaje funciona, se genera riqueza y ésta es compartida de manera justa, que no idéntica, por todos. No es, precisamente, el signo de los tiempos.