De la misma forma que lo bueno es enemigo de lo peor, muchas veces no se puede elegir lo mejor sino solo lo menos malo. ¿Maragall o Colau? Para bien o para mal, la elección del alcalde en España no es a doble vuelta, de manera que el votante constitucionalista barcelonés no ha tenido que enfrentarse a ese dilema en las urnas. Pero el sistema de elección municipal es muy claro. Si ningún candidato logra mayoría absoluta en primera votación, se lleva la alcaldía quien ha obtenido más votos populares. En Barcelona, la victoria de ERC es pírrica y su ascenso es directamente proporcional a la caída del espacio neoconvergente (ahora bajo las siglas JxCat). Con la desaparición de la CUP, si no hay cambios sobre los dos concejales del PP que cuelgan de un hilo, esta vez hay más representación constitucionalista (16 frente a 15). En votos populares, incluyendo a los anticapitalistas y a la lista de Jordi Graupera, el independentismo en Barcelona obtuvo tan solo el 39,3%.

Así pues, es lógico que se haya abierto un escenario alternativo para evitar que ERC, solo porque obtuvo unos pocos miles de votos más que la segunda fuerza, se haga con el control del Ayuntamiento, muy probablemente gobernando en solitario. La noche electoral esa hipótesis parecía impensable porque Maragall corrió a celebrar que su partido tendría la alcaldía y Colau invocó, bajo el choque emocional de la derrota, la formación de un tripartito izquierdas que los socialistas rechazan de lleno y que, en cualquier caso, es resignarse a entregar el poder a ERC. Sin embargo, desde el lunes se ha abierto una opción diferente, nada fácil porque exige superar algunos tabúes ideológicos cruzados. Los comunes podrían retener la alcaldía con un pacto con el PSC y los votos de la lista de Manuel Valls, alcanzando así la mayoría absoluta en primera votación. Fue el exprimer ministro francés quien tras valorar sus malos resultados la noche del domingo dejó abierta alguna posibilidad sin mayor concreción ni poner ningún tipo de exigencias; sencillamente lanzó la pregunta de si el constitucionalismo se podía permitir que Barcelona cayera en manos del independentismo sin intentar nada más. También Jaume Collboni y Miquel Iceta han reiterado desde el lunes con mucha contundencia, y con la satisfacción de haber obtenido unos buenos resultados, que los esfuerzos del PSC van a ir en esa misma dirección.

Así pues, quien ahora mismo tiene que decidir si quiere explorar o no esa vía es Colau y su partido. Tanto Valls como Collboni parecen tener claro que del mal, el menos, lo cual es una buena noticia porque significaría, si prosperase, que se levantaría un dique más solido frente al independentismo. Acercar los intereses de los comunes y del constitucionalismo es bueno estratégicamente. ¿Alguien ve a Colau de tenienta de alcalde Maragall? Es imposible especular sobre un escenario concreto de pacto, aunque lo más lógico es entrever que el apoyo de Valls sería solo para la investidura, mientras el PSC aspiraría a gobernar paritariamente el Ayuntamiento. De su dificultad da buena cuenta que el secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, dijera ayer que “no lo ve”. Pero son los comunes los que de entrada deben decidir si entregan la alcaldía a ERC o luchan por conservarla, aunque para ello tengan que tragarse algunos sapos. En la vida nada es gratis. Es una decisión estratégica decisiva para su futuro como formación política, cuya importancia se ha reducido a Barcelona, y de muy difícil gestión debido a su idiosincrasia interna. Solo hay que recordar que en 2017 expulsaron al PSC del gobierno mediante una consulta a los afiliados, con la opinión de la alcaldesa en contra, secretamente, incapaz de llevar la contraria a Jaume Asens y Gerardo Pisarello, sus lugartenientes municipales, que han demostrado un sectarismo proseparatista e hispanófobo atroz. Esta vez Colau se los ha quitado de encima enviándolos al Congreso. Sabe que de ese error absolutamente gratuito salió muy debilitada y ahí empezó su derrota. Este domingo lo ha podido comprobar viendo en qué barrios ha perdido más votos en relación a 2015. Igual ha aprendido la lección. Atentos.