Estoy asombrado, como todos ustedes, por la locura colectiva que hace que tantísimos ciudadanos de Estados Unidos crean ciegamente en las teorías conspirativas y paranoicas conocidas bajo el nombre de Qanon. ¿Cómo es posible, nos preguntamos, que millones de personas de una sociedad desarrollada, moderna, educada en escuelas más o menos racionalistas y en los valores más materialistas, crean de verdad en semejante sarta de delirios?

Por si el lector aún lo desconoce, QAnon, abreviación de Q-Anónimo, es el nombre cifrado de un informador de las altas esferas del “Estado profundo” de Estados Unidos; desde 2017, este alto funcionario anónimo ha ido revelando, en las redes antisociales, la enorme extensión de una trama secreta perversa:

Resulta que desde hace ya unos años una organización internacional de pederastas satanistas constituida por cargos del partido Demócrata, actores de Hollywood y funcionarios de alto rango, domina el mundo y prepara un golpe en Estados Unidos. Lidera esa red de pederastas satánicos la odiosa Hillary Clinton, secundada por el especulador judío George Soros. Celebran sus reuniones y orgías en el sótano de una pizzería de Washington. En uno de esos cónclaves de pizzería decidieron asesinar a Lady Di, “haz que parezca un accidente”, porque sabía de sus turbios manejos y trató de impedir los atentados del 11-S (los “avionazos” contra las Torres gemelas, organizados por los pederastas para sembrar la confusión y el caos).

El presidente de Estados Unidos –hoy ex presidente— Donald Trump estaba informado de sus perversos manejos y trabajaba secretamente en desmontar esa conjura; preparaba un audaz y decisivo golpe de mano para detenerlos a todos a la vez y encerrarlos en Guantánamo, pero el “robo” de las elecciones en favor del notorio pederasta Joe Biden ha desactivado al mayor paladín de la causa de la libertad y la justicia (Trump).  De ahí que el “asalto al Capitolio” fuese, en realidad, un intento de salvaguardar la democracia, la verdadera democracia.

Vaya sarta de disparates, estaba yo pensando, cuando se despertó Chucky, el muñeco diabólico que vive en mí.

Porque, como creo haber dicho ya alguna vez, no es verdad que dentro de cada uno de nosotros habite un inocente niño al que tenemos que mimar. Lo que llevamos todos dentro es un muñeco diabólico. El mío se llama Chucky, tiene muy malas pulgas, lleva levita y plastrón, y físicamente se parece mucho al político Juan Carlos Monedero.

Así pues, se despertó Chucky y dijo:

--¡Qué Qanon ni qué cuentos chinos! ¡Esos embustes subnormales sobre pederastas y satanistas son un chiste, comparados con las teorías conspiranoicas que los imbéciles de nuestra clase política y los que les votan vienen difundiendo desde hace años, no ya en las redes sociales, sino en los medios de comunicación oficialistas!

--Chucky –le dije--, por favor, no hace falta llamar “imbéciles” a los líderes, quizá equivocados pero bienintencionados, de partidos como ERC, Convergència, la CUP y demás… ¡Lo primero es el respeto, que es la garantía de la convivencia!

--¡Qué respeto ni qué ocho cuartos he de tener por esos hijos de… --me veo obligado a censurar el epíteto que escupió, en un frenesí de odio que ponía incandescente su mala afeitada cara de Monedero--. ¿Pederastas satanistas? ¡Valiente cosa! ¿Y qué me dices de los 16.000 millones de euros que España roba cada año a Cataluña?

--Sí, Chucky, es un embuste, pero…

--…¿Qué me dices de la superioridad genética de los catalanes sobre los demás españoles, postulada públicamente por los racistas Pujol, Heribert Barrera, Junqueras…?

--Bueno, Chucky, es cierto que esos caballeros no estuvieron en su mejor momento cuando aludían a eso, pero de ahí a llamarles “racistas”…

–¿Qué me dices de otras patrañas tan groseras de nuestro Qanon, como que la lengua catalana está en peligro de extinción --gritaba, exasperado, el muñeco diabólico--, o que Leonardo da Vinci, Cervantes y Colón nacieron en Mollerussa, como sostienen absurdas entidades y periodistas financiados por la Generalitat, o sea por el Estado, con el secreto objetivo de cretinizar al crédulo populacho?

–Chucky, es que tienes una manera de decir las cosas…

--… ¿No es equivalente a la conspiración de pederastas satánicos en la que creen millones de norteamericanos, embustes  como que la guerra de Secesión de 1714 y la guerra Civil de 1936 enfrentaron a España con Cataluña, como sostienen los profesores de nuestras universidades y el INH?

--Bueno, Chucky, algunos profesores difunden esas majaderías. No todos los profesores de las universidades...

--¿O que la llegada de miles de emigrantes murcianos y andaluces a Barcelona en los años 60 del pasado siglo respondía a  un pérfido plan de Franco para desnaturalizar la peculiaridad catalana?

Chillaba tanto Chucky que yo ya no sabía qué decir; no me atrevía a interrumpirle:

–¿Es que no ha mentido y miente por activa y por pasiva nuestro Qanon catalán cuando se dice que el mundo nos mira, que la independencia está al caer, pero hay que seguir trabajando y seguir votando a esa morralla de embusteros idiotas y corruptos? ¿Que en “Madrid” están urdiendo un “genocidio cultural” contra nosotros? ¿Que hay un “Deep State” conspirando contra los legítimos anhelos de independencia, y una “policía patriótica” financiada por el IBEX 35 para frustrar a Cataluña? ¿O que esos dirigentes políticos presos y fugados por pasarse de listos, quebrantar las leyes y arruinar el país que debían proteger, son “presos políticos” y exiliados?

Estaba de verdad rabioso el muñeco diabólico. Le advertí:

--Mira, Chucky, no creo que sea necesario ni elegante, llamar “morralla” a unos políticos, periodistas y profesores que a lo peor se equivocan, incluso cometen errores catastróficos, pero sin duda lo hacen todo de buena fe… Te ruego un poco de mesura y de ponderación.

--¡Vale, alma sensible! ¡No les llamaré embusteros ni idiotas! Les llamaré...

Lo que a continuación dijo Chucky, el muñeco diabólico, me pareció ya tan fuerte que es irreproducible. Mejor silenciarlo, en bien de la convivencia y la paz social. Baste con decir que después de su monólogo se quedó muy descansado.