El anuncio de recuperación del Club Capitol de la Rambla tiene un aire de rehabilitación como en su momento lo tuvo el Palau Moja, la vivienda del primer marqués de Comillas, cuya escultura, frente al Palau de Mar, arrancó de cuajo el parvenu Gerardo Pisarello. Ahora, el alcalde Collboni recupera el Capitol, en un hábil trueque urbanístico. Otro paso de los que devuelen a cuentagotas el orgullo de la Barcelona estética.

Sólo ensamblando economía y cultura lo lograremos. Collboni lo sabe bien. Ha compensado a la Telefónica de Fontanelles para que aquel Club Capitol, que regentó Pedro Balañá en los años oscuros, sea una biblioteca y de nuevo un teatro. Es un nuevo empuje, dentro de la muralla donde la ciudad se manifiesta eterna.

Después de su incendio en 1971, el Palau Moja fue una mortaja de transeúntes y curiosos, hasta que el municipio lo rehabilitó para uso de todos. Digamos que la historia lo rescató del inframundo.

El genial Antoni Gaudí y el mecenas Eusebio Güell Bacigalupi se conocieron en una artesanía de la Calle Platería, después de la Expo Universal de París de 1889. El empresario invitó al arquitecto a cenar y Gaudí lo acompañó después hasta puerta del Moja donde vivía el mecenas, yerno del Comillas. Regresaron conversando por la Rambla; el joven arquitecto, algo encorvado, y el vizconde, caminando a pies puntillas y arrastrando las erres con elegante encaje galaico. En la puerta del Moja, donde Jacinto Verdaguer ejercía de limosnero, Güell y Gaudí se conjuraron para darle un vuelco urbanístico reverente a la Cataluña pobre y cristiana de la futura Sagrada Familia. Inventaron el mañana; vieron la luz a partir de un magma arrancado de la tierra. Aprendieron juntos el significado de la modernidad animados por la lente de los clásicos, con la ayuda del laboratorio y el compás; recrearon mentalmente la Revolución del Vapor y las indianas.

Aquellos dos hombres, Gaudí y Güell, abrieron el Eixample, urbanizaron la Diagonal, construyeron el Parque Güell y dieron el primer empuje a la Vía Laietana en su camino hacia el mar. Fueron la pareja del impulso en un país continuado por otras parejas como la de Cambó y Bertran i Musitu, la de Jordi Pujol y Pasqual Maragall o la de Carlos Ferrer-Salat y Pere Duran Farell.

Desde siempre, los dúos han proliferado en medidas y colores: el arte, Miró-Picasso; la técnica, Pearson-Lebon; la química, Uriach-Laporte; la industria, Molins-Echevarría; la banca, Vilarasau-Finé; o la música, Casals-Montpou, etcétera.

Estas dualidades, entre otras, hundieron sus raíces en el afán. Pero me pregunto con qué vara mediremos el descaro de la pareja Puigdemont-Junqueras, que tantos dolores de cabeza nos da y que tan poco nos ofrece. ¿Qué han hecho estos dos a parte de entorpecer el crecimiento, apostar por la bilateralidad y empobrecernos?