En mayo de este año, mi familia y yo alquilamos una casa en el bonito pueblo de Olopte, en La Cerdanya, para celebrar el cumpleaños de mi madre y de mi hermana.

Mientras los demás deshacían las maletas, mi hijo y yo salimos al jardín comunitario, donde jugaban a la pelota los niños de la casa de al lado. "Nosotros también estamos de alquiler, pero esta tarde ya nos vamos", me dijo el padre de los niños, un hombre de mi edad bastante guapo, vestido con chirucas y ropa de montaña.

Me explicó que acababan de regresar de una excursión y que les había llovido bastante por el camino. "Qué bien que haya llovido, el año pasado por estas fechas estaba todo muy seco, el cambio climático es horrible", le dije (o algo parecido).

Él no dijo nada. Se limitó a señalar con el dedo las tres (o cuatro, o cinco, no me acuerdo) estelas blancas que cruzaban el cielo, de nuevo azul, por encima de la sierra del Cadí. "¿Te has fijado que hace poco no estaban? Es extraño, ¿no?", me dijo, poniendo voz interesante. 

Entorné los ojos y respiré hondo. "Que no sea conspiranoico, por favor", recé por dentro, ya que parecía soltero. "Son las estelas de los aviones", le respondí, sin mirarlo a la cara.

Él me dijo que estaba equivocada, que aquello no podían ser estelas de vapor de agua que dejaban los aviones, porque habían aparecido demasiado rápido; que tenían que ser estelas químicas de los aviones antilluvia y las fumigaciones con yoduro de plata que los Gobiernos ordenan en secreto para controlar el clima. "Está todo publicado en el BOE", me aseguró. Por poco se me escapa la risa. "En el BOE, ¡claro!".

Sin detectar mi ironía, el hombre siguió exponiéndome sus teorías: que si el cambio climático era algo inventado, que si todas esas estelas químicas, chemtrails, tenían un efecto fatal para nuestra salud, que si la prensa ocultaba la verdad porque estaban todos comprados por intereses político-económicos.

Le pedí que, por favor, cambiásemos de tema, que yo era periodista, primero, y me estaba sintiendo insultada, después que estaba de vacaciones y no quería ponerme de mal humor. A él le debió de hacer gracia mi respuesta y siguió dándome la lata —por supuesto, era antivacunas y creía que el Covid era un invento de George Soros o vete a saber quién—, pero no me rebajé a discutir con él.

Con el tiempo he llegado a la conclusión de que con los conspiracionistas no vale la pena dialogar. Mejor dejarles soltar barbaridades y aguantarse la risa (o las ganas de abofetearles). 

"¿Pero de dónde sacan tanta información falsa? ¿Qué podcasts escuchan? ¿Qué clase de cuentas siguen en redes?, ¿por qué mi algoritmo nunca me sugiere seguir perfiles de conspiranoicos?", bromeaba hace poco un colega mío que trabaja en Meteocat, mi cuenta favorita en la red X.

"Es cierto que en países como China se utiliza desde hace tiempo la técnica de sembrar nubes con yoduro de plata desde los aviones, generando así precipitaciones por las sustancias que hay en el aire con el fin de proteger la agricultura. Pero eso no tiene nada que ver con las estelas de vapor de agua condensado que dejan los aviones en el cielo", me explicó mi amigo, cansado de leer comentarios estrafalarios en las cuentas de Meteocat.

"Avui de tants chemtrails que hi havia que el cel tornava a semblar un tauler d'escacs, sigueu honestos i deixeu d'enganyar-nos, que ja no ens ho traguem" ["Hoy, de tantos chemtrails que había, el cielo parecía un tablero de ajedrez. Sed honestos y dejad de engañarnos, que ya no nos lo tragamos"], escribía una usuaria de Facebook bajo una publicación reciente de Meteocat con la previsión del tiempo. Por suerte, el comentario fue replicado mayoritariamente con emoticonos de la cara llorando de risa.  

"El hecho de que se haya utilizado, desde hace décadas, la siembra de nubes con yoduro de plata desde aviones con el fin de intentar eliminar la piedra o incrementar la lluvia, combinado con la persistencia de algunas estelas de condensación, ha propiciado teorías fantásticas y sin fundamento científico, que sostienen la relación de estas estelas duraderas con la presencia de elementos químicos contaminantes, liberados de forma expresa", informa una nota de prensa publicada por Meteocat hace unos años con el objetivo de explicar el origen de las estelas de los aviones y desmentir el mito de los chemtrails. 

Lo que la nota de prensa no niega es que los aviones son responsables de aproximadamente el 2% de las emisiones globales de CO2 y el 4% del calentamiento global, uno de los factores antropogénicos que generan el cambio climático.

"Ya me explicarán los negacionistas del cambio climático cuando vean que en unos años Barcelona se ha convertido en un caldero", se rio mi amigo antes de regresar cada uno a su casa en una bochornosa noche de octubre barcelonesa. 90% de humedad y 19 grados de temperatura a las once de la noche. Barcelona es la nueva Hong Kong.