Mientras en España estamos enfrascados en pequeñas cuitas domésticas, succionados por una espiral de polarización tan lamentable como patética, en otras partes de Europa, sobre todo en el norte y el este, lo que preocupa de verdad es Rusia y el desarrollo de un clima prebélico.
La semana pasada, el presidente de Polonia, Donald Tusk, que entre 2014 y 2019 presidió el Consejo Europeo, alertaba en una entrevista ofrecida a un conjunto de medios que, tras la invasión de Ucrania, los europeos hemos entrado en una nueva era de preguerra.
Que los misiles balísticos de Rusia puedan alcanzar cualquier punto del viejo continente, incluyendo las islas británicas, no supone ninguna novedad. Lo diferente ahora respecto al final de la Guerra Fría es que reina la incertidumbre, donde incluso la inmigración, en medio de una crisis climática que va a forzar decenas de millones de desplazamientos, es objeto de un uso instrumental como parte de una guerra híbrida por quienes desean destruir la UE. Vivimos en una época en que nada es seguro y todo es posible.
La guerra de Ucrania lo ha cambiado todo. Muy pocos analistas creían probable que Vladímir Putin se atreviera a perpetrar tal agresión (que él mismo negó categóricamente días antes) y, sin embargo, sucedió. El autócrata ruso también descarta ahora que tenga ningún interés en atacar un país europeo de la OTAN, pero ya nadie se atrevería a descartarlo. Si ocurriese sería una insensatez monumental que nos llevaría muy probablemente a una guerra con uso de armamento nuclear de consecuencias devastadoras para toda la civilización.
Ahora bien, que no haya que contemplar ese escenario como probable, no significa que los europeos debamos cruzarnos de brazos. Ahora mismo lo importante es que la defensa ucraniana no colapse y pueda seguir plantando cara a Rusia, evitando que se consoliden las anexiones territoriales tras la invasión de 2022. Esta es una guerra que hay que pensarla ya a largo plazo, y que no se puede librar a medias, incluyendo el envío de tropas. La seguridad europea se defiende en Ucrania, pues una victoria de Putin abriría un escenario potencialmente más peligroso. La Unión Europea está en guerra con Rusia, indirectamente, de forma no declarada, pero no hay que tener miedo a que nuestras palabras reflejen la gravedad de los hechos.
Los europeos nos creíamos a salvo porque teníamos la seguridad subarrendada a la OTAN, cuyo contribuyente principal son los Estados Unidos. Si Donald Trump regresa a la presidencia nuestro viejo escenario de confort puede cambiar. Ahora bien, aunque aborrezcamos al político republicano, este tiene razón cuando critica que los europeos gastamos poco en defensa. Tristemente es imprescindible en una era de tanta incertidumbre. Este va a ser el tema central de las elecciones europeas del próximo junio.
Josep Borrell lo explica muy claramente. En España puede que nos distraigamos con nuestras querellas, como la amnistía o la corrupción, pero el gran asunto de los Veintisiete es este. Los europeos hemos de construir en un breve plazo una autonomía de defensa que garantice nuestra seguridad y los valores de la UE (libertad, democracia, convivencia, pluralismo, etcétera) al margen de lo que ocurra con la OTAN a medio plazo, con Trump o Joe Biden.
Los Estados europeos han de incrementar el gasto en defensa, pero sobre todo se han de coordinar mucho mejor para que resulte eficiente. En los próximos años, la integración europea en defensa va a tener como catalizador el clima de preguerra que se vive con angustia en el norte y el este ante la amenaza de que vienen los rusos. En España más vale que seamos conscientes.