La pasada semana Felipe González, en una entrevista con Carlos Alsina, desplegó todo su encanto y sabiduría para poner en evidencia la incapacidad política e ideológica de Pedro Sánchez. Advirtió que uno de los signos que revelan la falta de argumentos de los políticos actuales es la recurrente expresión “y tú más”. El exlíder socialista recordó que los representantes de los ciudadanos tienen que explicar con claridad sus propuestas de cambio y convicciones ideológicas, las similitudes y las diferencias con sus adversarios.
La coherencia de González parecía incuestionable, hasta que Alsina le preguntó por su responsabilidad en las concesiones a Pujol y compañía, si de aquellos polvos autonómicos estos lodos separatistas. Y González cayó en la trampa del “y tú más”.: él hizo cesiones, sí, pero moduladas; Aznar le superó. Al final, convencido de su superioridad frente al páramo intelectual de su partido, aceptó la propuesta de Alsina de mantener un debate radiado con Zapatero. La negativa de este último a mantener esa conversación demostró que, a sus 82 años, González tiene muchos más argumentos -socialdemócratas incluidos- que sus sucesores en la organización.
Los recursos discusivos del actual líder socialista son tan banales como los del temeroso Zapatero. Un ejemplo de esa limitación sucedió en la última sesión de control de los miércoles, cuando Sánchez zanjó con un dicho popular su atisbo de diálogo con Feijoo. El “para usted la perra gorda” resumió a la perfección la peculiar personalidad de Sánchez. Ese desdén dejó al descubierto hasta qué punto es preocupante, cuando se queda sin argumentos, el complejo de superioridad que padece el presidente del Gobierno. Pero ese desprecio de Sánchez hacia su adversario fue también una muestra de su nulidad argumentativa, precisamente en el momento en que el líder del PP ha dado un golpe de autoridad en su partido. Hasta la excéntrica Ayuso y el soberbio Aznar han doblado la rodilla.
Feijoo debió recordar que, como niño que fue en aquellos difíciles años 60 del pasado siglo, nunca despreciábamos una perra gorda, ni tampoco una perra chica. Siempre había algún tendero dispuesto a recogerla a cambio de un minúsculo caramelo. El reverso de aquella moneda de diez céntimos era un león de las Cortes, horroroso y deforme, que se había transformado por el desgaste de la intensa circulación en una suerte de perra gorda. Pero, más debería preocuparle a Sánchez el anverso de aquella popular moneda que tan alegremente ha entregado a Feijoo. En esa cara se representaba a la matrona Hispania sentada sobre los Pirineos mientras contemplaba (o gobernaba) España.
Feijoo no parece tener prisa, hasta una perra gorda le beneficia.