La burbuja feliz en la que vivía occidente explotó en verano de 2007 y aún no nos hemos enterado. Desde el inicio de la crisis financiera global no hemos levantado cabeza, ni puede que la levantemos nunca más, pues este mundo hace tiempo que no es el que creíamos que era. 

Cuando los sabios que crearon productos financieros sintéticos. Traducido: combinación de algún activo bueno con muchos otros pésimos para que todo aparentase, y valiese, como si fuese pata negra. Descubrieron que, contra su opinión, todo lo que podía ir mal, podía ir mal al mismo tiempo, nos contaron que eso era un cisne negro, un evento inesperado que, de repente, sucedía y trastocaba todos los planes.

La crisis de 2007 fue un cisne negro que fue mutando y extendiéndose, estando a punto de llevarse por delante las finanzas de varios estados, entre ellos España, que dejó de ir bien, y fue medio rescatada con un préstamo de 100.000 millones, del que solo se dispusieron 41.300 y que aún estamos devolviendo.  

Tras ese cisne más o menos nos recuperamos, pero seguimos sembrando el caos con eventos tan poco afortunados como las primaveras árabes. Luego llegó una auténtica bandada de pajarracos, hace casi cinco años, cuando un virus llamado SARS-CoV-2 se empeñó en fastidiarnos la vida, llevándose por delante a más de 30 millones de personas, dejando secuelas en bastantes más, haciendo que la gran mayoría de la población mundial se inyectase vacunas experimentales con efectos secundarios todavía en debate y paralizando la economía.

Pero de esa también hemos salido, con más deuda, alguna corruptela, la clase media destrozada, menos libertad y una creciente sensación de que quienes nos malgobiernan tienden a tomarnos el pelo. 

Luego hemos tenido inflación como hacía tiempo que no veíamos, un número creciente de guerras, algunas muy cerca de nuestras fronteras, y, sobre todo, una polarización tremenda en todos los frentes, con líderes nacionales cada vez más extremos e incapaces de poner de acuerdo a sus gobernados ni tampoco de acordar nada entre ellos.

Los organismos multilaterales están cada vez más desprestigiados, desde la ONU a la Unión Europea, fagocitados por una élite burocrática que sólo se preocupa de ella misma, una tremenda carencia de liderazgo y una creciente desconexión con la ciudadanía. Estamos en plena época del cuanto peor, mejor, y, de momento, no vemos el final del túnel.

En este entorno, hablar de futuro previsible es una entelequia, pero más allá de los números que aportan los institutos macroeconómicos que auguran crecimiento, pero flojo (mundo al 3,2% y España al 2,3%), lo que sí sabemos es que en 2025 lo raro será ver cisnes blancos, porque todo va a seguir estando muy complicado. 

La presidencia de Trump es altamente impredecible, no sólo por él sino, sobre todo, porque el equipo que está anunciando es como él… o peor. Poner a un antivacunas en sanidad o a alguien que quiere desmontar el FBI al frente de esta agencia promete conflictos por todos lados.

De momento, basa su democracia en la amenaza permanente: a sus vecinos, a los países que lideran el Sur global, a sus socios de la OTAN... veremos en qué quedan sus bravatas, si solo en ruido o si, por el contrario, nos llevará a un mundo más fragmentado, menos ineficiente y lleno de aranceles. Trump si algo tiene es una granja llena de cisnes negros que puede alterar la sociopolítica y la economía global.

El precio del petróleo parece que nos dará una tregua… o no. Con todo lo que está pasando en Oriente Medio es increíble que el petróleo no pase de los 75 dólares el barril, y todo apunta a que lo veremos en ese nivel o por debajo en 2025.

Contribuyen a esta estabilidad que el poder de la OPEP, un gigante en reservas pero cada vez con menos cuota de mercado presente, es cada vez menor y, también, el consumo mundial cae.

Ya parece evidente que antes terminará la dependencia del petróleo que sus yacimientos, y la tendencia del precio será a la baja, salvo mayores turbulencias geopolíticas como una guerra abierta entre Irán e Israel que destruya las instalaciones de la isla de Kharg, nodo de salida de la gran mayoría del petróleo iraní. O peor aún, que haya un colapso en el estrecho de Ormuz, por donde pasa la quinta parte del petróleo que se consume en el mundo.

Rusia es más que probable que acabe ganando la guerra en Ucrania gracias a Trump, quien forzará una paz a cambio de cesiones. La gran duda es si eso no le animará a intentar otra invasión, sea en Moldavia o en alguna de las repúblicas bálticas.

En cualquier caso, la guerra de Ucrania ha demostrado que la capacidad de disuasión soviética solamente se sustenta en sus armas nucleares, porque el ejército convencional no ha podido con otro con diez veces menos efectivos, armado por occidente, eso sí.

Además, su prioridad será reubicarse en el Mediterráneo, sea volviendo a la base siria de Tartus, o negociando con Libia, porque Rusia tiene muchos, demasiados, frentes abiertos. 

También es probable que Israel frene su guerra, dado que está logrando ampliar un cinturón de seguridad tras las derrotas de Hezbollah, Hamas y el régimen sirio, por no contar con el tremendo debilitamiento de Irán, quién sabe si definitivo cuando Trump llegue al poder.

A cambio de una mayor tranquilidad en la zona, Siria se convertirá en un avispero, fuente de terroristas yihadistas que nos harán la vida imposible en Europa. Claro que no hace falta que “importemos” a nadie, el surtido de gente trastornada dentro de nuestras fronteras ya es suficiente como para tener problemas sin necesidad de infiltrados. 

Si los frentes de tensión son muchos y variados, China es la gran incógnita, porque para ellos el tiempo es una variable diferente. Su presidente no está sujeto a ningún ciclo electoral y puede medir muy bien lo que quiere hacer y, sobre todo, cuándo.

Nadie duda de que Taiwán acabará integrado en China continental, la pregunta es cuándo. Tal vez esperen a tener un gobierno prochino para hacer una integración aparentemente amable, pero contundente, que no les genere excesivos problemas en su estrategia de globalización.  

El mundo está tan complicado que, lo mejor, es aplicar la táctica del Cholo, ir partido a partido, mes a mes. De momento… ¡Feliz Año!