El Museo del Prado acaba de clausurar la exposición Reversos, de una singularidad digna de mención, igual como ha sido digna de visita. Mirando el cuadro, delante de él, lo vemos en su cara frontal, en su anverso, y nunca pensamos que, en la parte de atrás del lienzo, en el reverso, pudiera haber algo.
Y puede haberlo: el polvo acumulado de siglos, trazos, bocetos u otra obra del artista del anverso, trazos o algo más de otro artista, notas manuscritas, nombres, dedicatorias, fechas, datos sobre la composición o el coste de los colores empleados en el anverso, etcétera.
El Prado ha examinado los reversos de cuadros de sus fondos, así como los de cuadros de otras procedencias, y ha encontrado sorprendentes muestras de réplicas, interpretaciones, curiosidades relacionadas o no con el anverso, incluso más de una explícita doblez del autor, como la Monja arrodillada, rezando, de Martin van Meytens en el anverso y la misma monja exhibiendo gozosa sus nalgas desnudas en el reverso.
Tal vez el comisario de la exposición no pensó en ello —o sí—, pero la idea de la exposición, mostrar lo que puede haber detrás del cuadro que miramos, es una idea aplicable a la política.
Lo que escuchamos, vemos y recibimos de la política es el anverso, la cara presentable, que puede tener —o no— una cara oculta en su reverso.
En los momentos más aciagos de la pandemia, celebramos que la política trajera, por fin, las mascarillas totémicas y salvíficas sin conocer entonces que en ciertos lugares algunas partidas llevaban en el reverso una “mordida”. Un ministro de conocida religiosidad católica en su cara pública tenía, como la monja de Martin van Meytens, un reverso licencioso sin que el objeto de sus desvelos after hours de ministro, la virtuosidad de los dirigentes del procés, justificara su prevaricadora licencia.
Una ley de amnistía que en su anverso ofrece a la mirada, escéptica o no, un preámbulo impecable, en su reverso lleva los amaños de una solución personal para quien en público rechaza atajos y soluciones personales. Son solo algunos reversos de la política de aquí, probablemente haya muchos más, tampoco el Museo del Prado examinó todos los cuadros.
¿Cómo puede el ciudadano situado ante el anverso de la política asegurarse de que determinadas actuaciones no tienen un mal reverso, sin excluir que pudieran tener un buen reverso? Transparencia, mucha transparencia es el remedio universal invocado para protegerse de reversos licenciosos.
Pero la transparencia solo se puede aplicar, y sin apretar mucho, a los anversos. Byung-Chul Han, el filósofo de las distintas caras de la sociedad, en La sociedad de la transparencia (2012), deconstruye la transparencia, la tilda de trampantojo, “solo la muerte es totalmente transparente”. Según Han, la política es una acción “estratégica” (sin dejar de ser una no-cosa) y, por esta razón, es propia de ella una esfera secreta, “una transparencia total la paraliza”; “el final de los secretos sería el final de la política”.
Ciertamente, no se pueden celebrar en la plaza pública a la vista de todos los paseantes las reuniones del Consejo de Ministros, del Consejo de gobierno del Banco Central Europeo, de las negociaciones entre Israel y Hamás, eso sería la transparencia total de los respectivos anversos, pero pretenderlo equivale a su entera despolitización, a su inutilidad.
Para Han, un cuadro es una cosa, tangible, real, pero la información que transmite al mirarlo pertenece a la esfera de las no-cosas. Han no se plantea la moralidad de las cosas, solo la recuperación de su materialidad en un mundo cada vez más descosificado por una abrumadora presencia de información, datos y algoritmos que son no-cosas. La política, hecha de lo mismo, más, palabras, contactos, gestión, pertenecería al sistema de las no-cosas. Bajo la tesis del relativismo hantiano, la mordida, la policía patriótica, la amnistía personal de los reversos serían moralidad cuyo juicio variará en función de reglas históricas, por tanto, cambiantes.
“Quien la hace, la paga” es una regla de aplicación poco frecuente, la ocultación del reverso otra, pero mayoritaria.
No solo la política tiene reversos sorprendentes, también los tienen las cosas, incluso las de muy emblemático y prestigioso anverso, como los iPhone de Apple, diseñados en Estados Unidos, montados en una fábrica de propiedad taiwanesa en Shenzhen, en la provincia china de Cantón. La relación de Estados Unidos con China muestra reversos licenciosos.