Los humanos preferimos relacionarnos con personas de características similares a las nuestras a hacerlo con las que las poseen dispares. De forma frecuente, buscamos tener contacto con otros individuos con un parecido nivel de riqueza, cultura, carácter o rasgos físicos. A una parte de las personas, los diferentes no les agradan e incluso a algunas les molestan. Por eso, no les gustan los que residen en su país y han nacido en el extranjero.
No obstante, existen excepciones. Las salvedades las reflejan perfectamente las palabras utilizadas al referirnos a ellos. A un directivo de una empresa multinacional, cuyo poder adquisitivo es elevado, le denominamos un expatriado. A una pareja de jubilados, residentes en una magnífica mansión de Marbella, les llamamos extranjeros. En cambio, a un matrimonio de bolivianos, que posee doble nacionalidad y huye de la pobreza, les calificamos como inmigrantes. Los últimos son tan españoles como los nacidos aquí.
Todos ellos son migrantes y tienen costumbres distintas a las nuestras. No obstante, una sustancial parte de los españoles están encantados de que vengan los primeros, pero rechazan que sigan llegando los últimos. Lo siento, pero discrepo. Unos y otros aportan al país más de lo que reciben de él. Las naciones que progresan tienen inmigración, las que están estancadas o retroceden poseen emigración. Afortunadamente, en pocas décadas, España ha pasado de lo segundo a la primera.
Según las encuestas, mi posición sobre la inmigración no es compartida por una gran parte de mis compatriotas. En el barómetro del CIS de mayo de 2004, el 53,7% de los encuestados indicaba que había demasiados inmigrantes en nuestro país. En dicho año, los residentes nacidos en el extranjero eran 3.693.806 y representaban el 8,8% de la población.
Dos décadas después, compartían la anterior opinión el 47,2% de los consultados, según una encuesta realizada en enero por Sigma Dos. En 2024, los nacidos en un país foráneo ascendían a 8.775.213 y suponían el 18,1% de la población del país. En 20 años, su número había aumentado el 137,6%.
El diferente porcentaje obtenido en ambas encuestas estoy convencido de que está más relacionado con las distintas características de la muestra elegida que con un cambio de opinión de los ciudadanos. Si así fuera, la conclusión sería clara: el número de residentes nacidos en el extranjero altera escasamente la percepción sobre ellos de los encuestados. A los que no les gustaban hace dos décadas, siguen sin agradarles hoy.
Para intentar convencerles de las bondades de la inmigración, especialmente de la buscada y controlada, voy a desmentir seis falsas repercusiones negativas atribuidas a ella por parte de numerosos españoles. Son las siguientes:
1) Los inmigrantes nos quitan el trabajo. En cualquier país, la mayor parte de los inmigrantes trabaja donde los nacionales no quieren hacerlo. En primer lugar, porque muchos de ellos solo poseen una formación básica. En segundo, debido a que el mercado laboral o la Administración los discrimina. El último caso hace referencia a los médicos latinoamericanos a los que el Ministerio de Universidades no les convalida el título, ni crea ninguna prueba para verificar su verdadero nivel, a pesar de la escasez de galenos existente en España.
Por si usted duda de mis anteriores palabras, le voy a poner tres ejemplos muy fáciles de contrastar. En las obras de las calles, es fácil observar que la mayoría de los obreros que trabajan en ellas nacieron en el extranjero. Si necesita un lampista, es bastante probable que quien le solucione su problema sea un latinoamericano o magrebí. Si compra en un comercio a las dos de madrugada, existen muchas posibilidades de que el dependiente que le atienda sea chino o pakistaní.
En el sector de la construcción, la reducida presencia de trabajadores nacidos en España limita el número de viviendas anuales edificadas. Durante el pasado año, constituyó una restricción con la que se topó el presidente del Gobierno. El 8 de mayo de 2023, Pedro Sánchez convocó a sus principales representantes para incentivarles a construir 183.000 pisos destinados al alquiler social y asequible. Para conseguir su propósito, les prometió financiación procedente de los fondos europeos Next Generation.
La respuesta de los convocados fue clara y contundente: no tenemos trabajadores para construir dichas viviendas adicionales, debido a la escasez actual de mano de obra cualificada. En el curso 2021-22, los estudios de Formación Profesional en Edificación y Obra Civil solo tenían 6.256 alumnos matriculados, siendo estos el 0,6% de los que en el indicado período cursaban FP. Para lograr dicho objetivo, sería imprescindible contratar a un gran número de trabajadores extranjeros y cambiar la legislación actual para hacerlo rápidamente.
2) Los inmigrantes generan una reducción de los salarios reales. El aumento del poder adquisitivo de los trabajadores está principalmente relacionado con cuatro factores: la coyuntura económica del país, el crecimiento de la productividad de los empleados, la política laboral efectuada por el ejecutivo y el incremento de la oferta de asalariados.
Los que realizan la anterior afirmación solo tienen en consideración el último elemento. Además, estiman implícitamente que en numerosas actividades económicas el aumento de la disponibilidad de trabajadores generará un exceso de oferta de asalariados. En primer lugar, no siempre sucede así, pues el número de empleados solicitados por las empresas puede seguir siendo superior al de los disponibles. En segundo, respecto a la evolución de los salarios reales, la suma de los tres primeros factores suele tener una mayor repercusión que el cuarto.
En España, un ejemplo de ello surge de la comparación entre las etapas 2002-07 y 2012-18. En la primera, llegaron a nuestro país 3.280.724 personas nacidas en el extranjero; en la segunda, se fueron 290.935. Una distinta coyuntura económica, y especialmente del mercado laboral, constituye el factor clave que explica el distinto signo de la migración. En el período inicial, nuestro país necesitaba aumentar rápidamente el número de trabajadores para cubrir las vacantes existentes; en el último, sobraban asalariados.
En los dos períodos, la comparación de las cifras de incremento del salario real nos puede llevar a engaño, pues son bastante similares. En el primero, el incremento del poder adquisitivo de los trabajadores con convenio ascendió al 1,9%; en el segundo, al 1,5%. Una diferencia exigua que se transforma en notoria, si en ambos hacemos una interpretación cualitativa de la coyuntura del mercado laboral.
En los primeros años, numerosos asalariados consiguieron una retribución extraordinaria; en los últimos, casi nadie. No obstante, la principal diferencia entre unos y otros está en la capacidad de cambiar de empresa por parte del asalariado, con la finalidad de aumentar la remuneración obtenida y mejorar sus expectativas profesionales.
En la etapa inicial, era muy fácil ir de una a otra compañía. En la última, la inmensa mayoría de los que cambiaban de empresa lo hacía por necesidad, pues eran despedidos de la que estaban. Les costaba encontrar un empleador y, cuando lo hacían, les ofrecía un salario que como mínimo era un 10% inferior al que antes ganaban.
3) Los inmigrantes no pagan impuestos. Los foráneos abonan menos impuestos que los nacionales porque sus ingresos son inferiores. A igualdad de salario y gasto, los tipos impositivos son idénticos para unos y otros. La afirmación de que los comerciantes chinos pagan menos que los españoles constituye una leyenda urbana basada en la envidia.
En numerosas ocasiones, su modelo de negocio, al igual que el de los pakistanís, es muy similar al que tenían algunos andaluces, extremeños o gallegos emigrados a Cataluña y Madrid en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. En los establecimientos, trabajan todos los adultos de la familia, unos a tiempo completo y otros a jornada parcial. Además, el horario de apertura de la tienda, restaurante o bar es muy extenso. En algunos casos, todos días de la semana durante más de 10 horas.
4) Los inmigrantes viven de las subvenciones. Las ayudas públicas no son otorgadas según la nacionalidad de la persona, sino en la mayoría de las ocasiones en relación con sus ingresos. Cuanto menores son los de una familia, mayor suele ser la cuantía recibida de la Administración. Un salario inferior a la media nacional permite a los inmigrantes recibir prestaciones por un importe superior al pagado a través de los impuestos. Una situación idéntica a la del 80% de la población residente en nuestro país.
Para los malpensados y escasamente informados, “vienen a España a vivir del cuento”. Ni mucho menos es así. Llegan para trabajar, mejorar su nivel de vida, proporcionales más oportunidades a sus hijos y enviar dinero a los familiares que siguen residiendo en su país de origen. Para conseguir los anteriores objetivos, a diferencia de muchos españoles, no les importa trabajar más de 40 horas semanales y tener más de un empleo.
La coyuntura laboral de 2023 refrenda la anterior afirmación. En dicho año, el crecimiento de la ocupación entre los trabajadores extranjeros, los que poseen doble nacionalidad y los españoles fue del 12,4%, del 16,3% y del 1,8%, respectivamente. A pesar de que tienen una mayor tasa de paro que los nacionales, la explicación no está en una menor predisposición al trabajo, sino en una inferior cualificación profesional.
5) Los inmigrantes colapsan la sanidad pública. Es cierto que la inmensa mayoría de los inmigrantes no tiene una póliza privada, pero constituye una falsedad que los extranjeros utilicen proporcionalmente más la sanidad pública que los españoles. En primer lugar, porque están menos acostumbrados a ir al médico, ya que en sus países los recursos sanitarios son inferiores a los existentes en España.
En segundo, debido a su menor edad, pues cuando esta aumenta, incrementa el gasto realizado en sanidad. En 2022, según el padrón de habitantes, la edad media de los residentes en nuestro país era de 44,1 años, la de los españoles estaba en 45 y la de los foráneos en 37,1. Entre los extranjeros, los que más gastan en sanidad son los jubilados procedentes del resto de Europa (los de mayor poder adquisitivo) y los que menos los que vienen a trabajar.
6) Los inmigrantes reducen la calidad de la enseñanza. Para un profesor, es más fácil gestionar una clase uniforme que diversa. En el último cuarto de siglo, la llegada de un gran número de inmigrantes ha aumentado la diversidad en las aulas y aconsejado una mayor inversión relativa en educación. Un consejo no seguido por nuestros políticos, pues en los postreros 25 años el gasto en educación pública respecto al PIB apenas ha variado. Según Eurostat, en 1999 era del 4,2% y en 2022 ascendía al 4,4%.
Los hijos de los inmigrantes no son culpables de la baja calidad de la enseñanza, sino unas víctimas de ella, tal y como también lo son los descendientes de los progenitores nacidos en nuestro país. Las principales claves de su declive están en una metodología inadecuada (el aprendizaje basado en proyectos), una menor exigencia académica, una exigua recompensa al esfuerzo efectuado por los estudiantes más aplicados y unos escasos recursos económicos para hacer frente a unas mayores y más diversas necesidades educativas.
En definitiva, los inmigrantes aportan a la economía nacional más de lo que obtienen de ella. Lo hacen los ejecutivos desplazados durante unos años, los jubilados europeos que trasladan su residencia habitual a nuestro país y los extranjeros procedentes de América Latina y África. Unos y otros tienen una cultura y unas costumbres distintas a las nuestras que debemos respetar, como también ellos deben de hacerlo con las de los españoles.
A los que no les gustan, antes de criticarlos, deberían conocerlos. Si así lo hicieran, muchos dejarían de tener los prejuicios actuales contra ellos. Por ser diferentes, no son peores que nosotros. Estoy seguro de que algunos serán mejores y otros no. Exactamente lo mismo que sucede con los españoles.
Para nosotros son indispensables. Entre otras actividades, nos cuidan a nuestros mayores, nos sirven en los bares y restaurantes y nos atienden en múltiples comercios. Para España, la inmigración no es una opción, sino una necesidad. Un país que ha tenido muy pocos hijos y va bien, necesita un gran número de migrantes. Pronto llegarán muchos más. No constituirán una maldición, sino una bendición, pues crearán riqueza y nos ayudarán a aumentar nuestro nivel de vida.