El esfuerzo de Salvador Illa por pacificar la vida pública en Cataluña tiene sus brotes verdes en el descenso drástico que ha registrado la tensión que envenenaba a la sociedad desde hace más de diez años.
El punto álgido del procés fue el momento más complicado y ahora en las calles cuesta encontrar una estelada colgada en un balcón, salvo aquellas que parecen sufragadas por los grupos de presión del propio independentismo. La cuestión es que esa placentera tranquilidad que parece vivirse en esta comunidad autónoma, cuando la gente se ha convencido de que la auténtica prosperidad sólo la vivirá en su condición de comunidad autónoma, tiene grietas estructurales en otros aspectos.
Sin duda, una las cuestiones que amenaza el locus amoenus, ese lugar idílico que reflejaba con acierto la literatura clásica, son los transportes. No hará falta que este cronista entre en detalles sobre los desaguisados diarios que ha sufrido la red ferroviaria catalana, en cercanías y en alta velocidad, y cuya intensidad en el desastre ha provocado la intervención de urgencia de la Generalitat.
A los problemas endémicos de inversión en la red (Adif), y a las consecuencias de las obras de mejora, se han unido averías en los trenes (Renfe) y fatalidades diversas. A todo ello, durante los últimos años hemos tenido que ir sumando otros percances como robos de cobre y otras lindezas. Hay culpas variadas y repartidas pero lo único impepinable es que la sociedad catalana merece un servicio con prestaciones acordes a los impuestos que paga. Es decir, un servicio fiable, que no te haga empezar el día con las pulsaciones por las nubes.
Otro de los focos que desespera a los catalanes tiene que ver con el transporte por carretera, por autopista. No es que haya ocurrido nada nuevo que ustedes no sepan esta semana. Todo sigue igual. Los camiones saturan sin piedad los viales de conducción y los conductores torpes de turismos se siguen empecinando en circular por vías de aceleración cuando su velocidad les obligaría a ir siempre por la derecha.
El relato de este miserere se ha puesto de actualidad por las declaraciones del director del Servei Català del Trànsit, Ramon Lamiel, en RAC1 en las que reconocía que Cataluña cuenta con nueve de las diez vías con mayor saturación de tráfico de camiones.
Con una situación como esa, las autoridades deberían actuar. Restringir más el paso de los camiones, prohibirles realizar adelantamientos, etc. Lo que sea para conseguir que la AP-7 y las otras ocho vías saturadas sean más transitables y los conductores no tengan la sensación de estar jugándose la vida más de la cuenta.
Tener problemas para trasladarse es uno de los factores que más ardor de estómago provoca. Tanto si estás colgado en un andén, o en el interior de un tren, como si la agonía te llega al volante de tu vehículo mientras los camiones y los inoperantes amenazan por todos lados la situación no invita al optimismo.