Pello Otxandiano
El monaguillo de Otegi
Hay una secuencia en el documental de Julio Medem La pelota vasca en la que aparece Arnaldo Otegi a desplegar su pensamiento profundo y que es muy útil para confirmar lo que ya intuíamos, que el mandamás de EH Bildu es, además de un fanático con afición al terrorismo, un tarugo de nivel cinco. En dicha secuencia, Otegi se muestra contrito ante el hecho de que los niños del País Vasco estén enganchados al ordenador y a los videojuegos (como los demás críos del mundo, por otra parte) en vez de triscar alegre y patrióticamente por los bonitos bosques de Euskadi. El comentario es de una simpleza desoladora, pero va muy bien para entender lo que le pasa por la galleta al sujeto y confirmarnos su condición de troglodita que considera el progreso una cosa del diablo (o de España, que es aún peor).
Recordé estas sabias palabras de Otegi ayer mismo, mientras veía en televisión un reportaje sobre la jornada de reflexión de los candidatos a las elecciones vascas de hoy. Mientras la mayoría de políticos salían dando una vuelta con la familia o dando la chapa en mercados populares, el redundante Pello Otxandiano (Otxandiano, 1983: premio a la coherencia, aunque también es verdad que, con mi apellido, quizás no soy el más adecuado para otorgárselo) aparecía paseando alegre y patrióticamente por un bonito bosque de Euskadi, como si Arnaldo Otegi, a cuyos pechos se ha criado, le hubiese dicho que eso era exactamente lo que tenía que hacer durante su jornada de, digamos, reflexión.
Si Otegi daba miedo (y un poco de asco), Otxandiano da cierta penita, pues le ha tocado una época sin épica en la que tiene que hacer como que Bildu no tiene nada que ver con ETA, pero intentando que no se le reboten los abertzales más contumaces. Físicamente, Otegi lucía un inquietante aspecto extraterrestre (una versión maligna del señor Spock de Star Trek, como si fuese hijo de vasca y vulcaniano).
Otxandiano debe conformarse con tener pinta de seminarista rebotado, cosa muy normal si tenemos en cuenta la entrañable relación de décadas entre la iglesia vasca y la banda terrorista ETA. El hombre va con pies de plomo a la hora de explicarse. Solo habla vagamente de progreso y convivencia y evita cualquier referencia a los años de plomo. Si le preguntan por ellos en un programa de radio, adopta una actitud jesuítica y ni condena ni deja de condenar las actividades criminales de la banda, a la que acaba definiendo como “grupo armado” para que no se le subleven los votantes más obtusos de su partido (luego pide excusas a las víctimas de ETA por si se han sentido ofendidas).
Al pobre Pello le toca remachar la tarea emprendida por su padre putativo, que es fabricar un independentismo razonable y no violento, y se esfuerza dentro de sus posibilidades. A diferencia de Otegi, no está manchado de sangre, pero anda un poco escaso de carisma y su pinta recuerda a la del que ponía los discos en los guateques de los años 60 (o sea, un pagafantas). No sabemos si cree en lo que dice o si es un hipócrita como Otegi, el hombre que abandonó el terrorismo porque no salía a cuenta, no porque lo encontrara moralmente deplorable. De luces yo diría que andan más o menos a la par, pero Otegi era más admirable para los propios y más detestable para los ajenos. Igual es lo que necesita EH Bildu para aparentar una respetabilidad de la que carece y medrar en el País Vasco post ETA, como así está sucediendo. Otegi te hacía correr la sangre y Otxandiano más bien te aburre.
Pero mejor así. Aunque el muchacho se haga un lío en una emisora de radio y cabree a constitucionalistas y abertzales por igual. Mientras baja el independentismo en Euskadi (por fin se han dado cuenta de los chollos de los que disfrutan), los representantes de esa tendencia se ven obligados a ejercer de una mezcla de patriota y peluchón, algo en lo que el PNV siempre ha brillado con luz propia y que ahora, con el amigo Otxandiano, imita Bildu para pillar cacho.