Yo he visto y oído cosas que no creeríais.
No las creeríais, si vosotros mismos no las hubierais visto y oído.
He visto a amigos de izquierdas, inteligentes, cultivados, y a amigos de derechas, gente razonable, conservadora, sensata, prudente… apuntarse a la “ilusión” del procés; primero, dubitativos, arrastrando los pies, y luego, al creer que la cosa podía salir, con entusiasmo.
Gente a la que respeto por su solidez intelectual y su excelencia en su vida profesional, me decía, entre resignada y risueña, que “en cinco años la independencia es inevitable”. Aunque el discurso público sonase a hojalata, y los oradores pudieran parecer una pandilla de aventureros e indocumentados, aunque las metáforas que prodigaban eran evidentemente simplificaciones populistas, el envite les parecía plausible. El miedo al frío de la soledad, el temor de quedarse al margen del signo de los tiempos, les llevaba al gregarismo. Vayamos todos, y yo el primero, en la dirección de la flecha de la Historia.
Recuerdo a personas de notable nivel intelectual sumándose a las demostraciones multitudinarias orquestadas por el poder y explicándome que ellos eran “independentistas”, aunque no “nacionalistas”. No veían la ruptura de la lógica, sencillamente se sacudían de los hombros un concepto desprestigiado (nacionalismo) y se abrazaban a otros conceptos netos, limpios, prestigiosos y presuntamente triunfadores (libertad, derecho a decidir, independencia).
He visto a filósofos de la llamada “escuela de Barcelona” en la plaza Sant Jaume, recibiendo a Artur Mas, que regresaba de Madrid, de plantearle un ultimátum a Rajoy, y aplaudiéndole con un servilismo antiestético que me dejaba perplejo, he leído sus artículos en la prensa de Barcelona y de Madrid prodigando argumentos bizantinos sobre los agravios sufridos por Cataluña, que me hacían preguntarme si acaso aquellos espíritus analíticos habían sido poseídos por la invasión de los ultracuerpos.
Todo aquello fue aleccionador, una lección sobre la naturaleza humana y su anhelo de mímesis que no hubiera debido sorprenderme, que hubiera debido aprender ya desde joven, en mis lecturas. Lo que aprendí sobre este asunto de la blandura y maleabilidad intelectual la verdad es que lo aprendí tarde, muy tarde. Se lo agradezco a los procesistas. Me tengo, o me tenía, por medianamente inteligente, pero a las pruebas me remito: yo también, como ellos, soy idiota.
Años después, en Madrid, también he escuchado a amigos cultivados y de izquierdas defendiendo la amnistía como un camino a la reconciliación. El truco de fullero del señor Sánchez, realizado a plena luz, les parece cabal. Pero ahora ya, como ya tengo cierta edad, he acabado por no discutir con nadie. Si me vienen con estas les digo: “Cuando quiera saber tu opinión, ya te la daré”. Es mi mantra. Se ofenden un poco, deben de tomarme por una persona poco o nada dialogante, ¿pero es que acaso tengo que argumentar con los terraplanistas? Prefiero pasar por intolerante que perder el tiempo explicando lo evidente.
He escuchado –y usted, lector, también– a nuestros sucesivos presidentes de la Generalitat mezclando sin embarazo churras con merinas, comparar el camino de Cataluña a la independencia con la vía de Gandhi, con la experiencia de Mandela, con el sueño de Martin Luther King, con la cívica rebeldía de Rosa Parks, con los ejemplos de Eslovenia, de Lituania, de Quebec y de Nueva Caledonia… con las cosas más peregrinas.
Pero entre tantos disparates creo que nunca había oído nada tan obsceno como el otro día al presidenciable Puigdemont, perorando en el aniversario del desembarco en Normandía, y diciendo que aquellos pobres soldados británicos y norteamericanos que murieron a miles disputándose las playas con los pobres soldados alemanes, en una tragedia de dimensión planetaria, luchaban por la libertad de Cataluña, y que aquel ejemplo debería disuadir a los abstencionistas: “Aquells joves soldats no es van abstenir. Ens van regalar la democràcia davant dels qui la volien eliminar”.
Pero ¿cómo un fugado de maletero osa mencionar a los soldados que desembarcaron en Normandía?
Claro que también he visto a Mira Sorvino y a Ana de Armas fingiendo ser Marilyn Monroe.
Hombre, son guapas, pero no es lo mismo.
Pero nada, vale, todo es lo mismo. Acepto pulpo como animal de compañía, y adelante con los faroles. Espero ver a Puigdemont de president otra vez gracias a los votos de los buenos catalanes, y así tener la oportunidad de asistir a su valiente defensa de la democracia. ¡Como un soldadito inglés en Normandía!