Hagan una prueba. Pregunten a sus amigos y conocidos, incluso a los que con cierto interés siguen la política europea, y verán que nadie conoce el nombre de los candidatos de las principales familias ideológicas para a presidir la Comisión.

A excepción de la actual presidenta, la popular alemana Ursula von der Leyen, que ha ganado bastante notoriedad durante su mandato, nadie sabe el nombre del candidato socialista, Nicolas Schmit; de la también alemana que lidera a los liberales, Marie-Agnes Strack-Zimmermann; del candidato del grupo Izquierda Europea, el austriaco Walter Baier, o del representante de la ultraderecha, la danesa Anders Vistisen, etcétera. Les confieso que yo mismo he tenido que recurrir a diversas fuentes para confirmar esos nombres.

Tristemente, no hay manera de que las elecciones europeas sirvan para crear un “demos” europeo porque el sistema electoral sigue funcionando únicamente con listas nacionales. En 2024 hemos vuelto a perder una oportunidad de avanzar en la democratización de las instituciones comunitarias. Y esta vez puede volver a ocurrir como en 2019, cuando Manfred Weber, candidato durante la campaña del Partido Popular Europeo, pese a haber ganado las elecciones, fue rechazado por el Consejo y en su lugar se eligió a Von der Leyen.  

Y no es porque la Eurocámara no haya discutido sobre ello largamente en la legislatura pasada, y aprobado una propuesta en 2022 con una amplia mayoría, sino porque los Veintisiete no han querido.

El Consejo Europeo, que es donde se sientan los Estados miembros, rechazó la propuesta de reforma que, principalmente, proponía la creación de una circunscripción europea de 28 escaños, donde cada grupo político debería incluir a un candidato a presidir la Comisión acompañado de 27 candidatos por cada uno de los Estados. Se trataba de una propuesta moderada, equilibrada, que iba en paralelo a las listas nacionales que actualmente votamos, pero que permitía dar visibilidad a una elección con una lógica europea, transnacional.

Como gráficamente explicó en su día el ponente de la iniciativa, el socialista Domènec Ruiz, "de esta forma tienes a 28 paisanos que tienen que recorrer Europa buscando votos, que tienen que hablar de temas que afecten tanto a España como al Báltico. No pueden ir a Estonia a hablar de la Gürtel, tienen que hablar del cambio climático, las migraciones, la pandemia… los asuntos transnacionales".

Tristemente, tampoco esta vez ha sido posible porque en el Consejo Europeo no hubo acuerdo. Es evidente que una parte de las elites políticas nacionales, de Francia, Alemania y de muchos otros Estados, no están a favor de un desarrollo federal de la UE, y prefieren mantener una especie de “secuestro confederal” para conservar en último término el poder de veto y la preeminencia de su jerarquía. 

Cuando los ciudadanos europeos elijamos directamente a un candidato a presidir la Comisión, este se convertirá de facto en el presidente de Europa, y ese día nacerá el pueblo europeo. Solo entonces la ciudadanía tomará conciencia de la trascendencia de dichas elecciones y la jerarquía de las votaciones cambiará. Será más importante esa elección que para la presidencia de la República Francesa o las Cortes españolas. Mientras tanto, seguiremos lamentando que la noche del 9 de junio la participación haya sido muy baja y que el debate haya sido en clave nacional en todos los Veintisiete.

En España, las elecciones serán, principalmente, un termómetro de los apoyos que recoge Pedro Sánchez o Núñez Feijóo. Y eso a cuenta de unas elecciones europeas que no lo son.