Los catalanes queremos tener un imperio, aunque sea pequeñito y de boquilla, y no soportamos que un funcionario nos impida jugar a las metrópolis. Por eso, Junts, ERC i la CUP reclaman el cese de Christopher Daniel Person, delegado de la Generalitat en Perpiñán, quien se refirió al departamento francés en el cual trabaja, como “Pirineos Orientales” y no como “Catalunya Nord”, que nos hace más ilusión, ya que nos permite creer que somos ciudadanos de una nación poderosa, con territorio más allá de nuestras fronteras, temporales por supuesto, hasta que la historia haga justicia con nosotros.
Person se justifica señalando que se limita a usar la denominación oficial francesa, como si las denominaciones oficiales le importaran algo a un imperio como el catalán, capaz de llamar Saragossa a Zaragoza pero que convierte en ofensa, prácticamente en casus belli, que un castellanohablante se refiera a Gerona y no a Girona, sin que sirva de atenuante que el sonido catalán “gi” no exista en su lengua: que lo aprenda.
Deberían dejarnos jugar a los imperios, no cuesta nada tenernos contentos. Además de llamar Catalunya Nord al departamento francés de los Pirineos Orientales, se debería instaurar la denominación de Catalunya Est a las islas Baleares, y la de Catalunya Sud a toda la Comunidad Valenciana. Bien pensado, Catalunya Est debería llegar hasta Roma y la Sud, hasta Ceuta y Melilla, puestos a conquistar tierras gracias al topónimo, no vamos a andarnos con chiquitas.
El resto de España, desde Zaragoza hasta Finisterre -con Madrid incluido- pasaría a llamarse Catalunya Oeste. Aprovechando que Pedro Sánchez no es capaz de negarnos a los catalanes ningún capricho, deberíamos exigirle que toda España pase a llamarse Cataluña de aquí o de allá. Eso, de momento, hasta que decidamos si esa Cataluña de poniente alcanza hasta ultramar y contiene lo que antes era conocido como Hispanoamérica, Catalanoamérica en adelante. Los catalanes somos así, en cuanto empezamos a ensanchar nuestro imperio, no hay quien nos pare.
Poco importa que, en todas esas tierras extrañas, nadie quiera ser catalán, el famoso derecho a decidir lo defendemos solo cuando conviene a nuestros intereses. Tampoco en los Pirineos Orientales, digo en la Catalunya Nord, hay apenas cuatro gatos que quieren saber algo de nosotros, y bien que nos gusta pasar por encima de sus derechos y opiniones a la hora de dictarles un topónimo.
Además, cuanto más territorio añadamos a la pequeña Cataluña que tenemos actualmente, más delegaciones de la Generalitat podremos instalar ahí. Son muchos los familiares y amigos que esperan turno para ser enchufados en alguna de las denominadas “embajadas”, y ampliando nuestras fronteras hasta el océano y más allá, todos podrán chupar del bote.
Uno no alcanza a entender qué podría empujar a un ciudadano de la muy noble villa de Perpiñán a dejar de ser francés para ser simplemente catalán, nadie en su sano juicio aspira ser menos de lo que ya es. Más fácil sería lo contrario: encontrar catalanes dispuestos a convertirse en franceses, con tal de tener un nivel de vida parecido a éstos, eso sí valdría la pena. Visto lo visto, más lógico sería que, en lugar de llamar Catalunya Nord a al muy francés departamento de los Pirineos Orientales, la actual Cataluña pasara a llamarse Pirineos Orientales del Sur, a ver si se nos pega algo. Como, por ejemplo, la prohibición, dictada ahí por la justicia, de celebrar los plenos municipales en catalán, por más que proteste Ómnium Cultural, entidad a la que allí tienen en tanta consideración como a una deposición canina. He ahí otro argumento más a favor de convertir Cataluña en los Pirineos Orientales del Sur.