Tener a 500 personas malviviendo en el primer aeropuerto de España es, además de una falta de humanidad, una señal más del deterioro de nuestra sociedad y de nuestro sistema político. Las peleas entre Ministerio de Transportes y Comunidad de Madrid, liderados por sendos macho y hembra alfa, son el pan nuestro de cada día, lo de menos es el tema y el impacto en los ciudadanos.

Ahora cobran notoriedad los sintecho de Barajas, ayer los problemas de los trenes de cercanías, mañana quién sabe. No hay un evento que no acabe en trifulca bipartidista, relegando siempre los intereses de los españoles. Si además afecta a los dos arietes más briosos de cada partido, el lío está asegurado.

Los aeropuertos son el primer, y último, escaparate de quienes visitan un país. No hay más que ver las increíbles construcciones que realizan los países que quieren ser alguien en el mundo. Dubái ha logrado ser ni más ni menos que el segundo aeropuerto del mundo por volumen de viajeros, 92 millones de pasajeros para un país (en realidad ni eso, sólo un emirato) de 3,5 millones de habitantes.

Pero en puestos destacados están el de Qatar y el de Singapur, países pequeños, pero con volúmenes de pasajeros ya del orden del de Barajas, 66 millones, que han construido unas instalaciones que dejan con la boca abierta al pasajero y que hacen lo posible para que no importe mucho si hay que esperar cuatro o cinco horas en una conexión.

Singapur ya ha superado a Madrid, y Qatar está en ello. Sería impensable que acogiesen sin rubor el espectáculo que vemos hoy en Barajas (y en menor medida en Barcelona).

Pero “los 500 de Barajas” son sólo la punta del iceberg de un estado del bienestar que se cae a pedazos. Asumimos alegremente compromisos que no podemos pagar y no hacemos gran cosa para solventarlos. Los problemas se acumulan en todos los frentes, siendo cada vez más acuciantes en sanidad y vivienda, y antes o después nos daremos cuenta de que hay que hacer un reset.

Mención especial merece la inmigración, cada vez más descontrolada y sin soluciones para quienes vienen buscando un futuro mejor. Se acerca al medio millón el número de personas en situación irregular y ello implica, entre otras muchas cosas, que no puedan trabajar legalmente, teniendo como opciones la explotación laboral o el delito.

España, como el resto de las sociedades “avanzadas”, está envejeciendo a marchas forzadas y no tenemos reemplazo generacional. Sin duda necesitamos inmigración para sostener nuestro estado, pero hay que hacerlo de manera ordenada y regulada.

Volviendo al ejemplo de las nuevas potencias aeroportuarias, y económicas, el 94% de habitantes de Dubai son inmigrantes, mientras que en Qatar son “sólo” el 77%. Pero ni tienen políticas de puertas abiertas para todos, ni mucho menos han perdido su identidad. Incluso Arabia Saudí, con un 43% de inmigrantes y país en el que se asientan las dos ciudades sagradas del islam, Meca y Medina, solicita visa de entrada a los peregrinos. Nadie da carta blanca a la inmigración.

Estamos en un momento en el que muchos países refuerzan sus fronteras y eso posiblemente hará que la inmigración no controlada aumente aún más en el nuestro. Italia, sin ir más lejos, redujo en un 70% la inmigración descontrolada, algo estará haciendo bien.

Pero si no nos gusta el modelo de derechas (que no de extrema derecha, por más que nos lo quieran hacer creer), el laborista Starmer la redujo en un 20% en Reino Unido en sus primeros meses de mandato. El polaco Tusk, también socialdemócrata, no se anda con chiquitas a la hora de regular el acceso a su país. 

Tenemos que ponernos las pilas, sean recargables o no, y plantearnos el modelo de país que queremos, si es que queremos tener un país. De momento, a inicios de este año ya superamos por vez primera la cifra de 3 millones de nacionales españoles que residen fuera, mientras se acerca a 7 millones el número de inmigrantes.

Lo malo de este saldo no es el relevo cultural, que también, sino que exportamos, en general, licenciados y diplomados mientras importamos personas sin formación. Si no somos capaces de crear más valor añadido, no podremos sostener todas las políticas sociales por más que queramos.