Diga lo que diga la vicepresidenta Montero sobre el debate “nominalístico” del nuevo acuerdo fiscal para Cataluña entre Sánchez y ERC, lo que prevalece es la persistente continuidad de la impronta nacionalista en el gobierno de Illa: “Que todo cambie para que todo quede igual”. ERC, pese a sus divisiones y debilidades internas, ha entendido a la perfección la conocida sentencia: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.

Las paradojas lampedusianas de El Gatopardo son la guía espiritual de Illa. Su primera y principal propuesta de gobierno ha sido no alterar la cosmovisión nacionalista ni la catalanidad como ideología. El trato fiscal específico alcanzado es imprescindible para mantener con vida el enorme monstruo hiperextractivo en el que ha convertido el nacionalismo a la administración autonómica. No es un asunto de agravio o expolio, es de vida o muerte para decenas de miles de individuos y colectivos subvencionados que han de seguir -sí o sí- abrevando en el erario público.

Han cambiado las siglas al frente de la Generalitat, pero no se ha visto alterada la carísima, excluyente y sectaria política lingüística. Son más de cinco décadas repitiendo, con el volumen a tope, la gran mentira que todo lo cubre y todo lo justifica: el catalán, lengua propia. Una vez más, hay que recordar que el catalán no es la lengua propia de Cataluña, sino una de las dos oficiales.

No existe en el mundo mundial un territorio que tenga lengua propia. Son los individuos los que pueden tener una lengua propia por ser materna o por opción personal. De ahí que imponer multas lingüísticas sea una vulneración clara del derecho a la libertad basándose en un principio totalitario que no respeta ni la diversidad ni la tozuda realidad lingüística de una mayoría de hispanohablantes, que no son necesariamente monolingües como dice el PSC. Pero, si lo fueran, ¿cuál es el problema? ¿La escola catalana? Ni siquiera el municipalismo socialista ha sabido romper con este falso mantra. Estos días resulta ridículo leer en la web de los ayuntamientos, por ejemplo, el programa de actos de fiesta mayor sólo en catalán y que los comentarios de sus vecinos, a favor o en contra, se escriban sólo en castellano. ¿Quiénes son los monolingües?

Si el PSC no ejerciera de partido nacionalista y respetase la igualdad de oportunidades, la libertad y la diversidad de sus ciudadanos, no habría cometido el mismo error maragalliano de ceder la política cultural a los nacionalcatalanistas. Si el procés fracasara finalmente, no será por el cambio inmóvil encabezado por Illa, sino por el sentido común de la mayoría de la ciudadanía catalana, mucho más abierta y respetuosa que sus políticos, tan rígidos y reaccionarios como nacionalistas.