“Ante las informaciones difundidas hoy, tengo la necesidad de romper el silencio y explicarme. Hasta ahora he callado por responsabilidad, por respeto a los procedimientos internos y porque creía que era la mejor manera de proteger a ERC. Pero ya no puedo más”.
Así empezaba la homilía de Marta Rovira tras las filtraciones de mensajes sobre su forma de hacer política con “la B”. Está bien que la todavía secretaría general de los republicanos se explique, pero se echa en falta que estas explicaciones no se hicieran antes, cuando ocurrió el espectáculo bochornoso de los carteles contra Ernest Maragall confeccionados por una estructura paralela dentro del partido o cuando Oriol Junqueras apareció colgado de un puente.
Las explicaciones llegan tarde y en modo pataleta de la señora Rovira, que es su forma habitual de expresarse. Pataleta porque afirma primero que sus mensajes se han sacado de contexto. ¿Cuándo? Cuando pedía que se reactivara la campaña B -o sea, que conocía de su existencia, que, por cierto, hasta ahora había negado-; o cuando su hombre de confianza, Sergi Sabrià, le contestaba “algo tenemos”.
A Marta Rovira la han pillado con el carrito del helado, y basa su defensa en acusar a los filtradores. No tengo muchas dudas de que los que han movido la bronca son partidarios de Junqueras, pero el tema no es quién acusa, sino que la secretaría general avalaba las malas artes, por mucho que ahora abogue por la renovación del partido. Tarde piaches, diría un gallego.
Ante la falta de argumentos, Rovira amenaza. “Yo también tengo mensajes” seguramente comprometedores, decía en su carta. Estaría bien que superara la red X y diera la cara y se sometiera a una rueda de prensa con preguntas para demostrar su inocencia, que cada día es más supuesta. Anunciar que tienes mensajes es nada, porque en política las estrategias se aplican, no se explican. Señala a Junqueras, pero los periodistas sabemos que Junqueras, aún presidente de la formación, era ninguneado y marginado ante los medios de comunicación y tenía conocimiento de ciertos movimientos por la prensa. Se le consultaba poco o nada. De momento, Rovira guarda silencio. Tanto que ni apareció por la Diada y se desconoce si asistió a algún acto el 11-S en Ginebra, que es donde estaba haciendo patria, of course.
El episodio, más que lamentable, ha roto definitivamente los posibles puentes entre las dos candidaturas con más posibilidades de ganar el congreso de ERC. Militància Decidim y Nova Esquerra Nacional optaban en solitario hasta que el Moviment 1 de octubre y Foc Nou han irrumpido en la carrera. Parece que estas dos últimas no tienen posibilidades de ganar, pero pueden ser fundamentales para que gane una u otra candidatura. Quitarán votos, y ahora falta sólo saber a quién. Ni Rovira ni Junqueras van sobrados de votos, y dejarse aunque sea unos pocos centenares será sinónimo de derrota.
Los últimos acontecimientos alejan la posibilidad de buscar un acuerdo entre los de Oriol y los de Marta que garantizara la tranquilidad a una nueva dirección. Tranquilidad que Esquerra ha abandonado al encadenar derrotas electorales que han resucitado ese gen suicida que anida en los republicanos, y que ha sido común denominador en su historia. Parecía que había sido aniquilado, pero no, simplemente estaba adormecido. Y quién sabe si este camino infernal no acaba en una escisión en el partido republicano. No sería la primera vez que algunos iluminati revestidos con la estelada llevan al partido al precipicio.
Marta Rovira, ahora horrorizada, era la responsable del aparato, eso no lo puede negar. Si dimitió Sergi Sabrià, el gran interrogante es por qué no dimitió ella. Se puede rasgar las vestiduras, pero ya no sirve para conseguir votos de solidaridad, como ella argumentó en esos mensajes “sacados de contexto”. El problema, señora Rovira, es que el contexto es que usted escribió unos mensajes y ahora pretende mostrarse como víctima cuando es todo lo contrario. Poner el ventilador en marcha es sólo una prueba más de su catadura política. Dimitir no es un nombre ruso.