Estos días hemos vivido un nuevo episodio en la batalla entre taxi y VTC. Que se haya desconvocado la huelga del taxi, no representa la finalización del conflicto. Veremos muchos más capítulos de un combate que resulta paradigmático de la mayor contradicción de nuestros tiempos: una revolución tecnológica que genera una mayor riqueza pero que, sin embargo, sacude y fractura las sociedades, especialmente las occidentales.
En el caso que nos ocupa, tras ese mejor servicio que pueda ofrecer Uber o Cabify, se dan tres dinámicas. La acumulación de riqueza por parte de los emprendedores que diseñan y gestionan las plataformas digitales; el miedo de los profesionales del taxi ante una competencia menos regulada y peor retribuida; y las condiciones laborales de los conductores VTC, cuya remuneración es claramente inferior a lo que venía siendo normal para un taxista.
Una dinámica que no es en absoluto distinta a la que comporta la emergencia de muchas otras empresas, como Amazon. Su propietario es el hombre más rico del mundo, mucho comercio tradicional desaparece por no poder competir con dicha multinacional digital, y los repartidores no hacen más que malvivir con sus retribuciones. La única diferencia entre el malestar que genera Amazon y el de las VTC, es que el taxi tiene capacidad de movilización y ocupación del espacio público, cuando no de coacción.
La conflictividad perdurará, y me temo que por mucho tiempo. El necesario para que la Administración, la que debe atender los intereses del conjunto de ciudadanos, sea capaz de regular acertadamente la innovación tecnológica. De conseguirlo, los emprendedores se enriquecerán pero, simultáneamente, el conjunto de la sociedad se aprovechará de esa mayor riqueza que genera la tecnología. Ello, hoy, no ocurre en absoluto.
Una tarea titánica pues, por una parte, la tecnología avanza a una velocidad muy superior a la de la Administración, a la que corresponde regular la aplicación de dichos avances. Mientras que, por otra, la legislación debería ser, en buena medida, de ámbito europeo. Una aspiración quimérica dada la fragmentación de la Unión, con sus 27 estados miembros, y la diversidad de intereses entre unos y otros.
Hablamos de innovación tecnológica, pero la semana que venimos de padecer ha sido una muestra, también, de innovación social. Los conflictos laborales que había conocido a lo largo de mi vida, eran entre empresa y trabajadores, o entre administración y funcionarios. Esta, sin embargo, se ha visualizado como una batalla entre trabajadores ocupando, unos, la Gran Vía y, otros, la Diagonal.
Hace años, los más sabios aseguraban que la globalización y la digitalización eran dos fuerzas que, por sí solas, nos llevarían a un mundo feliz. Me parece que, sin política, nos llevarán a muchos episodios tan lamentables como el vivido. Unos días de extrema radicalización entre trabajadores que comparten mucho más de lo que les separa pues, unos y otros, simplemente aspiran a llegar a final de mes con una cierta dignidad.
Si la política fuera capaz de gobernar la digitalización del servicio y regularlo adecuadamente, taxistas y conductores VTC podrían aspirar, todos, a unas mejores condiciones laborales. Tendrán que esperar mucho. Una pena.