Tras demasiados años inmersos en el relato, es momento de pensar en los datos… y tratar de desintoxicarnos de tanta manipulación.
El independentismo nunca ha estado más débil. Desde la restauración de la Generalitat, nacida en la segunda República y no antes, nunca los partidos nacionalistas, luego mutados a soberanistas y luego a independentistas, han tenido menos apoyo popular. En 1980 alcanzaron el 39,4% de los votos (y gobernaron). Hoy, después de un pico en el 92 del 54,1%, con un perfil nacionalista que no soberanista, han caído al 43,2%, conformando un amplio espectro que va desde la izquierda antisistema a la ultraderecha, sensibilidades imposibles de poner de acuerdo.
La economía catalana nunca ha sido tan poco relevante como ahora en relación con el resto de España. De ser motor del país a ser una más, de una Barcelona que competía con París o Milán a tener como rival a Málaga o Valencia. De atraer a la mayoría de la inversión directa extranjera, a ser insignificantes.
El PIB de la Comunidad Autónoma catalana siempre ha sido algo superior al de la Comunidad de Madrid. Desde 2017 no es así, abriéndose la brecha año tras año. En 2023 ya nos sacan más de 7.500 millones, y la tendencia parece imparable. El PIB per cápita madrileño es de 38.435 euros, 6.000 más que el catalán, que ya solo es el cuarto en España y está cada vez más amenazado por el quinto, Aragón. La inversión extranjera se centra cada vez más en Madrid, que atrae a más de la mitad, unos 15.000 millones frente a 4.000 en Cataluña.
También hemos dejado de ser los más solidarios. Madrid aportó más de 5.000 millones netos en 2023, Cataluña ya recibe 100 millones más de lo que aporta. El tener un superávit fiscal es malo, señal de que ya estamos por debajo de la media.
Seguimos perdiendo empresas, todos y cada uno de los años desde 2017 salen empresas de Cataluña con destino a otras comunidades autónomas, crece la presión fiscal, empeoramos en la calidad de los servicios…
Cataluña va retrasadísima en producción de energía renovable. Es la séptima comunidad autónoma española por producción, con un raquítico 4,5% del total producido en España. Partimos de una mala posición y crecemos menos que los demás por simple ideología ecoestúpida. No queremos contaminar, pero tampoco queremos energía renovable, en un planteamiento que no tiene solución porque incluso criar vacas contamina.
Hasta en la sequía los datos dejan atrás el relato. Ya estamos mejor que el año pasado, sin ninguna duda. Los embalses que hay en Cataluña ya sobrepasan el 57% de su capacidad, un 43% más que el año que pasado. Y los del sistema Ter Llobregat, al 27%, algo, no mucho, por encima del año pasado. Pero entre las lluvias que seguimos teniendo y el deshielo rondaremos el 30% a mediados de junio. Dejémonos de prohibiciones y de miedo y gestionemos.
Dejar que el agua del Ebro se vierta al mar es un auténtico delito. Y no usar tecnología disponible, barata y eficiente, que la hay (y made in Spain, por cierto), otro. La desaladora más eficiente del mundo, Jubail 3A, está en Arabia Saudí; la diseñó y produjo la sevillana Abengoa y su consumo energético por metro cúbico de agua es algo menor que las plantas estándar de reutilización de aguas residuales, algo impensable hace unos años.
Tenemos que tratar de formar nuestra propia opinión con información veraz, y esa se tiene que basar en datos. Y si los datos no nos hacen cambiar estamos muertos. Cataluña ha tocado fondo en todo. Hay que aprovechar este punto y aparte para pensar en lo que de verdad importa a la gente y volver a ser prósperos. La ilusión tiene que volver a cada esquina y hemos de ser, de nuevo, motor económico de Europa.
La más que probable marcha de la Fórmula 1 de Barcelona, por nuestra culpa, es un excelente ejemplo. Parece que esta edición va a ser especial e ilusionante, con exhibición de coches en pleno paseo de Gràcia. Fantástico, ojalá no quede en una fiesta de despedida y pueda ser el comienzo de una nueva era. No demos nada por perdido, ni siquiera la Fórmula 1.