En el intervalo de unos pocos días Carles Puigdemont ordenó a los suyos retirar la cuestión de confianza que le exigía a Pedro Sánchez, una trampa saducea sumamente vergonzante que los “siete magníficos” diputados de Junts per Catalunya (JxCat) habían presentado en el Congreso. La retiraron, aunque a regañadientes, por recomendación del mediador que vela por la buena marcha de las negociaciones –o mejor dicho: extorsiones– que mantienen los conservadores catalanes con el Partido Sanchista. Y casi de forma simultánea abandonaron la moción de censura colectiva que pretendía desalojar del consistorio de Ripoll a Sílvia Orriols, actual alcaldesa y líder radical de Aliança Catalana.

Lo de Sánchez es, hasta cierto punto, comprensible. La cuestión de confianza solo era una alharaca, un aspaviento más tras otro berrinche de Puigdemont, porque de aquí a 2027 –fecha a la que aspira a llegar incólume y hecho un pincel el felón de Moncloa– no es recomendable matar a la gallina que tantos huevos de oro ha depositado en la cesta del nacionalismo, al menos no antes de que ponga el último de ellos. Lo que les interesa ahora mismo es irle extirpando los higadillos –control de fronteras e inmigración, catalán en la UE– a nuestro presidente gasta espejos, sin prisas pero sin pausas. Y de eso ya se encargan con éxito ellos, y, en paralelo, su odiado enemigo Oriol Junqueras con sus condonaciones de deuda autonómica.

Pero cabe preguntarse a santo de qué obedece el hecho de que JxCat retire su veto a Sílvia Orriols por no poder aprobar los presupuestos de la alcaldía de Ripoll, cuando hasta la fecha la formación de Puigdemont cerraba filas en el Parlament junto al PSC, ERC, la CUP, y otros partidos de izquierdas, en su intento de asfixiar y aislar con un buen cordón sanitario a Aliança Catalana, grupo al que todos dicen repudiar por xenófobo, racista, islamofóbico, radical y fachosférico allá donde los haya...

Recuerden que cuando a finales de enero un puñado de descerebrados de Arran agredieron violentamente a varios miembros de Aliança Catalana en el barrio barcelonés de Les Corts, ninguna de las formaciones que mantenían ese veto condenó sin ambages el hecho. Algunas hicieron mutis por el foro y pasaron de puntillas sobre el asunto, otras incluso lo justificaron. Solo el PP y Vox se dejaron de medias tintas y se mostraron contundentes ante lo que entendían no dejaba de ser una clara agresión a la libertad de expresión y a la deseable pluralidad democrática.

Curiosamente, ante los acontecimientos, los de JxCat empezaron a variar su discurso. Artur Mas se manifestó favorable a un diálogo sin compromiso con la formación de Orriols; y por su parte, Jordi Turull, secretario general del partido, aún fue más claro: “Nada puede justificar la violencia, por abismal que sea la distancia ideológica. Nuestra repulsa y condena sin matices a este tipo de acciones. Vengan de donde vengan y sean contra quien sean”.

En esta tesitura cabe preguntarse hasta qué punto es realmente abismal esa diferencia ideológica que, según Turull, separa a los antiguos convergentes con el partido de Sílvia Orriols. Veamos…

A ojos de un profano en materia política, o en un análisis a vuelapluma, Aliança Catalana es a JxCat lo mismo que Vox representa para el PP. Si los votantes fachosféricos que apoyan a Santiago Abascal no dejan de ser unos peperos renegados, sumamente cabreados por la tibieza actual que muestra el partido de Alberto Núñez Feijóo ante temas como la pérdida de soberanía, la inmigración descontrolada y la sumisión a los postulados de la agenda woke 2030 de Bruselas, lo mismo ocurre con la mayoría –no menos de dos terceras partes– de los votantes de Orriols, antiguos convergentes frustrados, desencantados ante la inutilidad, incompetencia y mentiras que han dado al traste con el proceso independentista; pero, sobre todo, ante el negro panorama que supone la pérdida de identidad nacional debido a la llegada masiva de inmigrantes musulmanes y el consabido incremento de los índices de criminalidad e inseguridad ciudadana en Cataluña.

Salvo en el matiz referido a la xenofobia y al rechazo al islamismo –que JxCat niega de cara a la galería, por decoro, pero no en privado, de puertas adentro, podríamos considerar que ambas formaciones están, o podrían estar, a partir un piñón en el resto de asuntos.

Los dos partidos comparten una identidad, un catalanismo de soca-rel; son nacionalistas hasta el tuétano; hispanofóbicos; separatistas a ultranza que anhelan la unilateralidad en la prosecución de sus objetivos; ultraconservadores en lo económico y social. En definitiva, extrema derecha pura y dura, aunque, eso sí, con barretina, porque siempre es más digno –no fotem!- enroscarse una barretina frigia en el cráneo que lucir en la solapa un pin con el toro de Osborne o tocarse con peineta y mantilla.

A estas alturas de partido los de JxCat saben a ciencia cierta que el vaso comunicante, la tubería por la que se le escapan, y se le podrían escapar más y más votos en el futuro, no va a desaguar en el aljibe de ERC ni en el de la CUP, sino en la alberca del partido de Orriols, una política que, no lo olvidemos, formó parte, en su día, de Estat Català y de las Juventudes de ERC, y que votó, apoyó y siguió fielmente en todo tipo de actos, durante los años decisivos del procés, a Carles Puigdemont, antes de caer en el desencanto y sentir que el hijo del pastelero de Amer les había tomado el pelo a base de bien. Lean, en este digital, la excelente columna “Sílvia Orriols es tendencia” firmado por nuestra compañera Rosa Cullell.

También tienen claro que ya de nada sirven los vetos y los cordones sanitarios, porque la extrema derecha arrasa aquí y allá debido al profundo malestar social que supone vivir a merced de los dislates e incongruencias de una izquierda radicalizada liderada por auténticos fantoches. Un innegable cambio de ciclo se está produciendo en toda Europa y América. Los dos partidos que según diversos sondeos demoscópicos más crecerían a corto plazo en Cataluña son Vox y Aliança Catalana, porque no tienen miedo a poner el dedo en la llaga. La formación de Orriols podría pasar de sus dos escaños actuales a siete o más.

En ese estado de cosas se entiende que Míriam Nogueras se niegue en redondo a entrar en el reparto que supondría tener que acoger a más menas en Cataluña, y que la principal prioridad de su partido sea, ahora mismo, arrancarle a Sánchez la competencia y el control íntegro del tema migratorio, incluyendo fronteras, puertos y aeropuertos; de ahí también que, por extensión, entre los más de 20 acuerdos alcanzados en la Comisión Bilateral entre la Generalitat y el Gobierno de España sea destacable el compromiso de ampliar el cuerpo de Mossos d’Esquadra desde los 22.000 efectivos actuales hasta los 25.000 en 2030. Obviamente, nadie quiere quedarse atrás en un tema tan sensible y preocupante como lo es este. A los catalanes nos pierde la estética, pero los votos son los votos y la llave del poder.

Por todo lo dicho, Puigdemont y JxCat no tienen el más mínimo interés en enfrentarse a Aliança Catalana. Todo lo contrario: estudiarán y analizarán con lupa todas sus estrategias y movimientos futuros, y actuarán en consecuencia en función de sus resultados, porque el partido de Orriols es para ellos un espejo en el que mirarse, un test, el mejor banco de pruebas posible. Que nadie se lleve a engaño. Como dicen los ingleses son two of a kind.