La web del Departamento de Educación es un trabalenguas de cientos de páginas, llena de mapas curriculares, dibujitos, matemáticas movilizadas y propuestas para reducir el estrés del alumnado. Salgo agotada tras intentar descubrir qué estudiará mi nieto en primaria. 

Damià Bardera, un gerundense profesor de instituto que acaba de publicar Incompetències bàsiques (Pòrtic), asegura que la Escola Catalana es hoy un verdadero disparate. Tiene razones para decirlo. El papanatismo pedagógico ha colocado a la autonomía en la cola de España y Europa en los informes PISA y PIRLS.

La obsesión lingüística de los sucesivos Gobiernos independentistas ha contribuido a crear un solo foco de atención política, el catalán, el idioma “de tots”. Y la comprensión lectora en cualquier idioma se ha desplomado. En los últimos resultados internacionales, la capacidad de entender lo leído por los estudiantes catalanes de cuarto de primaria baja 15 puntos respecto al estudio de 2016.

La lectura es el medio para alcanzar dos propósitos: tener una experiencia literaria y adquirir, a la vez que usar, la información recibida. Pues en ese objetivo, los niños de la tierra en que nací están por debajo de la media española, ya de por sí mediocre.

Aprender a sumar, leer, conocer la historia de tu país y sus ríos o escribir sin faltas de ortografía han dejado de ser prioridades educativas. En 10 años los alumnos catalanes han perdido un curso en matemáticas y casi dos en comprensión lectora. Son cosas de antes, dicen, de la vieja escuela, aquella que memorizaba poemas, aprendía tablas de multiplicar, incluso quebrados, y conseguía enseñar a enumerar las cordilleras que atraviesan la península ibérica. El objetivo, nos dicen hoy, es “aprender para conseguir una sociedad justa y democrática, cohesionada e inclusiva, verde, digitalizada, equitativa, feminista, cohesionada y más democrática”. 

Que un niño llegue a los 8 años sin saber leer en ninguna lengua no debe, al parecer, preocuparnos en demasía. Está en un momento de “movilizar el aprendizaje”. Pedir que a esa edad sume y escriba las primeras letras sólo interesa en un mundo patriarcal, intolerante y antidemocrático. 

Los profesores catalanes se enfrentan a un verdadero galimatías de órdenes de una consejería dedicada durante una década a la sociología progresista más que a la enseñanza. No es extraño que los profesores --sean independentistas o no-- hayan pasado página y, además de protestar, escriban libros contando sus experiencias.

Por lo que cuentan, hoy lo importante es dedicar tiempo a la educación socioafectiva, los derechos de los animales o el mindfulness. Hay que reducir el estrés de sus queridos alumnos, a los que no se les puede torturar con deberes. 

Tras el bombazo de los informes, la conselleria de ERC se defendió diciendo que había un exceso de alumnos inmigrantes en la muestra de PISA. Como siempre, la culpa es de otros. Pero los padres con posibles se han asustado y, vengan de donde vengan, han corrido este curso a matricular a sus vástagos en la concertada o en la privada, que sigue creciendo a pesar de sus altísimas tarifas. En este curso, la concertada ha ganado unas 1.400 solicitudes y la pública ha perdido 2.000. 

El problema ya no es lingüístico, sino pedagógico en su totalidad. Últimamente se ha hecho viral el Manifiesto para la mejora del Enseñamiento Secundario de Cataluña, escrito por dos docentes de instituto, Lídia Ribas y Florenci Vallès. Proponen 50 medidas, prácticas y comprensibles, destinadas a revertir el persistente empeoramiento de conocimientos entre los alumnos. Piden, entre otras cosas, que se deje de ningunear la importancia de adquirir conocimientos verdaderos, útiles. 

Como tantos padres, estos profesores creen que hay que abandonar el “aprender a aprender”, concepto buenista que lleva a acabar la primaria sin hacer deberes. Critican con tino que se condene cualquier intento de memorización en la etapa secundaria: “Sin ejercitar la memoria no puede haber conocimiento”.

La rebaja de conocimientos básicos sólo lleva a regalar aprobados. En Cataluña no repite casi nadie. El fracaso, no obstante, es generalizado y abarca España entera. Enseñar “matemáticas manipulativas” ni siquiera ha servido para aprobar en “conocimientos financieros”. Cuatro de cada 10 alumnos españoles no saben interpretar una factura ni una nómina.

La vieja escuela, aquella en la que nadie aprobaba el ingreso sin saber leer y escribir, tenía cosas buenas. Habrá que recuperarlas antes de que en el PISA de 2025, que se centrará en ciencias y lengua extranjera, nuestros niños vuelvan a catear. Gobernantes de aquí y acullá no insistan en hacer felices a nuestros hijos; eso es cosa de las familias. Dedíquense a mejorar la calidad de la enseñanza.