Si una cosa caracteriza a los catalanes, es la cobardía. Por eso somos tan dados a lanzar la piedra y esconder la mano, no sea que alguien se enfade. Un ejemplo de eso es la censura a la habanera “El meu avi” en la famosa cantada de Calella de Palafrugell.
Todo el mundo sabe que el ayuntamiento ha impedido que se interprete la habanera más famosa -la que todo el mundo espera para poder cantarla a coro- porque un reciente documental vincula a su difunto autor, Ortega Monasterio, con una red de explotación sexual de menores, pero la alcaldesa de Palafrugell, Laura Millán, se escuda en que “hay que renovar el repertorio”.
Después de 48 años finalizando la cantada de habaneras con “El meu avi”, la señora alcaldesa decide renovar el repertorio, y se le ha ocurrido justo después de la polémica. Censurar, censuran, pero como buenos catalanes, son cobardes y, en lugar de reconocerlo, disimulan.
Lo mejor de censurar y de difamar a un muerto, es que no puede defenderse, así es mucho más cómodo. Los vivos suelen tomarse esas cosas mucho más a la tremenda que los muertos, éstos son gente tranquila y silenciosa, a veces parece que todo les resbala.
Lo que me resbala a mí es que, en sus ratos libres, un artista se solace con menores, maltrate mujeres, sacrifique gatitos o participe en ceremonias del Ku Klux Klan, no soy yo quien debe juzgarlo. A mí solo me interesa si su libro, su pintura, su música o su habilidad con el balón, me conmueve.
Pero es que, además, en el caso de Ortega Monasterio, la familia ha negado tajantemente todo lo que se cuenta de éste en el documental “Murs de silenci” e incluso han amenazado con acciones legales, pero eso tanto da: hay que censurarlo, por si acaso.
No es que a mí me importe mucho lo que hagan en Calella de Palafrugell, si hay dos sitios en los que mi familia sabe que no debe ir a buscarme si me pierdo, es en un espectáculo de ballet clásico y en un concierto de habaneras, que son lo más soporífero que se ha inventado desde que Eugéne Soubeiran descubrió el cloroformo.
Las habaneras de Calella son, además de aburridas como todas, la reunión donde la pijería catalana -una especie animal que no se halla en ningún otro hábitat, por fortuna para todos demás hábitats del mundo- da inicio al verano, lo cual las convierte en lo peor de lo peor.
El espectáculo suele ser transmitido por TV3 -ignoro si este año también lo ha sido, mi familia tampoco debe buscarme nuca ante un televisor que sintonice con el canal público catalán-, que cumple así escrupulosamente con su función de ser un canal provinciano. Carísimo, pero provinciano.
De nada sirve que la letra de “El meu avi” permita a todos los pijos catalanes que asisten a un concierto berrear “Visca Catalunya, visca el català” sin que nadie los tome por unos exaltados de la CUP. Imagino que el mayor pecado de Ortega Monasterio fue situar al protagonista de la canción en un barco de la flota española, eso en Cataluña está muy mal visto.
Y encima es un barco de guerra, cuando lo que se lleva ahora es el pacifismo. Por no mencionar que -siempre según la letra- antes de zarpar, los chavales de Calella le daban al alcohol, bebiéndose un cremat. Españoles, militares y alcohólicos en una sola canción, son demasiados problemas en la época de corrección que nos ha tocado vivir.
Por si fuera poco, la pieza termina echándole la culpa de todo ni más ni menos que a “los americanos”, y no están los tiempos para molestar a su actual presidente, capaz es de bombardear Calella si se entera. Teniendo eso en cuenta, ha hecho bien la alcaldesa en censurar “El meu avi”, lo único que le pido es que, para otra vez, tenga el coraje de reconocerlo.