Entre la virtud y el talento no hace falta elegir, se puede apostar por ambas a la vez. Es lo que nos parece ahora, cuando van cayendo los amuletos del soberanismo, un pensamiento arcaico bajo el cielo esmerilado de nuestro Cabo Sunion, el hogar del mito.
La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, luz de Trento y martillo de herejes, celebra hoy su Dos de Mayo y no quiere ver a ningún rojo merodeando por Sol en todo el día. La dama llevará, digo, su invicto pendón e irá acompañada de un coro con mantillas y peinetas hechas a mano por la clausura de las clarisas. Los hombres, con chaqueta verde celedón y alzacuellos por debajo de la nuez; el pantalón arrapado hasta la ingle, con carga a la derecha y botones de madera americana; bota de caña alta y tocado de fieltro con alas de cormorán.
A la fiesta no está invitado el Gobierno y tampoco lo está el jefe de la Diplomacia española, Juan Manuel Albares, que el lunes celebró, junto a varios líderes europeos la cuarta sesión del Foro GS sobre seguridad en la UE. Entre la geopolítica y la nimiedad patriotera media un abismo.
Los que sí han aceptado la fiesta de Ayuso son algunos de los integrantes de las lucky sperm club, como les llama el gran Warren Buffett a los creadores de empresas que han engendrado una dinastía inagotable. Medio Círculo de Empresarios de Madrid hará acto de presencia en Sol esta mañana, y solo faltará Repsol esperando que alguien le eche una mano ante el bloqueo de sus petroleros y metaneros varados en Venezuela, a causa del boqueo ilegal impuesto por la Casa Blanca.
Las liberal elites de las universidades públicas se guardarán muy mucho de abrir la boca. Harán mutis por el forro como suelen hacer en Barcelona cada vez que la nación expande su melancolía por calles y plazas medio desiertas, cuando convocan Junqueras o Puigdemont, la expresión vocinglera de una causa amortizada. El teatro político catalán mantiene el “yo soy mi dueño” al estilo prometeico, anhelando nuevos mandatos muy lejos de la costa. El desconocimiento es una forma de frialdad en el infierno de soledades en el que habitan los jefes unilateralistas.
El presidente norteamericano atemoriza a la gente con los miedos de Tocqueville -uno de los padres fundadores que avisó sobre el deseo de perpetuarse en el poder que tienen los fuertes- y la Cataluña de Jofre sigue gritando tornarem, desde alta mar. Son el poder o la nada.
El catalanismo desaforado y el nacionalpopulismo español de Ayuso revelan los vicios que trataron de evitar gentes con cabeza como el mallorquín Gabriel Alomar, periodista, noucentista y poeta parnasiano afincado en Barcelona o Fernando de los Ríos, aquel intelectual republicano formado en la Institución Libre de Enseñanza.
No es que falte fineza, como dijo Andreotti en el Mundial de España o le confesó, el otro día con lágrimas en los ojos, un señor de Pontevedra a Javier Fortes, es que no hay esperanza. En la hoguera de las libertades, nadie acepta ya que la virtud y el talento vayan de la mano.