Hace unos días, mi amiga Burju me contaba que, de paseo con su marido y sus hijos, presenció como un “adorable” Fiat blanco descapotable aparcaba literalmente encima de una moto enorme que tenía justo detrás.

La conductora, de aspecto muy joven, salió del coche, y en lugar de parecer nerviosa o en estado de shock, soltó: “No la he visto, pero no pasa nada”.

“¿Cómo que no pasa nada?”, pensó mi amiga, indignada. Pero la reacción de la conductora le hizo reflexionar. ¿Cuántas veces al día ella misma, igual que hago yo, les suelta a sus hijos un “no pasa nada” cuando ocurre un “accidente”?

¿Te has cargado unos documentos importantes del abuelo?
“Bueno, ha sido sin querer, no pasa nada, ten más cuidado la próxima vez”.

¿Has chafado el pintalabios de mamá?
“Bueno, no pasa nada”.

¿Te has puesto medio tubo de pasta de dientes sobre el cepillo?
“No pasa nada”.

¿Has tirado la leche al suelo?
“Bueno, no pasa nada”.

¿Llegamos tarde al casal?
“Bueno, no pasa nada, estabas cansado”.

“¿Estaremos criando la generación del ‘no pasa nada’?”, me preguntó Burju, reflexiva. Le di la razón. Le expliqué que mi madre se ríe de mí cada vez que escucha a mi hijo decir “bueno, no pasa nada” cuando yo me quejo por algo. “Repite lo que tú le dices”, me recuerda, mofándose de mi espíritu protector.

El mensaje que les estamos dando a nuestros hijos, según Burju, es, “pase lo que pase, hagas lo que hagas, tú eres lo más importante”.

“Quizás lo hacemos por haber crecido en una generación en la que si rompías un vaso te decían: ‘¡Qué torpe eres!’, o si derramabas el agua, te soltaban: ‘¿Eres tonta o qué? ¡Que no lo ves!’”, me dijo.

Una cosa es proteger a nuestro niño interior, pero quizás nos estemos pasando de la raya. A Burju, por ejemplo, le da miedo que esta burbuja de seguridad que creamos para nuestros hijos los lleve a evadir la responsabilidad y nunca madurar.

Puede que tenga razón. Pero no pasa nada.