“Preguntar no es faltar”, se justifica el juez Peinado cuando le da la palabra a Pedro Sánchez, pero no en sede judicial, sino en la misma Moncloa, rodeada de cámaras y canutazos. Mientras el Barroco español lamenta las capas y espadas prohibidas por Esquilache, en Cataluña, los CDR irrumpen en la sede de ERC con una furia pacífica directamente proporcional a la bonhomía curona de las acampadas juveniles de los republicanos. ERC está marcada a fuego por sus menestrales. El faubourg republicano –Junqueras, Rovira, Tardà o el dimisionario Tete Maragall– está condicionado por el asambleísmo cómodo y antiinstitucional de las bases.

Interviene el PSOE para prometer la financiación singular y todo parece volver al cauce. Pero el país de los que proponen o gritan se escinde entre los ancilarios y los que odian; el servicio doméstico y el cabreo. La muerte de la razón es un hecho; queda la paciencia, la ruta monclovita, que pasa por declarar ante el juez sin complejos y esperar el veredicto jurisdiccional de una instancia superior. En la España de la causa general de Peinado nadie expone, solo supone. Nadie limpia, solo barre; no nos mecemos, solo merecemos; no aprendemos, solo reprendemos. Estamos rodeados por la ideología que declama y no trabaja, como el sutra, la rapsodia monótona; la ideología es contraria al pacto y ofrece el discurso vacuo de los que nunca llegan al poder; maneja textos del mensaje mesiánico, pero utiliza el báculo sin argumento.

ERC personifica el pretexto. Siempre reitera la misma retahíla del ingreso mínimo, las Rodalies, la condonación del FLA, etcétera. Es la murga sin agenda. La bicha sin mentarla; el ornamento sin el fondo; la sandalia sin el pie; la barba rala sin la patilla; el consuelo sin encanto; el circo sin trapecio. ¿Ideología desnuda, Quousque tandem…? ¿Hasta cuándo agotarás nuestra paciencia? Eres una profanación cotidiana; destronas a reyes sin corte y ensalzas de boquilla las repúblicas de Puigdemont, el príncipe malo que se cuece en su propia salsa.

El presidente de la Cámara catalana, Josep Rull (Junts), proyecta la sombra del ausente para imponer su regreso, mientras ERC y PSC tortuguean sobre el pacto de legislatura. El parón legislativo es muy parecido al silencio stampa del calcio italiano y las tardes de canícula caen sobre los sombríos corredores del Parlament sin alma. Otro verano sin vacaciones; la mesocracia partidista trabaja a diario mientras los comunicólogos preparan el último argumentario. El tedio es el contravalor de la política.

En los pactos de investidura no hay plot cautivadora, solo cambalache. Sí que existen el dispositivo y la saga, dos inventos que los partidos políticos suelen externalizar. Su mejor ingrediente es el avatar, la transformación del candidato tocado por los dioses y capaz de refundar su personalidad. En todos los casos menos en el del estadounidense Joe Biden, que deja su silla a Kamala Harris en competencia con posibles vicepresidentes, como la gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer; el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro; el gobernador de California, Gavin Newsom; así como J. B. Pritzker, gobernador de Illinois, y Andy Beshear, de Kentucky. Mientras los demócratas se lo piensan, Donald Trump oscurece nuestro futuro, el de la UE y la defensa atlántica. Es eso o que la risa de Kamala se cargue al matón de salón recreativo.

Esquerra pide una forma paritaria entre la Agencia Estatal de Administración Tributaria y la Agencia Tributaria de Cataluña, una fórmula imposible que aumentaría el delito fiscal en la autonomía, según el sindicato de inspectores fiscales, el IHE. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se reunirá hoy mismo en Barcelona con el president, Pere Aragonès, en la semana clave para desencallar la investidura. ERC ha puesto como límite este julio y reclama a los socialistas un gran gesto en forma de minuta para no levantarse de la mesa de negociación.

ERC habla de obtener el cupo vasco-navarro sin los fueros carlistas suspendidos por Cánovas del Castillo y devueltos en forma de régimen especial, “cuando Fernando VII usaba paletó”. Un imposible metafísico o una vuelta al Bolero de Ravel, en versión castiza, cuyo estribillo sobre El Deseado se cantaba en la España del turnismo y se quedó colgado, un siglo después, en las gargantas párvulas del patio de colegio.

Junts asoma la patita en el Congreso, junto a PP y Vox, para decir no a la ley de extranjería de Sánchez. Al modelo anhelado de financiación, ERC le llama ahora soberanía fiscal, un batiburrillo de concesiones, poniendo el significante por delante del significado. Vivimos entre dos aguas: la xenofobia de Junts y el tocomocho de la soberanía fiscal exigido por Esquerra.