Este domingo 8 de octubre la otra Cataluña se ha manifestado de forma masiva en Barcelona. No sé si han sido las 350.000 personas que ha dicho la Guardia Urbana de la inefable alcaldesa Ada Colau o el millón de Societat Civil Catalana. La cifra real quizás esté entre ambas magnitudes. Pero que medio millón o más de catalanes salgan a la vía pública a mostrar su indignación con la delirante deriva de los gobernantes catalanes debería encender las señales de alarma sobre la situación del país.

Ayer por la mañana en la Ciudad Condal se manifestóla otra Cataluña. La que nunca sale en los medios públicos pagados por todos como TV3 y Catalunya Ràdio, cada día más sectarios y fanatizados; la que tampoco sale en los periódicos y radios privadas catalanes, untados hasta arriba con subvenciones y publicidad institucional.

Ayer salió a la calle la Cataluña silenciosa, la que se levanta a las 6 de la mañana para trabajar. La que paga sus impuestos religiosamente. He visto familias, abuelos, personas corrientes, de las barriadas y del extrarradio y de la parte alta de la ciudad.

Esa Cataluña que como mínimo representa al 50% de la sociedad le ha dicho hoy a Carles Puigdemont que pare. Que cese en su viaje a ninguna parte. Y que cumpla y se someta a la ley, como hace todo hijo de vecino.

La manifestación de hoy, y sobre todo el fulminante éxodo empresarial, corroboran la sensación imperante de que el procés ha recibido la estocada definitiva

Nos aguardan 48 horas de infarto. Nadie sabe qué hará el iluminado de la plaza de Sant Jaume. Pero pase lo que pase, tome la decisión que tome, poco importa ya. El brutal daño causado a Cataluña y a su economía está hecho y ya no tiene remedio.

Ese daño se manifestó el jueves pasado, cuando Banco Sabadell y Caixabank anunciaron que se largan de esta tierra. La estampida empresarial que se ha producido desde entonces --este fin de semana las notarías han trabajado a destajo-- y la que se producirá en los próximos días son demoledoras.

El anuncio de mudanza de ambos gigantes bancarios es algo parecido a una bomba nuclear de efectos retardados. Su arrasadora onda expansiva la sentirán y sufrirán las generaciones venideras de catalanes. Levantar una empresa cuesta ímprobos esfuerzos, en ocasiones de varias generaciones. Derruirla hasta los cimientos es cuestión de horas.

Jordi Pujol, Artur Mas, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras han resultado funestos para Cataluña. No me cabe la menor duda de que la historia los juzgará con severidad. La explosiva mezcla de cleptocracia, sectarismo y fanatismo han resultado catastróficos para Cataluña.

La manifestación del domingo, y sobre todo el fulminante éxodo empresarial, corroboran la sensación imperante de que el procés ha recibido la estocada definitiva. Y en consecuencia, es de prever que se abra una etapa de esperanza para esta atribulada Cataluña.