España va bien. O lo parece. Los datos macroeconómicos son mejores de lo esperado. Se crea empleo, cada vez más estable, la economía crece muy por encima de la media europea, los precios están contenidos, los tipos de interés han vuelto a situar en calma a las hipotecas, y las empresas rompen todos los techos de beneficio. Y a pesar de estos datos no hay tregua para el Gobierno.
El PP auguró el apocalipsis económico y cosechó un sonoro fracaso. Y abandonó la batalla de la economía. Ya tenía bastante con la percepción social de la marcha de la economía que no cuadra con los datos. Los salarios siguen siendo bajos y en algunas ciudades trabajar no es sinónimo de no estar en exclusión social. Los precios están contenidos, pero los ciudadanos ven que les cuesta más ahora llenar la nevera. La vivienda está imposible, los servicios públicos no pasan por su mejor momento, sobre todo la sanidad, y a pesar de que las ayudas han aumentado de forma exponencial, no llegan a todos. Y en este punto surge otro problema: la xenofobia, el odio al diferente, porque cuando el reparto de las miserias no llegan a todos, la mecha se enciende, se busca al culpable, y ese culpable es el inmigrante.
Con todo, el problema de España es otro. Es el modelo de país. Detrás de la máxima de Pedro Sánchez de frenar a la derecha y la ultraderecha, que conecta con la política internacional, está el modelo de España. O la España centralista, radial y patriotera; o la España federal, periférica e integradora.
El PP ha leído bien el guión del pulso. Se pasa a veces de frenada, sí, pero atina con el diagnóstico con un discurso duro en lo social y en el modelo de España. “Sánchez vende España por siete votos”, ha causado furor, junto a majaderías de “que te vote Txapote”, confundir libertad con una caña de cerveza, y el top ten “España se rompe”.
El PSOE también lo lee bien, pero se le atraganta dar pasos. Los indultos o la amnistía llegaron tarde y a destiempo, y desataron la caja de los truenos. Si el PSOE hubiera sido valiente y hubiera apostado por este camino antes del 23J no hubiera tenido que sufrir que los pasos se daban por un necesario apoyo parlamentario. Las federaciones periféricas del PSOE se mueven y, sobre todo, el PSC. Sánchez lo entendió con el acuerdo con ERC. En materia de financiación es un gran paso adelante porque no es que Cataluña quiera el dinero de todos, como vociferan en la M30, sino que quiere su dinero para progresar, y si Cataluña progresa, tendrá más dinero para repartir y ser solidaria. El presidente del Gobierno apuntó que era el camino para una “España federal”. Pero este paso adelante debe explicarse bien.
La derecha española ha salido en tromba contra el acuerdo. La catalana, también. Ambas coinciden que en prefieren una España rota antes que roja, los unos, y otros una Cataluña rota antes que roja y, of course, española. Unos acusando a Sánchez de traidor por romper la unidad de la caja -esotérico concepto que está en línea con el refranero de quien parte y reparte, se queda la mejor parte-, y otros acusándolo de españolista irredento que quiere esquilmar a Cataluña. Lo acusan de soplar y sorber al tiempo.
Salvador Illa ha tenido que ver mucho en la creación de este nuevo modelo, pero sin la complicidad de Sánchez, el sudoku no hubiera salido. Sin embargo, otra vez, se ha vendido mal. No es un acuerdo de financiación para mantener la silla, ni para investir a Illa, que también, es una apuesta diferente. Que ni rompe España ni veja a Cataluña. El PSOE, sobre todo el rancio PSOE, tiene que ponerse las pilas, porque la batalla no es la economía, tampoco es el binomio izquierda-derecha, sino que es el modelo de Estado. Los que se quieren quedar como hasta ahora y se rasgan las vestiduras en público cuando no pagan un duro y se llevan la pasta de gratis como el presidente manchego, Emiliano García Page, a lo mejor tienen que cambiar de partido. Porque España es plural y diversa, los gobiernos autonómicos tienen los recursos para reactivar su economía y dar unos servicios de calidad, o España seguirá sin solucionar su problema territorial, ya ancestral. No hay dos Españas. La de derechas, la de izquierdas, y la periférica. Y si la periferia no está, España no será España. Ya lo hemos vivido cuando el independentistas rompía las costuras. Sólo movimientos arriesgados, y bien explicados, por favor, pueden reforzar un país que no es homogéneo, que es diferente, pero que tiene que recuperar su orgullo. Y para eso es necesaria la periferia, sea España de derechas o izquierdas. El acuerdo con ERC es un buen acuerdo. Es bueno para España y ya verán lo que tardan muchas comunidades en pedir lo mismo que Cataluña. Una tradición.