Desde luego, Pere Lluís Font (Pujalt, 1934) merece el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Es un premio que ha distinguido a algunos buenos escritores catalanes y también a algunos merluzos, y ha ninguneado al más importante del siglo XX. Pere Lluís ha traducido al catalán obras de Montaigne, de Spinoza, de Kant y de Pascal. Su Història del pensament cristià. Quaranta figures (2002) es, además de instructiva, una lectura grata.
Precisamente estos días estaba yo manejando su traducción al catalán del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, cumbre de la poesía mística española. “Un no sé qué que quedan balbuciendo”, uno de sus famosos versos, en su versión es “un no sé què que es queden quequejant”. Es una traducción molt acurada que respeta la musicalidad del original, la métrica y el sentido exacto.
En realidad, no entiendo bien el sentido del arduo proyecto de esta traducción, ya que todos podemos leer y entender el original en castellano, pero supongo que sobre todo los lectores catalanoparlantes de devota religiosidad, en busca de elevación, pueden, acaso, sentirse más “cerca” del místico mensaje leyéndolo en su lengua. (Y ahora se me ocurre que esos pobres seres que reclaman “vivir plenamente en catalán” y, por consiguiente, se niegan a hablar, leer o escribir bajo ningún concepto en una lengua que les parece hostil, podrán leer por fin a San Juan de la Cruz). El aparato crítico que acompaña las traducciones es espléndido.
Los hermanos Lluís Font, por lo menos los que yo he conocido, el difunto psicólogo Josep María, profesor en la Universidad Central de Barcelona, y Pere, profesor en la Autónoma, son inteligentes y laboriosos, tenaces. Sus orígenes familiares y su infancia están en Pujalt, un pueblecito del Pirineo leridano, en lo alto de un monte que, cuando eran niños, quedaba aislado con frecuencia por la nieve. Al mundo y el conocimiento intelectual, desde allí, se accedía por caminos inciertos, quedaban muy lejos, muy remotos. Pere estudió en el Seminario de la Seo de Urgel, que era la mejor institución educativa en la que podía hacerlo. Tenía vocación religiosa, pero constató que el sacerdocio no era para él. Luego se doctoró en Filosofía en Touluose, estudió en Roma... Tras jubilarse en la Autónoma, cedió su copiosa biblioteca a la universidad de Lérida.
La charlotada que organizó Omnium Cultural en el Palau de la Música aprovechando la entrega del premio, ya extensamente comentada en Crónica Global, con el presidente del Parlament, el infame Josep Rull, y el expresident Mas coreando “independencia” mientras miraban sonrientes, contentos de su jaimitada, al abochornado president de la Generalitat, se ha llevado más titulares, pero no ha deslucido del todo la celebración de la figura de Lluís Font, de quien estos días se habla (bien) un poco en todas partes, pero retrata a los de Omnium como los palurdos incorregibles que todos sabemos que son. Manca finezza.
Las ideas desde luego son libres, y si después del ridículo espantoso del procés Artur Mas et alii quieren reclamar la independencia de Cataluña, que lo hagan en otro sitio me parece muy bien, también hay quien prefiere el gotelé y quien gusta de chupar candados. Incluso existen los llamados paypigs, clientes y adoradores de unas dóminas financieras a las que pueden ver en internet, pero no tocar, ni conocer personalmente, y a las que les ingresan dinero en su cuenta cada vez que ellas se lo ordenan a la voz de “págame este capricho, cerdo”. Y sintiendo en ello gran placer, los paypigs pagan. Todo son parafilias, sobre gustos no hay disputas.
Pero, habiendo sido Antich, el jefe de Omnium, también profesor de Filosofía –aunque con una obra no tan destacada como la del homenajeado, por decirlo de forma piadosa-, en circunstancias como la que comentamos debería mostrar un poco más de conocimiento y mesura, respeto ceremonial, respeto a la autoridad del president, respeto a la literatura, y atención a la circunstancia. Estas charlotadas no le hacen ningún bien a la cultura catalana y desvían la atención de quien, por lo menos en aquellos momentos, la merecía.
Y todo esto precisamente en el Palau de la Música, lugar tan connotado como embudo del “tres por ciento” en la financiación de Convergència… Yo creo que el señor Illa algún día tendrá que mostrar los dientes, si no quiere acabar como José Montilla cuando era, como él, president; y a quien, por aquello de limar asperezas, se le ocurrió asistir a un concierto de Lluís Llach –ya son ganas— precisamente en este Palau, donde fue abucheado… Una figura institucional debería hacerse respetar o bien, después de perder el respeto, perderá todo lo demás.