Nos hemos acostumbrado a poner en el calendario reuniones que antes pasaban desapercibidas o simplemente estaban restringidas a unos pocos. Una de ellas es la reunión de gobernadores o presidentes de bancos centrales que se celebra en la carísima localidad de Jackson Hole, en el estado de Wyoming, no muy lejos del parque de Yellowstone.
Este encuentro se celebra a finales de agosto desde la década de 1970, pero Jackson Hole lo acoge de manera permanente desde 1981. Las continuas crisis financieras han convertido una reunión de especialistas de tres días en una especie de faro que ilumina hacia donde irá la economía en el curso a punto de comenzar.
Nos encontramos en un momento en el que los tipos de interés apuntan a una lenta reducción, toda vez que la inflación parece domesticada. Lo que se ha dicho, y lo que no se ha dicho, guiará a los gestores de fondos y carteras durante unas cuantas semanas, anticipándose a decisiones que vendrán.
El consenso es de un aterrizaje suave de la inflación que permitirá rebajar los tipos de interés, lo que no deja de constituir un misterio insondable, pues se ha “impreso” mucho dinero para amortiguar la crisis financiera iniciada en 2007 y para paliar los efectos del parón mundial por la pandemia de 2020. El tamaño de los balances de los bancos centrales nada tiene que ver con cómo eran en julio de 2006, ahora son muchísimo mayores, lo mismo que la deuda soberana, pero a nadie parece importarle. El origen de esta inflación no era, solo, un desajuste de oferta y demanda, pero parece que la medicina tradicional más o menos funciona, y puede que ni siquiera se entre en recesión, efecto secundario típico de los frenazos aparte de política monetaria restrictiva.
Con la crisis del Covid, mundial y severa, podía haberse acometido una reducción simultánea de tamaño de balances de bancos centrales y de deuda, pero no se quiso hacer. Era muy sencillo, tanto como condonar un porcentaje de deuda soberana comprada por los bancos centrales de manera coordinada. La excepcionalidad del momento y los mecanismos de creación de dinero lo permitían. Al no hacerse, tenemos balances inflados y estados sobreendeudados por años. La carga financiera de la deuda es elevada incluso con tipos de interés bajos.
La paradoja es que la economía parece no ir mal a pesar del generalizado uso poco eficiente del gasto público. La ratio de endeudamiento público sobre PIB no deja de batir récords en casi todos los países, pero a nadie parece importarle crear una deuda que nunca se podrá pagar. Que España tenga una deuda superior al 107% de nuestro PIB es un desastre, pero esta ratio es inferior a lo que supone la deuda en Francia, Italia, Estados Unidos o Japón, quienes con más de un 270% lideran este ranking de quienes vivimos a costa de hipotecar a nuestros hijos e incluso nietos. Incluso hay emisiones de deuda a 50 años o directamente perpetua, sin ánimo de ser repagada nunca.
Habiendo pasado de puntillas, o simplemente obviando, el problema del endeudamiento de los estados, lo hablado en Jackson Hole era más o menos previsible, inflación, crecimiento y riesgos globales. Ahora la preocupación deja de ser la inflación y se habla de un crecimiento débil. En Estados Unidos ha repuntado el desempleo… ¡a un 4,3%! Con los tipos altos como ahora, hay munición más que suficiente para incentivar la economía si así fuese necesario.
El mundo está muy desequilibrado con un papel futuro de China por descifrar, la pujanza de Arabia Saudí y las incógnitas sobre Rusia, una economía menguante si no fuese por su armamento nuclear. Pero además India o Turquía tienen mucho que decir, por no hablar de México o Brasil. Europa es cada vez más irrelevante tanto por el tamaño de su estancada población como por el progresivo envejecimiento de esta. La edad media en España se acerca a los 46 años, valor muy similar al de nuestros principales socios. En México o Turquía no llegan a los 30. De todo eso se ha pasado de puntillas, solo se han preocupado del binomio inflación y crecimiento, demasiado clásico, demasiado limitado.
La teoría diría que esto no puede durar mucho tal y como está, con fundamentos regulares, pero con apariencia positiva, pero tras ver cómo somos capaces de cronificar no uno, sino dos conflictos bélicos en zonas muy críticas para la economía global, todo es posible. Carpe diem, o sea, ¡otra de gambas!