El enclave alpino de Zapatero debería haber sido un “hasta nunca” del expresidente a Carles Puigdemont, después de complotar ambos en la confederación helvética, la Europa neutral de cuentas cifradas y amaños varios.

Echo de menos aquella Lugano bella, la canción de despedida que el gran Léo Ferré dedicó en versión libre a los diletantes libertarios.

Y pienso que ZP no tiene vela en este enjuague suizo, por mucho que se lo pida Sánchez, especialmente ahora, cuando Feijóo quiere negociar con Junts y Puigdemont le contesta: “si quieres hablar de una moción de censura ven a Waterloo”.

El resto de los socios del Gobierno le dan al PP con la puerta en las narices. De entrada, el PNV no habla por miedo a perder la mayoría vasca, y el líder conservador catalán, Alejandro Fernández, añade distancia: al enemigo ni agua, como dijo el entrenador argentino Bilardo.

Pero solo estamos en el comienzo del adiós.

Dicen que la amnistía es el olvido, como la distancia, pero no hay ninguna duda de que, si se aplica la medida con rango de ley, los líderes del procés volverán a las andadas.

Cabe preguntarse: ¿Queremos una nueva década perdida entre mensajes de odio y resentimiento? ¿Un despertar definitivo del nacionalpopulismo? ¿Un nuevo desafío entre la España unívoca que viene y la Cataluña aislacionista, hoy medianamente derrotada?

Salvador Illa se protege debajo de la concha del caracol; solo va como el poeta “desde su corazón a sus asuntos”. No le queda otra mientras sigan cayendo chuzos de punta y el juez Leopoldo Puente extienda la instrucción en Navarra, La Rioja, Andalucía y otras autonomías, empresas y personas físicas.

Si los corruptores entran en escena, las empresas caerán, pero no será con la ayuda de Junts, un partido business friendly y con agujeros en el bolsillo. Ante un PSOE débil, la pista catalana se consagra a la estética de la indolencia; es la memez entreverada de infantilismo, algo que solo es capaz de explicarse a sí mismo.

El soberanismo teme a su jefe de filas, el hombre que, al hacerse héroe, se ha convertido en un mueble esquinero. Sus camaradas se han declarado exentos de genuflexión, aunque su pretenciosa superioridad moral sea un desvarío.

La muerte térmica rodea a Sánchez. Ha sabido imponerle a la insolente oposición la institucionalidad del Ejecutivo y el Estado del Bienestar. Pero cuando todo tiembla, no basta con cerrar la puerta y echar la llave debajo del felpudo. Hay que dar un paso al lado.

La hucha del Ministerio de Fomento —las carreteras, los hospitales, los aeropuertos, las escuelas, etc.— ha sido mancillada. Mientras Feijóo, instalado en el populismo punitivo, muestra su ausencia de discurso, los autores del desfalco solo encadenan instantes, ya no son.

Las tardes de frescor junto al lago, en el cantón de Tesino, al sudeste de Suiza, son ahora noches oscuras en Moncloa.

Todo se parece al adiós: Ciao Lugano bella.