Tomen nota los agitadores profesionales de la ciudad, los exaltados en contra del progreso y del desarrollo económico porque tras la experiencia vivida con la Copa América llega ahora, en cuestión de unos meses, el aterrizaje en Barcelona del avión de pasajeros más grande del mundo. Engrasen, pues, la maquinaria de la protesta antimodernidad, durante un tiempo respaldada incomprensiblemente por la propia Administración, aunque es muy probable que su capacidad de éxito sea tan exigua como la obtenida en sus últimas quejas.
El caso es que en marzo del 2025 la compañía coreana Asiana Airlines tiene previsto cubrir su ruta Barcelona-Seúl con la nueva aeronave Airbus A-380, con capacidad para 495 pasajeros. Un gigante que surcará los cielos en Cataluña con ocasión de la próxima edición del Mobile World Congress.
No faltarán, pues, las voces que retumbarán con el lamento de que esas aeronaves colocan demasiado en el mapa a Barcelona, que contribuyen a más visitas y, por tanto, en su hoja de ruta, a más molestias. Menos mal que una gran parte de la ciudadanía, la mayoría, obvia tales planteamientos y está satisfecha con la idea de que su ciudad siga atrayendo planes y negocios que contribuyan a la reconstrucción del terreno perdido. No es baladí que la llegada del mayor avión comercial del mundo aterrice en El Prat para nutrir de congresistas el Mobile World Congress, quizás la piedra angular sobre la que Barcelona ha construido en los últimos años su nueva amplificación al mundo de los negocios internacional.
El Mobile ahora ya no está en discusión, pero no hace tantos años tuvimos una alcaldesa que, si hubiera podido, lo habría dinamitado. Ahora estamos inmersos en otro debate parecido: la ampliación del aeropuerto. Este plan, capital para que el posicionamiento económico de Barcelona adquiera una velocidad de crucero de mayor intensidad, cuenta con la oposición de quienes consideran que pondría en peligro la biodiversidad animal de los espacios cercanos a la ampliación. Nada que no pueda solventarse si existen ganas reales de combinar el crecimiento con la ecología.
Cada vez queda menos gente entre la ciudadanía que se trague la milonga de los profetas anticrecimiento, pero durante demasiado tiempo en Cataluña ha imperado ese mensaje pueblerino e indocumentado, apenas rechistado públicamente so pena de acabar sufriendo la guadaña de los guardianes de lo políticamente correcto. O pensabas como ellos, o eras un candidato claro a la cancelación social. Todo muy democrático.
Aplaudamos que Barcelona siga siendo un polo de atracción, de interés, y dejemos que los verdaderos enemigos del avance de la capital catalana -los gruñones del progreso- acaben reduciéndose en su propio jugo.