"España merece avanzar, no retroceder con una agenda reaccionaria de PP y Vox que afectaría a los derechos de millones de hombres y mujeres", dijo Pedro Sánchez en su comparecencia de este lunes. Cierto que el Gobierno de coalición es víctima de una oposición que no escatima medios y recursos para hacerlo caer.
"Tenemos la peor oposición", dijo en varias ocasiones para certificarlo al día siguiente en una carta a la militancia cuando arremetió contra ellos por no hacer una moción de censura: "Lamentablemente, PP y Vox están en una deriva de odio y legitimación de la violencia". Y remató: "Nosotros expulsamos a quienes nos fallan; otros, los protegen".
Estoy de acuerdo con Sánchez. Es la peor oposición. Feijóo me dio la razón cuando llamó indecente al presidente del Gobierno. Y lo dice un señor que se paseaba y se enseñoreaba junto a un narcotraficante en su barco. Pero ¿justifica tener la peor oposición para aferrarse al Gobierno? Creo, sinceramente, que no.
Con su movimiento, Sánchez ha dejado con el paso cambiado a la oposición, cierto, pero no ha logrado su objetivo de dignificar la política. Creo que manteniéndose en el poder no la dignifica. Se ha equivocado, no una, sino dos veces, y de forma grave.
Ha tenido que capear con tormentas político-mediáticas-judiciales que solo pretenden derribar a un Gobierno de izquierdas que no les cae bien, que no les es simpático y que lo consideran un okupa en una finca –España– de su propiedad. Pero esta vez no es una más. Ha gestionado mal y debe asumirlo.
Hace bien en ganar tiempo para evitar la caída de un Ejecutivo progresista. Pero la continuidad de este Gobierno no es sinónimo de continuidad de Pedro Sánchez. Iván Redondo dijo, cuando dejó el Gobierno: “Hay que saber ganar, saber perder y saber parar”. Ahora a Sánchez le toca parar.
Sin escuchar los cantos de sirena de quienes piden elecciones ya porque les encanta que en el Madrid DF los agasajen como estrellas del rock, o de los traidores que lo dan todo por un plato de lentejas.
Creo que los pasos para la dignificación de la política son claros. Primero, poner orden interno, dignificar la putrefacta secretaría de Organización que está llena de mierda y hedor.
Segundo, reorganizar el partido, que falta le hace, porque es evidente que el Congreso de Sevilla ni fue congreso ni “ná de ná”.
Tercero, agrupar fuerzas sometiéndose a una moción de confianza para cerrar filas con los socios. Lo tiene todo a favor porque ninguno quiere adelanto electoral para este año y, sobre todo, nadie quiere un cambio de mayorías.
Dicen que esto es un error porque los socios exigirán más prebendas. Poco pueden exigir, pero ofrecer un cambio de Gobierno ayudaría a espesar el cemento que apoya al Ejecutivo.
Y cuarto y último movimiento, dar un paso al lado, que es tanto como dignificar la política ayudando –ejerciendo de timonel utilizando sus palabras– en la reorganización del partido y en la elección de un nuevo líder.
Con estos cuatro grandes movimientos de dignificación de la política, se pueden convocar las elecciones para explicar qué se ha hecho y levantar la bandera del progreso y de la moral.
Enrocarse solo en un remedio local en el partido no es una buena fórmula. Tampoco es convocar ya unas elecciones que es tanto como dar a la extrema derecha la patente de corso para entrar en la Moncloa. Pero entre estas dos opciones hay una salida intermedia, digna, que puede ayudar a recuperar el crédito perdido a la política, seguro, pero también al Partido Socialista.
Porque ganar tiempo no es dignificar la política. Y si esto no se afronta, siempre queda la dimisión y nombrar un presidente de transición que convoque elecciones porque el dilema no es salvar a Pedro Sánchez, es salvar al PSOE.