Pensamiento

Administrar la finca

4 noviembre, 2013 08:31

Carme Forcadell, esa mujer con nombre de administradora de fincas que preside la Assemblea Nacional Catalana (ANC) -organizadora de la Via catalana del pasado 11 de septiembre-, se ha convertido en un verdadero poder fáctico, lo que da, o debería dar, idea de cómo está Cataluña. Un poder fáctico es, por definición, un grupo u organismo social que ejerce su poder de facto y al margen de los cauces legales. Se trata, pues, de una instancia acostumbrada a presionar, cuando no a amenazar y chantajear. Carme Forcadell declaró hace unos días que confía en que la tan cacareada consulta se celebre en 2014, tal y como acordaron CiU y ERC en su pacto de legislatura. Pero añadió al punto que ya tiene preparada una sorpresa para el caso de que el Gobierno de la Generalidad se haga el remolón y no la convoque cuando debe: "Sería otro gran acto. Una movilización importante. Tengo la idea pero no la diré porque espero que no se tenga que hacer".

Que Forcadell sea militante de ERC en la reserva no constituye una casualidad. ERC es, hoy en día, el principal poder fáctico, gobierna con un 13,7% del voto y 21 diputados sobre 135

Se agradece. Sólo nos faltaría tener que soportar las ideas que pasan por la cabeza de Forcadell antes incluso de que alcance a materializarlas. Pero la simple exposición de sus intenciones constituye ya una amenaza. Una amenaza para todos los ciudadanos, en la medida en que pueden verse obligados a aguantar y costear otro happening independentista, y una amenaza, sobre todo, para el propio Gobierno de la Generalidad, en tanto en cuanto es el destinatario primero del chantaje o, lo que es lo mismo, la institución que debe convocar la consulta el próximo año si no quiere verse expuesta a una nueva demostración de fuerza a cargo de Forcadell y sus muchachos. Con la agravante de que el presidente de ese Gobierno sometido ahora al chantaje se ha erigido en el máximo valedor de las movilizaciones promovidas por la presidenta de la ANC y por otras agitadoras autóctonas de parecida pulsión emancipadora.

Que Forcadell sea asimismo militante de ERC en la reserva no constituye tampoco una casualidad. ERC es, hoy en día, el principal poder fáctico de este país. Gobierna con un 13,7% del voto y 21 diputados sobre 135. Y cada vez que el Gobierno de iure se permite anunciar una medida que no le complace -ya sea la magnitud del ERE en TV3, ya unos recortes en partidas sociales, ya la posible demora en la fecha de la consulta- sale Oriol Junqueras a recordarle a Artur Mas quien manda aquí. Un mandar que no consiste en hacer, sino básicamente en no dejar hacer. Salvo en lo referente a la dichosa consulta. Aquí la inacción es pecadora. O causa inmediata de ruptura. Por eso, además de las admoniciones del propio Junqueras, oímos de vez en cuando las de Forcadell. Por si no basta con las primeras. Y para que el presidente en ejercicio, que tanto se emociona con esas manifestaciones en las que ha creído descubrir la voluntad de un pueblo, no caiga en la tentación de echarse atrás.

Lo cierto es que la Cataluña oficial se ha convertido en una finca independentista. Pero en una finca sin administrador. El que debería administrarla no manda, y el que manda de veras -llámese ERC o Forcadell- no puede ni quiere administrarla. Mientras tanto, todos los sondeos indican, uno tras otro, que la actual representación política en el Parlamento autonómico tiene ya poco que ver con la intención de voto de los ciudadanos, lo que refuerza, si cabe, la sensación de desgobierno y, en definitiva, de inestabilidad. ¿Qué ocurrirá en los próximos meses? Artur Mas parece decidido a celebrar la consulta. O, por lo menos, a hacer el paripé. El siguiente paso, según él mismo ha anunciado, será la disolución del Parlamento autonómico y la convocatoria de unas elecciones a las que el propio convocante piensa dar carácter plebiscitario. Para entonces es muy probable que su carrera política esté más que amortizada y el hombre ya sólo tenga en mente administrar otra clase de fincas, aquí o en Liechtenstein. O dejar que se las administren, que, al fin y al cabo, resulta siempre mucho más cómodo.