Un pesebre viviente
Travesuras
"Mi deseo para esta Navidad es que las mujeres gestionen el mundo y se acaben las guerras"
El sábado pasado asistí al tradicional pesebre viviente que cada año organiza el colegio parroquial de mi pueblo. Se trata de un espectáculo entrañable, protagonizado por alumnos de 5º de primaria hipermotivados que reproducen mediante playback las diferentes escenas y diálogos del nacimiento de Jesucristo.
A mí, que soy exalumna del colegio, me tocó ser el ángel que se aparece en sueños a José después de la visita de los Reyes Magos. “Lleva't, pren el nen i la seva mare, fuig cap a Egipte i queda-t'hi fins que jo t'ho digui, perquè Herodes buscarà l'Infant per matar-lo”. Tuve que repetir la frase tantas veces que todavía la recuerdo.
Este año, mi ángel ya no aparecía en la escena del nacimiento, sino en la siguiente, compuesta por José, María y dos burros tan pequeños que despertaron la curiosidad de algunos padres a mi lado. “¿Qué raza serán? ¿Pigmeos?”.
Más allá de los burros en miniatura, lo que a mí me llamó la atención fue un detalle de la primera escena que, después de 35 años viéndola, se me había pasado por alto por completo: en la escena, que da bienvenida a los asistentes, aparece una familia tradicional catalana reunida junto a la chimenea por Navidad; mientras el abuelo lee el periódico sentado en su balancín, la abuela remienda calcetines.
"El año que viene tiene que ser al revés, que la abuela lea las noticias y el abuelo remiende calcetines", me quejé a la directora del centro, que, a pesar de ser muy religiosa, quiero pensar que tiene una mentalidad moderna y progresista. Ella misma admitió que no se había dado cuenta del mensaje estereotipado y sexista de esa escena cotidiana, y que tomaba nota para futuras ediciones.
Del resto de escenas, inspiradas en los Evangelios, sé que es inútil quejarme. Todas las figuras relevantes del pesebre viviente y la Navidad son hombres: José, el Niño Jesús, los Reyes Magos de Oriente, los pajes, los soldados romanos… ¡Hasta el tió y Papá Noel son hombres! Dejemos, pues, que l’àvia sea algo más que una ama de casa. Que haya algún personaje femenino empoderado, más allá de la figura, casta, callada y sumisa que representa la Virgen María.
En el colegio de mi hijo tienen en cuenta la perspectiva de género. Él es el primero en corregirme cuando digo algo tipo “mira cuántos niños hay en este parque”. “Niños y niñas, mamá”. Por algo se empieza.
Mi hijo le ha pedido a Papá Noel unas literas de madera para acostar a sus peluches, además de varias decenas de dinosaurios y coches teledirigidos. Tiene una mejor amiga, Lucía, y una prima a la que adora. Mi hijo no tiene padre. No sabe aún lo que significa desigualdad de género, pero lo sabrá pronto si naturaliza que los abuelos no remiendan calcetines o lavan la ropa.
No sabe que la magia de la Navidad, en el mundo occidental, significa una carga de trabajo física y mental adicional para millones de mujeres que se ocupan de todo: desde organizar cenas y comidas, a pensar regalos o quedarse hasta las tantas de la noche preparando las travesuras de Elfo travieso, la última tradición importada del Norte, que bien podría haber sido una elfina.
Mi deseo para esta Navidad es que las mujeres gestionen el mundo y se acaben las guerras. Todo iría mejor si señores como Putin, Trump, Netanyahu, Maduro, Xi o Abascal se quedaran en casa remendando calcetines. O que Elfina la traviesa los abdujera.