La señora Sílvia Orriols ha publicado un anuncio con tres fotos: en una aparece ella vestida, o disfrazada, de “pubilla” catalana. En otra se ve a Salvador Illa saludando a una andaluza que baila una sevillana. En la tercera se ve a una mujer con burka consultando su móvil. Junto a estas imágenes, el texto en catalán: “¿Qué Cataluña es la tuya? ¡Únete a Aliança Catalana!”
Con esto ganará unos cuantos votos, no cabe duda.
Ayer, de paseo, vi a dos mujeres con burka, lo que de inmediato disparó mi compasión y mi repugnancia (no me acostumbro) ¿Cuándo le llegará a esas pobres mujeres la libertad y la igualdad (pues no se ven hombres con burka, esa cárcel vestimentaria está reservada exclusivamente para ellas)?
Orriols, de pubilla, con moño y una cinta negra al cuello, estaba muy graciosa en la foto. Siempre tiene un punto picante la cinta negra al cuello. Aunque, personalmente, lo más para mí era la peineta y el velo. En esto soy como Pedro Mata y Domínguez (1875-1946): “Beban otros las burbujas/ de esa champaña extranjera./ Yo prefiero las agujas/ del vino de mi ribera./ Sin despreciar lo extranjero,/ en vino y arte prefiero/ lo netamente español:/ los romances, de Zorrilla,/ las mujeres, con mantilla,/ y el vino, de Manzanilla/ en una tarde de sol”.
Bromas aparte, ayer también vi, de paseo, cerca de las señoras en burka, a una anciana en camiseta de tirantes. Con ese atuendo no iba muy elegante, pero sí fresquita, Dios la bendiga. No tenía ninguna necesidad de parecer seductora ni la sociedad la obligaba a taparse. Iba fresca y cómoda. Qué cosa más natural, ¿verdad? ¡Pues no! Según el Profeta iba en pecado, incitando a los hombres a cosas nefandas.
Lo opuesto al tétrico burka, prenda que es heraldo del tétrico fundamentalismo machista islámico, no es la pornografía ni las costumbres laxas, embajadoras del gran Satán, sino las ancianas como la que he mencionado, que hacía de su capa un sayo y le importaba un pimiento si a los demás les gusta o no ver sus carnes macilentas, o los grupos de amigas que se sientan a parlotear alegres en las terrazas, cada una vestida como quiere, gozando de una libertad que es insólita en buena parte del mundo.
Pero Sílvia Orriols, separatista como es, ofrece, en respuesta al burka que se extiende por toda Cataluña como mancha de aceite, una idea anacrónica, folclórica de una Cataluña pubillesca que todos sabemos que no existe, como “las mujeres con mantilla” del verso de Mata. A qué carnaval o sainete vas vestida así, Silvia.
El burka y otras vestimentas orientales no son inicuos, sino órganos de propaganda ambulante de un sistema de valores ruinoso y regresivo, que poco a poco va calando, sin que, por distintos motivos, nadie se decida a decir, oiga, mire, aquí, esto, no.
Salvo Sílvia Orriols, la pubilla ultranacionalista. La derecha cree en el laissez faire, laissez passer, en la suposición de que el sistema de valores democráticos occidentales, su éxito económico, es tan evidente, que poco a poco se impondrá, como se impuso por ejemplo la minifalda, el bikini a la pacata España franquista, gracias a la invasión del turismo. No es verdad. El burka se difunde y multiplica. Pero les da igual, porque en sus barrios no se ve.
La izquierda finge creer que el burka y demás prendas de sometimiento de la mujer responde a la decisión particular de cada una, a su “libre elección” que en nombre de la libertad de expresión y a la “diversidad” hay que respetar. No es verdad, es obvio que nadie elige por propia voluntad andar por la vida en una negra jaula, y que se trata de una imposición de orden religioso, cultural, familiar.
Esta ceguera voluntaria de nuestras élites políticas y de nuestro feminismo –que so pretexto de tolerancia no es más que una forma superior de neocolonialismo sobre las recién llegadas— la pagaremos, y no sólo en términos de integración de las poblaciones inmigrantes en nuestro sistema de valores.
La pagaremos todos, salvo Sílvia Orriols, cuyo partido crecerá como la espuma con los votos de todos los que lo ven inaceptable. Al tiempo.