Todos los populismos son iguales. Prometen el cielo en la tierra. Los sacrificios iniciales hacia el nuevo Dorado son siempre naderías, molestias con gran recompensa.
Lo vimos con el Brexit, que los británicos ahora lamentan. También lo sufrimos en Cataluña con el dichoso procés y su promesa de secesión unilateral, tras la cual que podríamos gastarnos todo lo que España “nos roba” cada año, aunque a cambio perdiésemos nada menos que nuestro principal mercado y la economía catalana quedase fuera de la UE y de la protección del BCE. No hubo independencia, pero el resultado de esa etapa de majaderías fue igualmente negativo. Pues bien, lo que está pasando en Estados Unidos va por el mismo camino, sólo que sus consecuencias son mucho más graves, porque nos afectan a todos.
Donald Trump quiere suprimir el impuesto de la renta, recaudando más y gastando menos. Su teoría es que los aranceles son una fuente de riqueza en una doble dirección. Porque el resto de los países van a pagar más impuestos para vender sus productos en Estados Unidos, o porque las empresas van a trasladar allí sus industrias para ahorrarse esos aranceles.
El reelegido inquilino de la Casa Blanca sueña con volver a la América proteccionista de hace un siglo y medio, cuando las economías no estaban entrelazadas, no eran interdependientes, y el gobierno federal estaba muy poco musculado, sin apenas políticas públicas.
El recorte de impuestos que promete generará más déficit si no reduce brutalmente el gasto público, lo cual es muy difícil sin poner en riesgo la propia hegemonía en defensa de Estados Unidos. También ha hablado de desregular a fondo la economía, lo que, según qué haga, favorecerá la manipulación de los precios.
Trump como presidente está actuando ya descaradamente a favor de intereses particulares, bajo una concepción patrimonialista del poder. Lo ha hecho con tuits en beneficio de determinadas criptomonedas, y en apoyo de la empresa Tesla, cuyo daño reputacional está siendo enorme por el salto a la política de Elon Musk, que no se cansa de rendir pleitesía a su jefe.
El miedo en los mercados es máximo y las empresas anticipan un 2025 peor por la incertidumbre que la nueva administración norteamericana está generando con su guerra arancelaria, que ni tan siquiera es buena cuando corrige sobre la marcha.
Da la impresión de que Trump quiere empujar a los Estados Unidos a la recesión, o que no le importaría que ocurriera, pues ha dicho que “no hay que estar fijándose en la evolución económica trimestre a trimestre, hay que hacer como China, que mira a 100 años vista”.
Tampoco le importan las consecuencias de enfrentarse al resto del mundo, excepto con su amigo Vladimir Putin, un autócrata criminal por el que siente una extraña fascinación, rompiendo así la histórica alianza de su país con los países europeos.
Ayer mismo, Bankinter, en su informe diario, alertaba de que, de seguir por ese camino, el ciclo económico quedará dañado con más inflación y menor crecimiento.
Todavía Trump está a tiempo de rectificar, pero el populismo sabe poco o nada de economía. “No ha habido ningún momento en la historia en que el proteccionismo haya hecho más rico al mundo, sino más pobre y encerrado en sí mismo. En eso desembocó la Primera Guerra Mundial. ¿Acaso ahora no iba a ser distinto?”, reflexionan los analistas del banco en su análisis tras el hundimiento bursátil de este lunes. Terrible advertencia.
Desgraciadamente, no estamos a salvo de repetir los errores del pasado, pues el movimiento MAGA es iliberal y ultranacionalista. Además, la nueva administración norteamericana está copada de sinvergüenzas y personajes lunáticos. El domingo pasado por la noche, en la Fox News, Trump seguía prometiendo el Dorado, “nos vamos a volver tan ricos con los aranceles que no sabremos dónde gastar el dinero”. Para temblar.