Hoy es el aniversario de la muerte del subinspector Francisco Anguas, asesinado el 25 de septiembre de 1973 por Salvador Puig Antich cuando aquel, en compañía de otros dos policías de la brigada antiatracos, procedía a registrarle en una portería de la calle Gerona, esquina Consejo de Ciento. Francisco Anguas tenía 24 años. Era sevillano. Era un joven culto, aficionado a la literatura y el cine, jovial y simpático. Tenía una vocación profesional muy moderada, aunque fuese hijo y nieto de guardias civiles, hubiese sido el número dos de su promoción y en el momento de su muerte esperase ser ascendido a inspector para poder pagar la hipoteca de un piso y casarse con su novia.

Los hechos fueron así. Al empujar a Puig Antich, que se resistía a la detención, al interior de la portería, el subinspector cometió un error profesional: cierto que requisó rápidamente la pistola que Puig llevaba al cinto por la parte delantera, pero no imaginaba que el bandido iba doblemente armado (cargaba otra pistola, entre los riñones, además de una navaja; los militantes del MIL, atracadores de banco anarquistas, habían decidido morir antes que rendirse, como sé porque conocí personalmente a dos de ellos y leí las memorias de Jean Marc Rouillan, que lo dice bien claro).

Puig Antich desenfundó esa segunda pistola y le pegó tres tiros letales al pobre Anguas. Los compañeros de éste reaccionaron disparando sus armas y dejando al asesino fuera de combate. Por cierto, que dieron muestras de notable altura moral al resistirse a la tentación, que supongo que debió de ser muy fuerte, de matar allá mismo al asesino. De esto se ocupó el régimen, condenándole a muerte y ejecutándole en la cárcel Modelo.

Estos acontecimientos fueron traumáticos para mi generación. O por lo menos para el sector “concienciado” y más o menos politizado de mi generación. Recuerdo que en alguno de sus libros, la adorable Isabel Núñez publicó un cuento titulado La noche en que mataron a Puig Antich, donde cuenta que al día siguiente de que le aplicaran el garrote vil a Puig se afilió al partido comunista o a no sé qué otro partido antifranquista, a la salida de una manifestación en el cementerio de Montjuïc que la policía disolvió a porrazos. A mí, aquella ejecución, que fue junto con la de Heinz Chez la penúltima del franquismo (creo que luego mataron todavía a unos etarras), también me trastornó, y pasé noches de insomnio pensando que el franquismo era un régimen de crueldad gélida y que vivía en un mundo despiadado. También participé en aquel “homenaje” del cementerio al que fue Isabel Núñez, pero yo no la conocía.

Recuerdo que luego yo bajaba corriendo de Montjuïc, eludiendo los porrazos de la policía. Iba con una compañera de la facultad que no podía correr mucho porque tenía “la regla”, me dijo, y la abandoné a su suerte, pues aborrecía la idea de pasar la noche en comisaría y quizá ir a la cárcel, como le había ya sucedido a algún miembro de mi familia. A veces me acuerdo de aquella mañana y me avergüenzo un poco, pero no mucho.

Sigo estando contra la pena de muerte. No es que algunos no la merezcan, pero un Estado democrático, como la representación que es de la colectividad, no puede permitirse cometer errores de juicio que sean irreversibles. Como es la muerte. Y creo que el Estado no debe pagar estipendio a funcionarios cuyo trabajo consista en matar a seres humanos.

Y sigo pensando, como entonces, como cuando sufría porque iban a matar, estaban matando, habían matado a Puig Antich, que éste era un imbécil, un señorito y un aventurero irresponsable. Me dan vergüenza ajena los infundios inverosímiles que intentan culpar de la muerte de Anguas a sus propios compañeros. Y me parece lógico que se hagan los sensibles con este caso gente como Huerga, Colau, Roures, Errejón, etc, que están al nivel mental y moral del pistolero del Movimiento Ibérico de Liberación, pero desde luego no “cargan fierro”. Para eso se necesita valor.

Sigo creyendo que matar a Puig Antich no estuvo bien. Aunque solo sea por los motivos que he expuesto, y porque no he olvidado aquellos días. Pero echo en falta que alguien se acuerde del subinspector Anguas, que murió en el cumplimiento heroico de su deber; de Francisco, que fue sacrificado para satisfacer los caprichitos heroicistas de un niñato consentido de la burguesía catalana.

En estas fechas del año 2019 en que muchos irresponsables de la política y de la prensa catalanas calientan a las masas para que “aprieten” y “sigan apretando”, y con más o menos claridad alientan a la juventud más idiota a atreverse a cometer algún acto criminal, a provocar alguna muerte movilizadora y presuntamente utilísima para reavivar el procés, yo recuerdo con simpatía y reconocimiento al subinspector Anguas en el angustioso momento de detener al pistolero doblemente armado; forcejean, le encuentra la pistola, se la arrebata… ¡Ay, tenía otra!

No reclamo en la calle, ante el portal donde el joven Anguas perdió la vida, una placa que no le pondrán las deleznables autoridades que gobiernan Barcelona; reclamo solo un pensamiento, el recuerdo de un lector.