En las últimas semanas han aparecido diversos informes sobre los índices de productividad. El Consejo Económico y Social, Caixabank Research y el observatorio del BBVA, entre otros, señalan todos ellos un incremento de la brecha negativa entre la UE y Estados Unidos, con un diferencial de más de ocho puntos a favor de EEUU.

Las causas están en la potencia de su industria tecnológica, y las dificultades europeas de acceder con la misma fuerza a capital privado, además de la cultura de la innovación constante de sus centros de investigación y las carencias en capital humano que tenemos en las profesiones científico-técnicas, sea en el ámbito universitario o de la formación profesional.

En esta visión global, dentro de la UE, también se observan dos realidades geográficas diferentes, los llamados países del norte y del sur, estereotipos aparte, según el argot de la crisis del 2008, los frugales y los gastadores. En el mundo de la UE, surgen diferentes mapas de países y regiones. España, con todos los datos de incremento de su mercado laboral, especialmente por el empuje del turismo, tiene sin embargo una señal de riesgo muy relevante. La falta de productividad. Mucho trabajo, pero con un retorno económico de salarios bajos.

Cuando todos analizamos los mapas y buscamos razones para explicar y justificar la presente situación, surge en España un territorio que rompe todos los mapas del sur de Europa: Euskadi. La pregunta que me hago es: ¿qué pócima deben tomar Astérix y Obélix para avanzar cuando su entorno más inmediato retrocede? ¿Qué toman nuestros amigos para impulsar su productividad?

La productividad es un concepto que sirve para medir, calibrar la eficiencia productiva de la económica. ¿Qué queremos decir en lenguaje tradicional? Cuánto de trabajo (mano de obra) y cuánto de capital (maquinaria, oficinas, fabricas, vehículos…) necesitamos para producir bienes y servicios. Cuanto más produzca con menos trabajo y capital, más productiva es una empresa o un territorio. Podemos trabajar muchas horas, pero con un valor económico escaso y, probablemente, con salarios también escasos.

Varias son las pócimas que nuestros amigos de la Galia vasca adoptan desde hace tiempo: automatización de su industria, especialmente la metalúrgica, capacitación del personal (sus programas de formación profesional ligadas a las empresas y sus necesidades llevan años de funcionamiento), una cultura del trabajo que viene de las históricas cooperativas y de la siderurgia, y que persigue una optimización de la tarea de los trabajadores, la gestión de los estocs, en un proceso de mejora constante, además de inversión en I+D+i por encima de la media del resto del país, y fomento de la tecnología y la innovación en los procesos productivos. Es la combinación de diversos aspectos, junto con un impulso público de la industria, la que genera un buen comportamiento productivo.

En términos comparativos, y teniendo en cuenta que la industria es un elemento vertebrador de la economía y generador de ocupación estable, vemos que en Cataluña la industria ya solo representa el 15% versus el 22% de Euskadi, que, aunque también ha retrocedido (del 44% de finales de los 80 al 22% actual), mantiene el impulso industrial con el apoyo del sector público.

En Euskadi también el turismo avanza posiciones en su peso en la economía vasca, llegando a representar entre un 4,5% y un 7% dependiendo del territorio histórico, pero no llega a los niveles de Cataluña, donde representa el 12% del PIB y el 14% del empleo. El porcentaje del PIB y de personas empleadas sería aún mayor si añadimos todos los factores colaterales que se ven implicados por el turismo como, por ejemplo, el sector de la alimentación, la movilidad, el comercio, etcétera.

En las jornadas del Círculo de Economía del 2024, en su documento de opinión, se citan diferentes retos para mejorar la productividad en Cataluña. Los principales ejes son la educación y la formación del capital humano. Fácil de enunciar, pero llevamos años en polémicas constantes y con las estadísticas comparativas de PISA lejos de los objetivos deseados. Con muchos años de debates lingüísticos y pocos sobre las necesidades de vincular la educación y las necesidades laborales de nuestras empresas. La investigación e innovación, con avances, pero con pocos recursos, si lo comparamos con las tierras de Astérix y Obélix.

Hemos priorizado desde hace años la publicación científica/académica y olvidamos muchas veces la consolidación y generación de patentes. Las infraestructuras, con todas sus variables (energéticas, de movilidad, de gestión de los recursos hídricos…), van con retrasos de dos décadas, con muchos debates paralizantes durante años y, por consiguiente, con pérdida de atractivos con respecto de nuestros vecinos en la captación de inversiones, y la Administración, que, en nuestro caso, desincentiva cualquier iniciativa por los riesgos de entrar en bucles de procedimientos eternos.

La cultura del decrecimiento lastra las inversiones hacia un país sostenible social, económica y medioambiental. Tenemos una posición geográfica en Europa envidiable. ¿Podemos tener nuestros Astérix y Obélix en casa?