El buenismo y la corrección política han frecuentado las elecciones en Madrid con tanta promiscuidad que el resultado es el antifascismo fake. Su papel es construir un decorado en el que por fuerza haya fascistas –sombras de la ficción— para que el nuevo antifascismo pueda volver al “No pasarán”. Equiparar el centro-derecha al fascismo resulta un abuso semántico inicuo, de una demagogia electoral equiparable a predicar que no hay que vacunarse contra el coronavirus porque así una conspiración universal nos implanta un chip de control totalitario.   

No pocos historiadores sostienen que el fascismo es una forma política cuya duración ejecutiva no va más allá de 1945. Al poeta D’Annunzio, fundador del estilo fascista, Lenin le calificó de revolucionario. Hitler admiró a Mussolini, Il Duce que provenía del socialismo.  Para justificar la presencia de diputados nazis en el Reichstag, Goebbels recuerda que son un partido antiparlamentario y que Mussolini también fue al parlamento para luego marchar con sus camisas negras sobre Roma. Históricamente, el fascismo propugnó el sometimiento del Estado al partido, la idea del hombre nuevo, la militarización de la juventud, la destrucción del Estado de derecho, el antisemitismo, culto al hombre providencial y Estado de caudillaje o la violencia como método político.

Con estos fundamentos ideológicos no se percibe ningún partido político que en el espectro político de las elecciones en la Comunidad de Madrid les represente. Otra cosa es el liberalismo –el gran enemigo del fascismo—, la síntesis liberal-conservadora o incluso un populismo de derecha radical, al que tampoco se le puede definir según la tipología de fascismo. Pero, sobre todo, salvo si se diera la distorsión que algunos desearían, es que en la España de hoy no hay espacio vital para una eclosión de fascismo, ni una sociedad que le diera anclajes. Hablar de fascismo donde no lo hay, para así reconstituir la réplica antisfascista, es una corrupción del lenguaje, más bien propia de momentos históricos trágicos. Y toda manipulación de la Historia usualmente intenta ser una manipulación del presente.

¿Por qué puerta ha entrado el antifascismo en un paisaje político sin fascismo tal cual lo delimita su definición, salvo asomos de gestualidad transitoria? Puede apuntarse la hipótesis de un antifascismo invocado a efectos de crear un enemigo que acabe existiendo en el imaginario de los seguidores de quien lo haya inventado. En total, lo que hemos visto es la aparición de un trumpismo de extrema izquierda, al amparo de cierto mimetismo mediático y surgido de la confusión. Ese trumpismo de extrema izquierda probablemente quede ahí para seguir distorsionando la política como gestión del conflicto. Su máximo protagonista es precisamente quien ha puesto en circulación el fantasma del antifascismo, del antifascismo fake.