Las bolsas tienden a comportarse mal en agosto. El menor volumen de contratación debido a las vacaciones sobre todo de los gestores de fondos profesionales hace que los movimientos de las cotizaciones sean bruscos y cualquier susto tienda a amplificarse. La volatilidad en agosto es muy superior a la volatilidad de cualquier otro mes.
Este año, sin embargo, la corrección en la bolsa japonesa justo el primer lunes de agosto ha sido excesiva, pero el pánico se ha transmitido con sordina al resto de mercados. Las bolsas llevan meses en posiciones altas y más pronto que tarde se recogerán beneficios. De hecho, Berkshire Hathaway, la compañía del mítico Warren Buffet con retornos récord, lleva meses saliendo de bolsa y acumulando efectivo, con la teoría clásica de que el último euro/dólar/duro lo gane otro. Decía Rockefeller que cuando su limpiabotas invertía en bolsa era momento de vender, pues ahí parece que nos encontramos, rozando unos máximos que poco más van a durar y que animan a los inversores profesionales a plegar velas.
Japón ha comenzado a realizar su ajuste, pero para el resto aún parece que quedan algunos meses de opulencia. El ciclo de tipos de interés medianamente altos parece tocar a su fin y el cambio de ciclo parece cerca… salvo sustos que nunca podemos descartar. El huracán de la primera semana de agosto parece que fue un aviso de ese cambio a la vez que un mensaje a la Fed para que bajase los tipos.
Hablar de recesión en Estados Unidos es exagerado, los indicadores no van en esa dirección, pero las alzas continuas de la bolsa parecen tocar su final. Cuanto más tarde en complicarse la situación de los mercados, mejor, porque los bancos centrales tendrán más armas con las que reaccionar. Además, como vimos en la pandemia, la máquina de imprimir billetes no se asusta en caso de necesidad y, aunque esta vez sí hemos tenido algo de inflación, las consecuencias no han sido, de momento, nefastas.
Tenemos dos conflictos globales a los que ya nos hemos acostumbrado, la invasión de Ucrania, a quien nadie le interesa poner fin, y la acción de represalia de Israel en Palestina con la peligrosísima intervención iraní. Pero, de momento, son conflictos que calientan, pero no queman. Está por ver si se descontrola alguno de estos conflictos y, sobre todo, qué ocurrirá si Trump llega a ser presidente, ahora algo menos claro que cuando el candidato demócrata era Biden. Y más allá de Ucrania y Gaza tenemos China y Taiwán, la gran amenaza que, afortunadamente, no acaba de concretarse. Mientras tanto el petróleo no acaba de despegar, con precios del barril por debajo del objetivo de la OPEP, 85 dólares, y eso es bueno para todos los que no producimos petróleo.
Incluso la reacción de los Gobiernos de izquierda latinoamericanos respecto al posible fraude en las elecciones venezolanas ha sido positiva, hay líneas que nadie quiere que se traspasen, por lo que podemos decir que sociopolíticamente estamos algo mejor.
En España vamos camino a un segundo ejercicio sin presupuestos del Estado, los fondos europeos no acaban de implementarse, pero es igual, el turismo y el consumo siguen tirando como nunca. No es imposible que España sea el país del mundo con un mayor número de turistas en 2024 toda vez que Francia ha sacrificado París para dar una imagen insuperable, con permiso del contaminado Sena, en los Juegos Olímpicos. 90 millones de turistas se dejan mucho dinero y los españoles somos algo más pobres en relación con el mundo, por lo que salimos menos de nuestro país, y eso nos viene muy bien desde el punto de vista macroeconómico.
El mundo está muy complicado, y las finanzas también. Pero, de momento, la economía navega por aguas de opulencia. Veremos cuándo terminan, ojalá nunca. Eso sí, contengamos la respiración en agosto porque todo lo malo suele comenzar en este mes.